jueves, 21 de mayo de 2020

LA ERMITA DE SANTA BÁRBARA DE CÁRCAR. Desaparecida

Ermita de Santa Bárbara, hoy desaparecida. Año 1940. Fotografía de Amalia Larribal, tomada del libro: Cárcar. Historia, Vocabulario y Plantas, escrito por Eduardo Mateo Gambarte y otros (pag. 32). Año 2002

A pesar de que este blog está pensado para recuperar personajes de Cárcar o relacionados con este pueblo, voy a hacer aquí una excepción (que no será probablemente la última) resaltando también su patrimonio cultural. Se trata en este caso de un edificio desaparecido hace relativamente pocos años: la ermita de Santa Bárbara. Hoy se encuentra desaparecida y apenas queda de ella un recuerdo lejano en la memoria de los que tienen más edad, algún testimonio documental y unas pocas fotografías. 

No parece haber constancia de la fecha su construcción, pero para el año 1767 el tejado y las maderas estaban ya dando problemas, tantos que se hacía necesaria su pronta rehabilitación ante la amenaza de ruina.


Una de las pocas fotografías que se conservan de la ermita en ruinas. Foto cedida por Miguel Javier Ágreda donde aparece su hijo Guillermo justo donde se ubicaba el altar, y delante de donde se encontraba la imagen de la titular Santa Barbara.

Además, también sufrió los avatares de la Historia. Entre los años 1834-35, la ermita, al igual que la iglesia parroquial fueron ocupadas por el ejército liberal mientras la primera guerra carlista. Esto y el expolio llevado a cabo en la llamada desamortización de Mendizábal fueron los principales causantes de su desacralización y deterioro.

En esta otra se observa el franco deterioro de las pinturas de la pared del presbiterio. Año 1998. Foto de Edurne Villar Mateo, tomada del libro: Cárcar. Historia, Vocabulario y Plantas. Eduardo Mateo Gambarte y otros (pag.127).

En los años sesenta del siglo veinte, fue tal la decadencia que apenas quedaron las ruinas que se pueden ver en las escasas fotos que quedan de ella. 

Dos amantes locales de la historia de Cárcar, Juan Antonio Díaz de Rada y Eduardo Mateo, aseguran que en el año 1951 tuvo lugar la última y tradicional procesión donde la santa milagrera fue llevada a hombros desde su ermita hasta la parroquia. Tradicionalmente, el día14 de agosto era llevada en andas hasta la parroquia y permanecía allí hasta el dos de diciembre, fecha en que era devuelta a su ermita para iniciar rápidamente los preparativos para su fiesta que tiene lugar dos días después.

Esta ermita estaba situada en la zona norte del pueblo sobre el alto que la domina, y señalado con el mismo nombre. Desde ese magnífico lugar se otea una panorámica envidiable, solo comparable con la que ofrece la torre de la iglesia. 

Vista panorámica que se divisa desde el montículo donde estaba ubicada la ermita de Santa Bárbara

La fábrica del edificio era de traza rectangular y fachada de ladrillo, reforzada con contrafuertes exteriores. Un sacerdote del cabildo parroquial era designado su capellán, cuyo cometido era el de celebrar allí misa una vez al mes y subir a exorcizar en días de tormenta solicitando la intercesión de la santa ante el peligro de  tempestad. También tenía la obligación de celebrar misas de rogativas encargadas por la villa (ayuntamiento).


Plano de la ermita. Catálogo Monumental de Navarra. Merindad de Estella. Cárcar. Vol. II

Un administrador se encargaba de la gestión económica: rentas, limosnas, gastos de la fiesta, etcétera, y estaba obligado a rendir cuentas anualmente ante la junta. En el año 1759 esa función recayó en un tal Fernando Martínez, siendo el capellán Manuel AntomasEse año hay documentación de las cuentas y por ellas sabemos que el P. Antomas habría percibido dieciocho reales de limosna por las doce misas celebradas, a razón de real y medio la misa.

