Si hay una tradición en Cárcar que sigue perdurando en el tiempo esa es la romería a la ermita de la Virgen de Gracia. Siglos contemplan esta bonita forma de honrar a la Patrona y es una jornada festiva de devoción y encuentro. Pocos romeros se libran de unas emotivas lágrimas entonando su ancestral himno, y es que en ese momento son muchos los recuerdos que se agolpan recordando a familiares y amigos que pasaron a mejor vida, y que tampoco faltaron a la cita con la Virgen. Todo el que se precie de ser, o tener raíces de Cárcar, buscará un hueco en su agenda para acudir a esta singular romería.
Desde siglos atrás, la fiesta se celebraba cada lunes de Pentecostés, una fecha no fija en el calendario dependiendo de cuando haya caído ese año la Semana Santa. En un momento dado esta canónica celebración se cambió trasladándola al sábado anterior a Pentecostés, facilitando así la asistencia a los carcareses ausentes. Y aunque en lo esencial permanece inamovible a lo largo del tiempo, se han registrado algunos pequeños cambios, sobre todo en cuanto al modo de desplazarse hasta la ermita.
Siempre ha sido asequible hacer el trayecto a pie ya que la ermita dista apenas unos ocho kilómetros del pueblo, pero también se han venido utilizando otros medios. En las primeras épocas el modo habitual era hacer el recorrido a caballo, o en carros "enramados", impulsados también por caballerías. Mas tarde llegaron los vehículos agrícolas, a motor, donde las cuadrillas acudían bulliciosas montadas en su remolque; hoy en día, lo habitual es desplazarse en automóviles de turismo, aunque siempre se verán por el paraje algunos tractores con remolques enramados, acudiendo las cuadrillas a la convocatoria de concurso de carrozas que organiza el Ayuntamiento con objeto de mantener la tradición.
Y hay también testimonios que nos hablan de una costumbre singular que tenía lugar al abrigo de la fiesta y de la Virgen. Y es que cuando una pareja iba a formalizar su noviazgo esperaba hasta ese día para hacerlo, y no antes ni después. Lo hacían uniéndose al resto de parejas que acudían montados a caballo hasta la ermita; los mozos a horcajadas y las mozas, como no acostumbraban en aquel tiempo a vestir pantalones, a la grupa. La comitiva con sus caballos llegaban hasta la campa y todas las miradas se dirigían hacía ellos intentando distinguir nuevas parejas que estrenaban su noviazgo ese día en público.
Esta tradición se perdió llegados los años cincuenta del siglo pasado, cuando los usos y costumbres empezaron también a cambiar, de modo que a las nuevas generaciones estos extremos les pueden resultar desconocidos o, cuando menos, curiosos. Para explicar este asunto he encontrado un interesante artículo que da fe extraordinaria del caso. Es el testimonio de alguien que vivió esa época y conoció esa costumbre. Es Juan Antonio Díaz de Rada, sacerdote carcarés, amante de las tradiciones locales y del que ya he echado mano en otras ocasiones. Esta particular crónica salida de su pluma y titulada !A la Virgen de Gracia!, constituye un tesoro digno de conocer y conservar. Espero que lo disfrutéis y lo difundáis. Es patrimonio de Cárcar.
Foto tomada del libro: Cárcar, Historia, Vocabulario y Plantas. E. Mateo, L.J. Fortún, J.A. Díaz de Rada y C. Pardo. Año 2002
¡A LA VIRGEN DE GRACIA!
por JUAN ANTONIO DÍAZ DE RADA RUÍZ
Dos facetas sobresalen con sus matices propios en esta tradicional fiesta. Una, la “enramada” que la tarde del domingo llevaban a cabo las cuadrillas de mozos. Con singular esmero las galeras y carros eran entoldados y adornados con ramas de chopo y arbustos en los sotos del regadío. En su ornato incluían ramos de rosas y de cerezas con su fruto en color, todo ello en atención a las mozas que a la mañana siguiente les acompañarían en cuadrilla a la romería.
La llegada de los vehículos enramados en la tarde del domingo a las calles del pueblo, al paso ligero de las reatas, era el mejor y más alegre preludio del aire romero de la mañana siguiente.
La otra faceta la viviremos mejor si nos trasladamos a los años cincuenta en que la fiesta todavía se celebraba con vigor.
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Colorido y tipismo de fiesta y romería. Es la marcha a la Virgen. También este año hay nuevas parejas de novios que comienzan a “ir formales”.
Son las diez de la mañana, y los caballos enjaezados, limpios, brillantes, van montados por la pareja. Él, a horcajadas, con las bridas en la mano. Ella, a la grupa y a un cabo, agarrada con un brazo a su novio y la otra mano al tiracol. En el puente tienen todos la cita, y allá se reúnen para marchar en grupo a la ermita. Van a la Virgen.
Quiero recordar, antes de seguir adelante, la anécdota que una simpática abuela me contaba hace ya bastantes años. Sus protagonistas fueron ya absorbidos por la historia.
