miércoles, 23 de junio de 2021

MALAQUÍAS Y BALTASAR MARTÍNEZ, ABADES DE LEYRE


Monjes de la Abadía San Salvador de Leyre

Al menos dos monjes de Cárcar ocuparon la silla abacial de la abadía de Leyre en Navarra: Malaquías y Baltasar Martínez. Me ocuparé primero de fray Malaquías por ser de quien más documentación dispongo, pero tanto él como Baltasar pertenecían a la influyente familia Martínez de Cárcar que habitaron la gran casona situada en la calle Mayor y que se extiende por la travesía hasta el otro lado de la manzana. 

Fachada de la antigua casa Martínez, situada en la travesía de la calle Mayor. Las ventanas inferiores corresponden a la capilla particular que se utilizó también después mientras la casa sirvió de convento de monjas. 

Escudo de armas de los Martínez en la fachada de su casa de Cárcar.

Nace pues Malaquías en Cárcar (Navarra) alrededor del año 1705. En 1722 toma el hábito en la Abadía de San Salvador de Leyre, que en aquel momento perteneciente a la orden del cister, fundada por Bernardo de Claraval, y que concibió según la regla de San Benito. Como era costumbre, Malaquías había previamente donado cuatrocientos ducados a la Abadía, “para que con sus réditos se mantuviese encendida una lámpara delante de la imagen de Nuestra Señora”, según se lee en el Abaciologio Moderno de Leire (1501-1836), escrito en 1984 por José Goñi Gaztambide. Profesa Malaquías en 1726 y posteriormente es ordenado sacerdote con licencia para confesar y predicar. 
Asegura Tomás Moral O.S.B., que los monjes cistercienses no tuvieron demasiado notoriedad entre las órdenes religiosas: “haciendo honor a su nombre de monjes y cistercienses, apenas tenían proyección cultural, política o espiritual”.

Actual portada del monasterio de Leyre. Foto: José Luis Echechipía

No obstante dentro del cenobio tenían sus encomiendas y en ellas fray Malaquías se destacó. Era el cillerero o procurador, es decir, el encargado de la intendencia. Tenía bajo su potestad a un grupo de monjes en los que apoyarse siendo, por tanto, un cometido de responsabilidad; entre sus competencias estaba el abastecimiento de víveres, dirigir el servicio durante la comida, ocuparse de los huéspedes, a la vez que se encargaba de la supervisión de las obras que se pudieran llevar a cabo dentro del monasterio. 

Interior de la abadía de Leyre. Foto: Esther Cruz

El cargo de abad se renovaba cada cuatro años. Para proceder a su elección se convocaba a Capítulo General en el que se conformaba una lista con los nombres de tres de los monjes entre los que elegir. La terna se presentaba al Consejo del Reino de Navarra y de aquí pasaba al rey, que era el que tenía potestad de asignarlos, como Patrono que era del cenobio. Todos ellos debían ser  hijos profesos del propio monasterio “por ser mejores conocedores de sus  necesidades”, siendo el primero de la lista quien más opciones tenía de salir. 
El rey se encargaba también de nombrar abad en los otros monasterios cistercienses navarros de La Oliva, Iranzu, Marcilla y Fitero.
  
En el año 1744 tocaba elegir abad de Leyre y el primero en la terna era fray Malaquías Martínez, sustituyendo a su  paisano Baltasar Martínez de Cárcar. En general estos actos eran rutinarios y no suponían mayor sobresalto, pero en esta ocasión la cosa ni iba a ser así. De la propia abadía iba a salir una carta dirigida al rey y  firmada por una decena de monjes, “que dijeron ser las dos cuartas partes del Capítulo”, en la que malmetían sin ningún tapujo tratando de interferir en la elección de fray Malaquías, alegando entre otras cosas que este monje tenía "defecto de profesión, aspereza de genio e incontinencia". Este libelo llegó a manos del virrey y de ahí al Consejo. 