La documentación de ese año nos aportarán otras cifras y datos que ayudarán a recrear el modo en que se celebraba la fiesta. La festividad de Santa Bárbara cae el 4 de diciembre y por lo que se ve en Cárcar se hacía  por todo lo alto. La fiesta se iniciaba de víspera. Un nutrido grupo de personas subían a la basílica la tarde anterior para cantar las vísperas, y ya desde ese momento los cohetes voladores subían al cielo anunciando la fiesta. Una vez cantadas las vísperas se repartía en el exterior a los asistentes un cántaro de vino que consumían al abrigo de una hoguera preparada previamente. La fechas y la ubicación de la ermita requerían algo de calor adicional. 

La leña para alimentar el fuego también estaba incluida en los gastos. Ese año se le pagó un real al encargado de subir la carga de leña; tres reales más costó el cántaro de vino, y ocho las dos docenas de cohetes voladores. Unos pocos de estos se tiraban esa tarde y el resto eran para la fiesta del día siguiente, que subían ruidosos al cielo para regocijo de los asistentes.

El repique del campanillo situado en lo alto de la espadaña anunciaba que la hora del comienzo de la solemne misa era inminente. El cabildo parroquial en pleno, acompañado de autoridades y multitud de devotos llenarían el templo honrando a la santa de Nicomedia.

La fiesta implicaba también otros gastos: siete reales y medio para una “docena” de aceite que había consumido la lámpara,  y otros siete reales y medio por dos libras de cera consumida en las velas. El cabildo parroquial, que lo conformaba alrededor de siete u ocho sacerdotes, recibiría por la misa y procesión de ese día, dieciséis reales a repartir. 

En ese año se pagaron también setenta reales al carpintero Joseph de Asiain Brabo, “por el trabajo de hacer un atril y asientos para la basílica de San Blas”. Por este dato se deduce que existía otra ermita dedicada a la devoción de San Blas y gestionada por la misma cofradía, y al ser para dotación de mobiliario se entiende que la de San Blas era de reciente construcción. De ella apenas hay documentación y ni siquiera se conoce su lugar de ubicación.  

En el año 1767 Ramón Chocarro -que ejercía ya el cargo de administrador de Santa Bárbara desde hacía unos años-, presenta de nuevo las cuentas al capellán don Vicente Cardona. Los gastos fueron más elevados que en años anteriores ya que se hicieron algunos arreglos en la estructura cambiando una madera y dos vueltas del techo. Estos arreglos costaron diecinueve reales y veinte maravedís, mas otros cuatro reales que cobró el albañil, Juan Joseph Redondo por un día de trabajo, a los que habría que sumar trece reales más por el alquiler de una caballería que “la emplearon en aprontar yeso y agua”

No parece que estos arreglos fueran muy efectivos ya que pronto se tuvo que apuntalar de nuevo el techo de la ermita con dos maderas nuevas pues el tejado entero amenazaba ruina. Esas dos maderas costaron doce reales y nueve maravedís.
 
Dos años más tarde, en el año 1769, el deterioro obligó a levantar el tejado entero. Juan Manuel Sánchez y su aprendiz emplearon todo un día en hacerlo, y cobraron por ello cinco reales. La carpintería del tejado corrió a cargo de un experto carpintero local, Joseph Arbizu y Bravo; este era el maestro que meses antes había hecho la magnífica caja del órgano de la iglesia, así como la puerta de cancela sobre la que descansa.