Uno de los novios había marchado al pueblo vecino en busca de caballo para ir con su novia a la Romería. La novia estaba a la espera, sin dejarse ver y semioculta en un juncal entre el Puente viejo -no existía todavía el nuevo de hierro- y el Puente Molino. Las incidencias de la espera las vivían con intranquilidad, su padre desde el Altillo, que recelaba de la tardanza del novio, y la madre desde la puerta de su casa, que de vez en cuando salía para preguntar a su marido:
-Victor, ¿Viene?.
-María. No se ve.
-¿y la chica?
-quieta en el junco.
Ambos cumplieron al fin su misión romera, aunque tuvieron que trotar para dar alcance a las parejas.
Un pequeño incidente que nos demuestra el interés con que se tomaban los novios eso de “ir a la Virgen”.
Hemos llegado a la curva que da vista a la ermita. Las parejas frenan sus caballos, y la música puesta al frente del grupo comienza a sonar, mientras la comitiva avanza hacia la Virgen entre trigales y viñas que bordean el camino. Los numerosos romeros, que llegados por otros medios animan el “sequeral”, se reagrupan entre curiosos e impacientes en las inmediaciones de la ermita para recibirles y comprobar las “nuevas parejas de este año”. Al compás de la música dan la vuelta de honor al Santuario entre aplausos y algarabía.
Han llegado los novios. La Eucaristía está a punto de comenzar.
Concluida la ceremonia religiosa, el “sequeral” se llena de olor y sabor a tortilla con chorizo y vino de la tierra, acompañado por el pan bendito y “almendras de la Virgen”.
Vencida la mañana se va despejando el entorno, y mientras el “sequeral” queda vacío las parejas se retiran al soto, junto al río, donde comen, beben y bailan hasta la hora del regreso al pueblo, para concluir la gran fiesta del día.
Son las cinco de la tarde. Siempre precedidas por la música, entran con solemne ritual cada pareja sobre su caballo, desde el comienza de la calle El Portal. A ritmo de marcha pasan El Paredón, calle Medios, Plaza de abajo, calle Mayor, Barrio Monte y de nuevo Medios, recogiendo aplausos y vivas mientras los jinetes saludan y sonríen, cual si se tratara de cortejo real.
El ceremonial ha concluido con la primera vuelta. La música se retira y empieza la veloz carrera de caballos, azuzados por jinetes y espectadores que galopan endiablados por las calles cuesta arriba y mitigan su ritmo en el barrio Monte. El griterío, la zozobra e incluso el temor por alguna caída arma la gran fiesta, mientras los novios aguantan con toda maestría el ritmo de la galopada. Todo el pueblo en las calles aplaude a sus guapas amazonas, decididas y valientes que hoy como nunca lucen toda su juventud. Algunas empiezan con esta fiesta su “noviazgo formal”. Lo ha formalizado la Virgen de Gracia.
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Han llegado tiempos nuevos. Los caballos solo existen en el motor de cada “atuendo” de labranza. Los carros y galeras han muerto. Han muerto los novios, porque hoy solo hay “amigos” y “amigas”. Ha muerto también el atractivo más bello de la fiesta. Alguien pensará que todo esto son antiguallas. Yo diría más bien que todo esto es historia, vida, corazón.
FIN
Subiendo la entonces embarrada cuesta de El Portal. Del programa de fiestas en honor a la Virgen de Gracia del año 2009
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-El artículo está tomado de los apuntes inéditos: "Pequeñas historias de un siglo", de Juan Antonio Díaz de Rada Ruíz
Que tal Charo, también te llevó a caballo Javier ?
ResponderEliminarMuchas gracias por la publicación. Que reflejo de la vida de nuestros pueblos y nuestras propias vivencias.
Pues no habría estado mal, pero no, la generación de mis padres fue la última que mantuvo esta tradición. La mecanización dio al traste con aquello. Y eso que ahora hay abundantes jinetes y caballos de monta. No estaría mal retomar aquella costumbre...
Eliminar¡Gracias por el comentario!
Gracias Charo por tu gran trabajo! Como me gusta leer tus publicaciones! Tan bien documentadas. Lo dicho, un buen y gran trabajo!!!! Sigue así. 👍
ResponderEliminarMuchas gracias por valorar mi trabajo, que consiste en ofrecer este legado de investigación al pueblo de Cárcar y a todo el que quiera acercarse a él. Es grato saber que hay gente que lo aprecia. ¡Un abrazo!
EliminarMuy bien, como siempre.
ResponderEliminarMuchas gracias Miguel Javier por tus palabras y por tener la deferencia de dejar aquí un comentario. Un abrazo
EliminarGracias, Charo, por tus oportunas aportaciones. Los años se van echando encima, pero mis sentimientos hacia mi pueblo y hacia la Virgen de Gracia permanecen muy frescos. Un abrazo.
EliminarLa Virgen de Gracia es el mayor y mejor vinculo que nos une a todos sin distinción. Ojalá nunca dejemos de sentir ese apego por nuestro pueblo. Muchas gracias, anónimo. Un abrazo
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