Dicha carta, “cuyo estilo, impiedad y tiempo la persuaden calumniosa” (según apunta el Abaciologio citado), no parece que gustara mucho al Consejo, respondiendo con unas consideraciones aplastantes en favor de Malaquías :“porque después de 22 años continuos de hábito religioso y asistencia continua a los actos de comunidad, coro, altar, refectorio y sala capitular, a tolerancia e interesencia de tantos, y todos monjes, que ahora, sin citación ni previa relación o queja en su congregación ni en su capítulo monástico, ni ante el diocesano, ni ante el metropolitano, ni ante el papa, lo acusen (…) es evidencia canonizada de calumnia y emulación, y argumento legal de la importancia de este monje y de la facción de sus acusadores”. Y añade: “Este religioso es sacerdote notorio, con licencias para confesar y predicar, sin otro título que el de su cogulla (ser monje)”. 

De la obra de Goñi Gaztambide. 

A pesar del rapapolvo a los firmantes del panfleto, el 10 de septiembre de ese mismo año, el Consejo Real, con la asistencia del virrey (Conde de Maceda) recomienda al rey que mande al Definitorio formar otra terna para Leyre. Sin embargo, Felipe V  no acepta la recomendación y el 2 de octubre de ese mismo año otorga a fray Malaquías Martínez la mitra abacial de Leyre para el siguiente cuatrienio.

Si el contenido de la misiva llegó a oídos de fray Malaquías la situación que se creó en la comunidad a posteriori tuvo que ser algo tensa, que solo la pudo rebajar el ascetismo propio de su estado y los votos de obediencia debida al abad. 

El cargo de abad iba ligado en ocasiones a otro más temporal. La Diputación del Reino de Navarra la componían los tres brazos seculares: el eclesiástico, el militar y el de universidades o civil. Para representar al brazo eclesiástico se designaba normalmente, o bien al abad de alguno de los monasterios navarros, o al propio obispo u otro clérigo importante. En abril de ese año de 1744 el cargo de Diputado del Reino en su brazo eclesiástico recaía en el abad de Leyre, a la sazón, Baltasar Martínez, paisano de Cárcar y seguramente pariente de Malaquías, que se encontraba ya próximo a concluir su mandato, traspasándolo a Malaquías cuando este le sucedió como abad
 
Dos años llevaba fray Malaquías  como abad de Leyre y Diputado del Reino cuando en 1746 fallece el rey Felipe V. Le sucede su hijo Fernando VI que eligió Pamplona para ser proclamado rey, en reconocimiento por haber apoyado Navarra a la casa de Borbón en el cambio de dinastía.
 
Por tan fausto motivo y para mayor realce, la Diputación de Navarra encargó al jesuita José Francisco de Isla que escribiera una crónica donde narrar los fastos y celebraciones que iban a tener lugar. Y así lo hizo. Tituló el escrito: Triunfo del Amor y la Lealtad, Día Grande de Navarra en la festiva, pronta, gloriosa aclamación del serenísimo catholico rey don Fernando II de Navarra y VI de Castilla.
 
Contraportada del libro de Francisco de Isla. Foto: SpheraMundi

La obra no iba a resultar lo que se pretendía. En la Gran Enciclopedia Navarra consta una crítica donde se dice que el texto del jesuita “no tiene gracia y abunda en torpezas gramaticales y estilísticas, pero demuestra conocer las interioridades de Diputación, en concreto las de la sesión de diciembre de 1746, y alaba al abad de Leire, Malaquías Martínez, y al diputado Ezpeleta, que criticaron y se opusieron a la gratificación acordada. El abad tenía motivo de resquemor, y Ezpeleta, los diputados y aun los navarros en general, también podían aducir sus motivos, porque para el jesuita “no eran hombres de escuela, pero sí escuela de hombres”, en otras palabras brutos, pero honrados”

Lo sorprendente del caso es que ni siquiera el Padre Isla estuvo presente en el los actos de proclamación, como tampoco lo estuvo el virrey, ya que ambos se encontraban en ese momento en Arguedas: el conde rumbo a Madrid, donde acababa de ser promocionado, y el jesuita porque había ido a despedirlo. Así que, como ni el rey estuvo en su propia proclamación, ni tampoco estuvo presnte el virrey, y ni siquiera el fraile cronista que debía relatar los hechos, escribió este la crónica de oídas, entreteniéndose en otros menesteres, como caricaturizar a los señores diputados.
 