Para componer dicho tejado el albañil, Juan Joseph Chocarro, empleó junto con un peón veintisiete días, por los que percibieron cincuenta y ocho reales; como Chocarro cobraba a razón de dos reales por día, al peón cobró los cuatro reales restantes. También trabajaron en la obra Manuel Mendoza y Francisco Hernández (este último era el ermitaño), que cobraron dos reales fuertes, el primero, y un real el segundo. En total, entre las obras y los gastos habituales, el desembolso de ese año de 1769 ascendió a mil ciento sesenta y siete reales y siete maravedíes

Con todas estas mejoras la ermita se fue manteniendo, y así siguió durante otros sesenta años más, hasta su definitiva desacralización. Llegado ese momento la imponente imagen de la titular, que presidía el retablo principal de la ermita, pasó en custodia a la iglesia parroquial, y ahí permanece, erigida en una peana junto al retablo del Corazón de Jesús. El campanillo que pendía de su espadaña también se reubicó en la parroquia, colocándose en el campanario con el resto de campanas.

Imagen de la santa que se encuentra en la iglesia parroquial.

La devoción a la santa protectora de las malas tormentas ha estado siempre presente en el acervo cultural y religioso de Cárcar. Esta devoción fue pasando de padres a hijos, principalmente mientras la agricultura era casi el único medio de subsistencia. En días de tormenta, al divisar los negros nubarrones que presagiaban malas aguas para los campos, y el temido granizo, los ojos de los carcareses se giraban hacia la ermita implorando la protección de Santa Bárbara: Santa Bárbara bendita (…), santa Bárbara doncella, líbranos de la centella…, rezaban las abuelas con inusitado fervor al sentirse los primeros truenos y relámpagos. La economía del año dependía de si la tormenta descargaba o no en los expuestos frutos que crecían lozanos en la fértil vega del Ega.

Vista panorámica con el Ega al pie de la foto.

A día de hoy una mole de hormigón destinada a depósitos de agua y un parterre con plantas aromáticas ocupan el lugar donde en su día estuvo la ermita. De ella no quedaron ni vestigios sobre el terreno. 


Depósitos de agua ocupando el lugar de la ermita de Santa Bárbara

No obstante, al haberse habilitado una zona de recreo y esparcimiento en este lugar es siempre un privilegio subir hasta este punto, ya que se divisa una panorámica de casi 360º. Un placer único que oxigena el cuerpo y eleva el espíritu. 


Lugar de sosiego donde descansar desde el lugar.

Sirva este trabajo como recuerdo de que en ese lugar y durante siglos hubo una ermita desde donde Cárcar veneraba a Santa Bárbara. Un pueblo creyente y de fe que se acogía con fervor a ella ante la llegada de tormentas. "Santa Bárbara bendita en el cielo estás escrita con papel y agua bendita..."

Investigación realizada por María Rosario López Oscoz

Imagen: Ermita de Santa Bárbara; del libro: Cárcar. Impresiones, oficios, anécdotas y fotos. Eduardo Mateo Gambarte. 2008. 
Fuentes: Archivo Parroquial de Cárcar.
GARCÍA GAINZA, María Concepción. Catálogo Monumental de Navarra. Volumen II. Merindad de Estella. Gobierno de Navarra. 1983.
DÍAZ DE RADA, Juan Antonio; MATEO GAMBARTE, Eduardo. Breve Historia Cotidiana del Siglo XX de Cárcar, pag. 128. Cárcar Historia, Vocabulario y Plantas. E. Gambarte, L.J. Fortún, J.A. D. de R., M.C. Pardo.

sábado, 2 de mayo de 2020

DOMINGO ANTOMAS, escritor y teólogo jesuita en Chile


Jesuita en la América indígena. Foto: Aleteia.org

La vida de este desconocido carcarés servirá para situarnos en singulares momentos históricos del siglo XVIII y en los tristes sucesos que de él se derivaron. Aunque no había noticias de él a su pueblo, el P. Antomas fue un jesuita muy conocido y reconocido en Chile y también entre los de su orden jesuítica. Ya en 1850, el sacerdote e historiador chileno José Ignacio Eyzaguirre apuntaba: "El nombre de Domingo Anthomas es muy célebre en la historia de Chile por los recuerdos venerandos que lleva consigo de virtudes preciosas y erudición espiritual vastísima"Tan rotunda frase me ha hecho pues indagar con entusiasmo sobre el personaje, y aquí está la semblanza que he confeccionado.

Domingo Antonio Antomas y Sádaba era hijo de Juan Domingo de Antomas y María Teresa Sádaba Martínez, esta última, hija de Joseph de Sádaba Piudo y Teresa Martínez Chocarro. 
Nace en Cárcar el día 13 de junio del año 1723 siendo el segundo de ocho hermanos. Hacia el año 1728, la familia se traslada a la población de Cortes de Navarra ya que el padre, Juan Domingo, que era de profesión escribano real, se iba a hacer cargo de la administración de los bienes de un noble llamado Antonio de Idiáquez y Garnica, duque de Granada de Ega, marqués de Cortes y Conde de Javier. Solo en Cortes, este señor poseía unas ocho mil robadas de regadío y diecinueve casas, a las que había que sumar innumerables bienes repartidos por todo Navarra, incluidos el Castillo de Javier, el Palacio de Cortes y el Palacio de los Reyes de Navarra de la ciudad de Estella, de cuya administración también se haría cargo el carcarés. 

Cinco años permanece la familia Antomas en Cortes, para regresar posteriormente a Cárcar donde nacerá el último de los hijos. Pero no van a permanecer aquí mucho tiempo, ya que para atender mejor los intereses del duque de Granada de Ega el escribano carcarés se instala con su familia en Pamplona. Para entonces, Domingo, el protagonista de este trabajo, había pasado su infancia y parte de su adolescencia en Cárcar, y una parte en Cortes.
 
Castillo de Cortes. Imagen: Diario de Navarra

Uno de los hijos del duque se llamaba Francisco Javier Idiáquez y Aznarez de Garro, que fue un jesuita muy notable, Rector, Provincial y propuesto incluso para General de los jesuitas. Es seguro que este personaje influyó en el ánimo y vocación de Domingo, que ingresa también en la Compañía de Jesús un 11 de abril del año 1739. Ambos mantuvieron contacto, especialmente en esa primera época de la formación del carcarés, cuando Idiaquez era profesor. Domingo hace el noviciado en Villagarcía de Campos (Valladolid) y emite los primeros votos el 12 de abril de 1741. Estudia filosofía en Palencia y Teología en la Universidad de Salamanca. 


Universidad Pontificia de Salamanca. Aula Magna

El día 10 de noviembre del año 1747, sin haber terminado todavía la carrera eclesiástica, Domingo Antomas se embarca rumbo a la América virreinal, recabando primero en Buenos Aires para llegar cinco meses más tarde, el 27 de abril de 1748 a Chile, donde recibe en Santiago las órdenes sacerdotales de manos del obispo Juan Bravo del Rivero.
 
Justo al año siguiente, el ya P. Antomas es nombrado profesor de Filosofía y Teología en el Colegio Máximo San Miguel de Santiago de Chile, dedicándose también con empeño a sus otras funciones como predicador y confesor. Por voluntad propia se ofreció al entonces administrador y gobernador del Reino de Chile, Antonio Guill y Gonzaga, para que le destinara a misionar a los indios promaucaes, y a la isla de Juan Fernández

Decía el padre Antomas que quería prestar auxilios espirituales a aquellos infelices que no oían jamás la Palabra de Dios por falta de sacerdotes porque nadie había ido allá a misionar. Su petición fue escuchada y allí se marchó, aunque su estancia se prolongó apenas un año. (Promaucaes llamaban los incas a los indígenas que no se querían someter a su dominio y que habitaban en una zona concreta de la Cuenca de Santiago, entre los ríos Maipo y Maule. 