Francisco de Isla. Foto: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

De este modo refleja el P. Isla el momento de aceptación de los festejos por parte de la Diputación: “Con efecto, el mismo día en que recibió la diputación la carta de su majestad, disparó volantes a los lugares donde tienen su residencia ordinaria los miembros ausentes de este ilustrísimo gremio…". Y tras larga introducción, apostilla: “Vuelvo a decir otra vez, y lo diré otras dos mil, que en los caballeros que componen la diputación del reino de Navarra, la nobleza es lo de menos; porque lo menos que son es lo que fueron sus abuelos, y lo más es lo que son ellos mismos. Escógelos todo el Reino junto en cortes, para fiarles las llaves de sus leyes, y para encargarles la custodia de sus fueros; que después de lo que adoran dentro de la custodia y lo demás que hay sagrado, es lo que mas veneran los navarros”.

Cripta del Monasterio de Leyre. Foto: Esther Cruz

Seguidamente comienza a citar a los diputados, empezando por fray Malaquías: “Y para que el cotejo no se haga a tientas, venga a noticia de todos que los diputados presentes del ilustrísimo Reino se nombran como se llaman. Y son: por el brazo eclesiástico el señor don Fray Malaquías Martínez, abad cisterciense del real monasterio de Leire: no dije bien real, quise decir celestial, empireal y angelical, aunque en este sentido también es real el monasterio de Leire; porque real y verdaderamente es esto, y mucho más, si es que puede ser más que esto. Sabemos por las historias, que sin salir, o a lo menos sin alejarse mucho de aquel monasterio, aprehendió un monje cómo se pasaba el tiempo en el cielo sin sentir; y que esto se lo enseñó un pajarito, a quien estuvo oyendo cantar el santo religioso con la boca abierta no más que trescientos años, que no se le hicieron tres minutos. Y esto, aunque es historia, no es cuento; que allí se está enterito y verdadero el mismo monje para defender cuerpo a cuerpo esta verdad. Hora bien: si los pajaritos que revolotean alrededor del monasterio son tan celestiales, los que andan dentro de sus claustros, ¿qué pájaros serán? ¿Y qué será el padre Abad? Será, tengan ustedes paciencia, que ya lo voy a decir:
Si su casa es Flos Sanctorum
allá desde luengos días,
el padre Don Malaquías
será el Abbas Abbatorum.
Per saecula saeculorum
dure su nombre también,
y viva, pues vive en
donde, sin miedo a vestigios,
se viven siglos de siglos.
Respondan todos: Amen".

Y seguía de este modo con el resto de diputados, echando pullas a diestro y siniestro, yendo de menos a más. 

¿Cabría la posibilidad de que, en el caso de fray Malaquías, el P. Isla hubiera tenido conocimiento de la conspiración de los frailes disolutos para evitar que saliera elegido abad, al decir eso de: “¿Qué pájaros serán?”.  Podría ser.

La cosa es que el libro sobre los fastos de la proclamación del rey no pasó desapercibido. Antonio Balsón, en su tesis sobre el Padre Isla, dice: El éxito del Día grande fue tal que Pamplona regocijó en la obra durante semanas antes de percibir la ironía tejida en el texto. Sintiéndose insultado, el pueblo pasó de la aclamación a la animadversión, hasta el punto que Isla hubo de huir: “fue tal el escándalo formado alrededor de la publicación del Día grande de Navarra, que se juzgó corría peligro la integridad física del P. Isla y a principios de 1747 su Provincial le insta a que abandone Navarra”.  