Prototipo de etnia promaucae. indigenasenchile.blogspot.com 

Estando en esta misión el P. Antomas empieza a escribir. El primero de sus libros lo titulará Arte de Perseverancia Final en Gracia, para que las almas que aún no han pecado, y las que después del pecado hicieran verdadera penitencia en alguna Misión o Santos Ejercicios, puedan conservarse en gracia hasta la muerteEste libro, que consta de doscientas dos páginas, fue impreso en el año 1766 en la Imprenta de Lima de la calle de la Encarnación, y el autor carcarés se lo dedicó a la Virgen María Santísima de la Luz. Él mismo expresa los motivos que le movieron, tanto a misionar como a escribir este libro“inspirasteis también, poco ha, a nuestro muy ilustre Gobernador y vuestro gran devoto el señor D. Antonio Guill y Gonzaga, ya el que en este reino de Chile empezase a fundar algunas congregaciones en honor vuestro, como lo había hecho en otras partes, ya también para que enviase apostólicos misioneros a la isla de Juan Fernández donde, con ser bien grande la necesidad de sus moradores, jamás se había hecho misión alguna. Hicisteis, en fin, que para esta empresa fuese destinado éste vuestro inútil siervo y, allí, después de varios prodigios que obrasteis a favor de los pecadores, le favorecisteis de modo que, falto de libros, lleno de estorbos y sobrado de incomodidades, dispuesto este pequeño Arte que dirigieses a la final perseverancia”.


Portada de la última edición del libro del P. Antomas

La obra la dividirá en tres partes, de los que a su vez subdividirá en otros tres capítulos. En ella utiliza una esmerada redacción, empleando un estilo sencillo con objeto de ser entendido por todos. El P. José Toribio Medina afirma en su crítica al libro que“ilustrando sus doctrinas con ejemplos deducidos de los hechos ordinarios de la vida, habla con tono persuasivo y familiar; es amable y sabe seducir pues no se encuentran en su libro las amenazas del Infierno tan frecuentemente insinuadas por otros escritores de su índole, ni el prisma engañador de exageradas promesas…” . Se hizo de esta obra una segunda edición en Madrid en el año 1807. 


Contraportada del libro: Arte y Perseverancia....

De vuelta de la isla de Juan Fernández a la capital chilena, el P. Antomas escribe un memorial titulado: Relación del viaje a la isla de Juan Fernandez, y del fruto que de ella se hace. Este, que sería para conocimiento de sus superiores, no se llegó a imprimir, y tampoco la Colección de Sermones Panegíricos y Morales, que quedó en los archivos de la Orden jesuita. En la ciudad de Santiago de Chile el P. Antomas fue director espiritual de los monasterios femeninos de El Carmen y de Santa Rosa

Se sucederán ahora unos hechos que darán al traste con el futuro, no solo del Padre Antomas, sino de los cientos de compañeros de orden. Y es que en el año 1767, a propuesta del conde de Campomanes y por motivos meramente políticos, el rey Carlos III decreta la expulsión de los jesuitas de sus dominios, acusados de ser los instigadores del llamado Motín de Esquilache, acusación que al parecer era falsa, pero no les libró de que toda la Orden al completo tuviera que exiliarse, incluidos también los jesuitas que se encontraban en la España virreinal. 



Expulsión de los jesuitas. Grabado. revistamito.com

Por tan desgraciado motivo el Padre Antomas tiene que salir expulsado de Chile junto con  trescientos cincuenta y un jesuitas más. Este numeroso grupo chileno es traído primero a España para  ser trasladado posteriormente a Mantua y terminar en la ciudad de Imola, en los Estados Pontificios. Una vez allí todos ellos se intentaron adaptar a su nuevo y penoso estado, ocupando principalmente tareas de enseñanza. Pero como su situación era precaria, van poco a poco languideciendo ante la imposibilidad de ejercer su ministerio sacerdotal, ya que no se les permitía celebrar misa, ni administrar los Sacramentos, según otro decreto promulgado ahora por del Papa Clemente XIV.

CARTA DEL P. ANTOMAS A UNA DIRIGIDA
De este tiempo se conserva un documento inesperado. Estando en Imola, el P. Antomas escribe una carta dando respuesta a una penitente (quizá real, quizá imaginaria), que le pedía consejo. La carta, que pasó a la imprenta, iba dirigida a una señora marquesa a la que nombra con la inicial N, y de la que al parecer era capellán o director espiritual. Por lo que se desprende de su contenido, esta marquesa había ayudado al jesuita en los momentos delicados de la expulsión: "Muy señora mía y mi apreciada favorecedora. Cuando mi espíritu débil y cercado de pasiones suspira por los amables objetos que me hizo abandonar la providencia, puedo asegurar con verdad que no es V.S. (vuestra señoría) quien tiene menos parte en mi corazón. Llegué a España falto de conocimientos y cuando aguardaba todas las calamidades consiguientes a los hombres que vivían en desgracia del mejor de los Monarcas, V.S. con una generosidad digna de sus virtudes, auxilió a este miserable bendiciendo su nobleza los temores de la opinión pública"

Al parecer, la marquesa ya le había enviado otras misivas a Mantua, pero como ahora el P. Antomas había sido llevado a Imola no las había recibido. El P. Antomas deduce en la carta que la marquesa tiene una posición económica desahogada: "Bien veo que la ilustre casa de V.S. descolla entre los más altos capiteles de la opulencia de España"Viuda, en edad avanzada, sin hijos ni familia inmediata le manifiesta al jesuita su intención de recogerse en un monasterio para vivir de modo secular, y dejar sus bienes a cargo de su administrador "para disponer de ellos a la hora de su muerte según las piadosas intenciones que tiene meditadas" .

El P. Antomas aprueba la decisión manifestada por ella de ingresar en el monasterio "porque en el estado actual de la Europa me parece difícil la tranquilidad en el siglo; siempre los cumplimientos de etiqueta, debidos a la dignidad de los grandes señores, la conservación de ciertas amistades y tertulias, de que no se puede prescindir, etcétera, han sido los enemigos de la paz y el sosiego, con que, el estado actual de las cosas le hace casi imposible"Pero en cuanto al segundo de los puntos no opina lo mismo y ya le adelanta que será sincero: "Espere V.S. que he de hablarle con la mayor ingenuidad: este es mi carácter, y aunque por desgracia no lo fuera, mi edad, mi estado y mi delicado cargo en que V.S. me pone, me obligarían a responder sin disimulación ni miramiento". Seguidamente se mete en harina: "pero en cuanto reservar para el punto de la muerte las disposiciones que me anuncia, jamás será de mi dictamen". Y es que, según su opinión, cuando la persona está para morir es cuando menos lucidez tiene y más se puede dejar influenciar por otros: "crea V.S. y crea a un hombre que tiene bastante experiencia, que cuando uno está enfermo nada más resuelve que lo que tiene la codicia de sus parientes y allegados. Entonces, todo el mundo está solícito, porque casi todo el mundo es ambicioso". En cuanto al moribundo: "todas las facultades se reparten, ya entre los dolores que nos atormentan, ya en el amor a la vida que se va a perder, ya en la dura separación de las cosas que nos han poseído el corazón, y, sobre todo, en el temor del gran paso a la eternidad (...) Y a todo esto se une las sugestiones de los asistentes para acabarlo de oprimir. Todos tratan de su interés: cual hace uso de las lágrimas, cual supone más obligaciones mal fundadas, o que no existen, y hasta desde el ministerio de la Religión se abusa con fines ambiciosos".

Por todo lo cual concluye: "Decía pues, Señora, que nada hay mas peligroso que no aprovechar los momentos de salud y tranquilidad para formar unas buenas disposiciones. Esto es señora lo que me parece a la consulta de V.S.. Puedo haber errado por no comprender su mente, pero V.S. suplirá lo que faltare, o si juzgare útil podrá proponerme las objeciones que hallare conveniente".
  