Y avalando lo referido al monje carcarés, añade: “el Diputado eclesiástico, Fray Malaquías Martínez, abad cisterciense del monasterio de Leyre a quien Isla describe con un breve poema, quizás por tratarse de un compañero religioso, es el diputado que menos pullas se lleva, quedando prácticamente ileso de la crítica isleña”.

Imagen de San Virila en Leyre. Foto: románicoaragonés.com

Tras este trepidante episodio, no mucho más he podido averiguar sobre la vida de fray Malaquías Martínez, tan solo que el 15 de noviembre del año 1745 recibió la visita canónica del vicario general de su Congregación, fray Joaquín Salvador, abad de Fitero, y que al término de su mandato, el 25 de noviembre del año 1748, fue sustituido por el abad anterior, el ya citado Baltasar Martínez de Cárcar. Al igual que Baltasar, también fray Malaquías fue propuesto en 1772 para un nuevo cuatrienio, ocupando en este caso el segundo lugar en la terna, saliendo elegido, como era de esperar, el primero de la lista, fray Antonio Pérez.

Interior de la cripta. Monasterio de Leyre. Foto: Esther Cruz

BALTASAR MARTÍNEZ, ABAD DE LEYRE
Sobre Baltasar solo apuntar que se trataría de Baltasar Martínez y de Robles, hijo de Manuel y María, nacido en Cárcar el día 15 de enero de 1701. El mismo abadologio antes citado dirá que fue designado abad de Leyre el día 14 septiembre 1740 y que  en la visita canónica que mientras su mandato realizó el vicario general y abad del monasterio de Valldigna, Luis Sanchís: “mandó que se nombrase en Leire lector de Moral, a pesar de que le habían informado que esto no estaba en práctica, y que el abad proseguía la fábrica de los cuartos viejos”. Lo que da cuenta de que en ese momento la abadía estaba en obras. También en ese documento se dice que en el año 1742 el abad carcarés permitió que en el coro se pudiera consumir “con mucho disimulo” tabaco, refiriéndose probablemente al rapé. A Baltasar le siguió, como he dicho, fray Malaquías y al cumplir su cuatrienio fue elegido de nuevo fray Baltasar abad por segunda vez.

Goñi Gaztambide dice sobre fray Baltasar: “si, como parece indicar su apellido, era natural de Cárcar (Navarra), el monasterio de Leire estuvo gobernado durante doce años seguidos por monjes de Cárcar”

Los archivos del monasterio de Leyre sufrieron la demoledora desamortización, al igual que ocurriera con muchos de los monasterios de España, por lo que encontrar más datos resulta complicado. De modo que, sin poder añadir más y emulando al jesuita Francisco de Isla, sirva este artículo como contribución para que a pesar de los siglos transcurridos perduren los nombres de los Abbas Abbatorum, fray Malaquías y fray Baltasar Martínez de Cárcar, per saecula saeculorum. Amén. 

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Investigación y redacción: María Rosario López Oscoz
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Quiero dedicar este artículo al monje benedictino carcarés Fray Francisco Javier Fortún Ardaiz, que mora desde hace más de cinco décadas en la  Abadía de San Salvador de Leyre, consagrando su vida a la oración y a la contemplación. Que suenen los ecos de las pisadas de estos carcareses por los pasillos de la secular abadía por siempre y que sus frutos perduren en el tiempo. 
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Bibliografía y fuentes:

-http://www.enciclopedianavarra.com/?page_id=11897. Voz Isla de la Torre y Rojo, José Francisco.
-http://www.enciclopedianavarra.com/?page_id=8175.Voz Diputado del Reino
-familysearch.org
-FELIPE MONLAU, Pedro. Obras escogidas del Padre José Francisco de Isla, con una noticia de su vida y escritos. Imprenta de la Publicidad. Madrid. 1850.
-GOÑI GAZTAMBIDE, José. Abaciologio moderno de Leire (1501-1836). Studia monástica, nº 26,2,1984. Págs. 795-96.