La misiva, que llena veintiuna páginas, se custodia en la Universidad de Harvard, pero se puede leer completa en el siguiente enlace:
https://curiosity.lib.harvard.edu/latin-american-pamphlet-digital-collection/catalog/43-990039525800203941

OTROS LIBROS DEL P. ANTOMAS
Será en este escenario de Imola donde el P. Antomas escriba su cuarto y último libro, que ocupa en este caso ciento tres páginas y está centrado en el Apocalipsis de San Juan. Su título principas es: Christianus huius seculi. Traducido al castellano, 
el título completo sería: "El cristiano de este siglo, iluminado e instituido divinamente por la Carta de Nuestro Señor Jesucristo, escrita en el capítulo 3º del Apocalipsis a todos y cada uno de los Ministros de Dios, que por su cargo, instituto o caridad, tiene la cura de almas, y por ellos va encaminada a todas y cada una de las Iglesias de Cristo, Comunidades y Congregaciones". La expone el presbítero y teólogo señor Antomás.

De este libro se sacó en Bolonia una segunda edición en el año 1786 en la imprenta de Saxo.


Portada del librito Christianus...

Mucho debieron de sufrir en el exilio los padres jesuitas. En Bolonia, el P. Francisco Javier Idiaquez (su mentor antes citado), como Superior de la orden, intentaba paliar de algún modo la situación con las aportaciones económicas que le proporcionaba su adinerada familia; sin embargo, la angustia que les embargaba a todos ellos se intuye a través de las cartas. Algunas de ellas fueron escritas por el famoso teólogo chileno, P. Manuel Lacunza y Díaz (Santiago de Chile, 1731-Imola, 1801) que periódicamente escribía a su familia. El padre Lacunza había profesado en Chile en el año 1766, justo un año antes de decretarse la expulsión de su Orden. Lacunza fue una figura muy discutida, ya que inspirado en la corriente Milenarista escribió en Imola el polémico libro: La venida del Mesías en gloria y majestad, que en su momento fue prohibido por la Inquisición. 

A lo largo de esas cartas, Lacunza relata el  lamentable estado psicológico en el que se encuentran, y cómo era el transcurrir diario de sus vidas. Gracias a esto se puede saber también como se encontraba el fraile carcarés.  

Manuel Lacunza. Foto: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Asegura Lacunza que se sienten deshonrados, injuriados y calumniados: “nos vamos muriendo en silencio y en paciencia debajo de la Cruz”. El día 9 de octubre del año 1788, dirige una carta a su madre y a su abuela, donde apunta: Por acá todo está quieto respecto de nosotros. Todos nos miran como un árbol perfectamente seco e incapaz de revivir o como un cuerpo muerto y sepultado en el olvido: casi todas las cortes nos son contrarias, unas por un motivo, otras por ninguno. Entre tanto nos vamos acabando. De 352 que salimos de Chile, apenas queda la mitad, y de éstos los más están enfermos o mancones, que apenas pueden servir para caballos yerbateros/.../ Acaba de morir Ignacio Ossa, hermano de doña María, el otro hermano, Martín, ya murió cerca de tres años ha. Antomas, aunque siempre fue loco tolerado, ahora está del todo rematado, ha estado en la loquería pública, más como no es loco furioso lo tenemos ahora entre nosotros, aunque encerrado con llave, porque ya se ha huido. Cartas del Padre Manuel Lacunza.  pag. 215. Juan Luis Espejo.

Valioso documento que hiela la sangre y que revela que el P. Domingo Antomas se había vuelto loco, y que en su locura había intentado huir de su triste situación. 
En una de esas huidas llegó hasta Francia. Walter Hanisch Spínola, en su libro: Itinerario y Pensamiento de los jesuitas expulsos de Chile (1767-1815),  especula sobre este punto (seguramente de forma certera), “tal vez con deseos de llegar a Navarra su tierra natal”. Estremece pensar en las veces que se le pasaría por la cabeza huir buscando desesperadamente el amparo de su familia; aún cuando esto suponía arriesgarse a ser detenido y a perder incluso la pequeña pensión que tenían asignada. 

Sobrecoge también imaginarlo escondido y agazapado, corriendo con sigilo por montes y caminos, salvando todo tipo de obstáculos, buscando con anhelo llegar a Cárcar, su patria chica, y el amparo de los suyos. Pero lo cierto es que lo descubrieron y lo devolvieron de nuevo a Imola donde demente, y muy probablemente a consecuencia de su triste situación, acabó el P. Antomas sus días un 17 de enero del año 1792 a la edad de setenta años, según asegura Herman Schewember,  en el libro Las Expulsiones de los Jesuitas, o los Fracasos del Éxito.

La primera obra de Antomas: Arte de la Perseverancia Final en Gracia, se ha reeditado recientemente y se puede adquirir por medio de la empresa de comercio electrónico Amazon.

Es de suponer que Antomas escribía cartas a su familia, pero estas no se conservan. ¿Qué les contaría? ¿Cómo manifestaba a los suyos sus situación? Nada se sabe de esto.

Los padres de Antomas, Juan Domingo y Teresa, fundaron en Cárcar un aniversario de misas con limosna de medio ducado, y otro más para el día de la fiesta de Santa Teresa (15 de octubre), hipotecando para ese fin una casa de su propiedad que lindaba con la del herrero, Juan Laserna, y con la del padre de Teresa, en ese momento ya difunto, y que pertenecía a los herederos. Además, un hermano de Domingo fue durante años presbítero en la iglesia san Miguel de Cárcar, por lo que se deduce que la familia Antomas fue recordada en su pueblo hasta muchos años después de la muerte de todos ellos. 

Trescientos años después de su nacimiento, traigo a luz la semblanza de este misionero, escritor y sufriente jesuita que salió un día de su Cárcar natal y acabó desterrado y loco, añorando alcanzar su patria y el amparo de los suyos. 
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Investigación y redacción: María Rosario López Oscoz

Bibliografía:
-CALDERÓN DE PUELLES, Mariana. Contado con los Malvados. Retórica y Milenarismo en Manuel Lacunza. Universidad Nacional de Cuyo. 10 pag. 215 
-FERNÁDEZ ARRILLAGA, Inmaculada. Crónicas inéditas de Jesuitas expulsados por Carlos III (1767-1815). Universidad de Alicante. 2013. Pag. 85
-HANISCH ESPÍNDOLA, Walter. Los jesuitas expulsos en Chile 1767-1815. Andrés Bello. 1972. Pag. 123.
-SCHEWEMBER, Herman. "Las Expulsiones de los Jesuitas, o los Fracasos del Éxito. J.C. Saez, editor. 2005.
-SEPERIZA PASQUALI, Iván. Lacunza el Milenarista. Mundo Mejor nº 65. Quilpué, Chile. 2001.
-TORIBIO MEDINA, José. Historia de la Literatura Colonial de Chile. Tomo segundo. Imprenta de la Librería del Mercurio. Santiago de Chile. 1878.
-TORIBIO MEDINA, José. Imprenta en Lima. Educación. 2013. Pag. 570
-VIRTO IBAÑEZ Juan Jesús. Tierra y nobleza en Navarra (1850-1936). Gobierno de Navarra, departamento de Educación y Cultura. Año 2002

http://indigenasenchile.blogspot.com/2008/05/promaucaes.html
https://haimbhausenveas01.blogspot.com/2014/08/cartas-del-padre-manuel-lacunza-y-diaz.html
-http://www.fondazioneintorcetta.info/pdf/biblioteca-virtuale/documenti_1/Storni.pdf