Médico vacunando a niño. Imagen tomada del artículo "Viruela, el ángel de la muerte". lavanguardia.com
Al doctor Vicente Martínez Monreal le
habría gustado nacer en Cárcar; lo hizo sin embargo en Pamplona el 23 de
enero de 1770 pues su padre, Santiago Antonio Martínez Chocarro, que
era carcarés y escribano real, había instalado en Pamplona su notaría y se
había casado con Juana de Monreal e Iriarte, una joven natural de Irurozqui de
familia de médicos.
Y digo que a Vicente le habría gustado nacer
en Cárcar, porque aquí conservó hasta su muerte la
hacienda familiar y un total de cuatro casas que mantenía al día de
tributaciones, además de pagar religiosamente a la parroquia las
misas de aniversarios por sus antepasados. En la documentación que
tuvo que aportar años después para ingresar en la Orden de Caballeros de
Carlos III, será el propio Vicente quien manifieste sin rubor ser natural de Cárcar: “1819 orden de Carlos III, Expediente de
pruebas del caballero de la orden de Carlos III, Vicente Martínez y de Monreal
Chocarro e Iriarte, natural de Carcar”. (PARES ES 28079.AHN//ESTADO-CARLOS_III.Exp.1779).
Vicente estudió Medicina en la universidad de Zaragoza donde se licencia. Regresa a Pamplona y su primera experiencia como médico la tiene en el Ejército, seguramente en el período de quintas. A continuación pasa a trabajar en la Comunidad de Capuchinos y en la
Casa de los Doctrinos de Pamplona. Los Doctrinos eran los niños
expósitos que habían salido de la época de crianza y los recogían en esa
casa hasta cumplir los doce años, edad en que tenían que salir para defenderse ya por su cuenta. Fue muy destacada la
actuación de Vicente en favor de este colectivo y que tendría presente hasta el final de sus días. En el año 1791 solicita
colegiarse en el Real Colegio de Médicos San Cosme y San Damián del Reino de
Navarra, institución de la que más tarde será su Vicepresidente y Diputado. Después será Juez y examinador en su Protomedicato.
Sin embargo, a lo que Vicente aspiraba era a ocupar plaza en el Hospital General de Pamplona. Los dos
primeros tanteos resultaron fallidos. Un primero al quedar vacante
la plaza que dejaba su primo Martín de Monreal, que se iba a Valladolid, y una segunda al morir el doctor
Miguel José de Munarríz y Gaztelu, su suegro, que tampoco consiguió.
Y es que Vicente se había casado en el año 1793, en la iglesia de San Saturnio, con Josefa Gila Munárriz y Atáun, hija del citado doctor
Munárriz que desgraciadamente muere muy pronto, no sin antes aportar un hijo al matrimonio, Santiago Pascual Ramón
Martínez Munárriz, que nace dos años más tarde, y que presumiblemente muere en fecha muy cercana a la de la madre (quizá ambos por alguna epidemia) pues del niño no hay rastro documental y sí
constancia de que para el año siguiente el doctor Martínez era ya viudo. Vicente estaba rodeado de
colegas médicos en su familia, tanto por la parte del apellido
Monreal, como de los Munárriz y de los
Ataun por la parte de su esposa. En ese año 1795 es admitido por fin en el Hospital General de Pamplona, probablemente ya viudo y sin su hijo.
VICENTE, UN INFLUYENTE MÉDICO DEL
HOSPITAL DE PAMPLONA
Se dice de él que procedía del cuerpo
de “médicos puros o médicos físicos”. A partir de su
ingreso en el Hospital General de Pamplona, las acciones que realice serán memorables:
-Fue Demostrador público de Anatomía;
en ese campo promovió las disecciones anatómicas, así como la necesidad de
hacer reuniones y conferencias quincenales entre médicos y cirujanos del
hospital.
-Impulsó diferentes reformas para mejorar la vida de los niños expósitos, tan abundantes entonces como
desprotegidos, algo que caló en él hondamente.
-Se mostró muy preocupado, y así lo
manifestaba, por las fiebres que presentaban los enfermos una vez ingresados en
el hospital y la morbilidad producida por esta causa, cosa que llevó a
estudio.
-Por motivos de salubridad, advirtió en
un comunicado al Ayuntamiento de Pamplona de la necesidad de enterrar los
cadáveres en cementerios al aire libre, en contraposición a la costumbre de
hacerlo en el interior de los templos. Iniciativas todas ellas innovadoras para
la época que muestran el espíritu abierto de este médico.
PIONERO EN LA VACUNACIÓN
CONTRA LA VIRUELA EN NAVARRA
No obstante a esto, por lo que verdaderamente destacó el doctor Martínez fue por ser el pionero
en la introducción de la vacuna contra la viruela en Navarra, que le llevó a
publicar en el año 1802 uno de los primeros tratados españoles sobre el tema.
Esta revolucionario método lo había descubierto en 1796 el británico Edward Jenner y supuso un
hito en la historia de la medicina y la salud pública mundial. El virus de la
viruela segaba cada año la vida de miles de personas en el mundo (se calcula que
fueron más de mil quinientos millones a lo largo de la historia) y el descubrimiento
de Jenner se postulaba como el más eficaz remedio contra este azote, en contraposición a anteriores e insuficientes métodos. A pesar de esto, como cualquier otra
innovación que se precie, en sus inicios contó también con escépticos, pero después de rigurosos estudios y ensayos el doctor Martínez lo implantó y lo impulsó con firmeza.
Las primeras vacunas que llegaron a
España entraron por Cataluña, en diciembre de 1800, para pasar enseguida a la Corte de Madrid. Carlos IV estaba muy interesado en el tema de
las viruelas ya que desde generaciones este virus había atacado sin piedad a
muchos miembros de la familia real.
Antes de llegar las primeras vacunas a España, el doctor Martínez se había interesado por medio de sus colegas extranjeros sobre los
procedimientos a seguir, por lo que en cuanto supo que ya había llegado a España, volvió a escribir tanto a médicos madrileños como parisinos, pidiéndoles detalles y haciendo hincapié en que se le informara de los resultados que se estaban dando.
Tras conocer las respuestas de los
expertos, no se precipitó en publicar nada que se basara solamente en
experimentos ajenos: “Si yo me propusiera reproducir en mi obra todo lo que han escrito
sobre esta materia los Físicos extranjeros, adquiriría tal vez una mayor
consideración, pero no llenaría, ni mi deseo de ser original, ni el de formar
la opinión publica…”; siendo consciente además de que “el pueblo se convence más fácilmente por lo que él mismo ve y
experimenta que por las noticias que le vienen de países remotos”. Por eso,
venciendo su inicial escepticismo y habiendo estudiado, practicado y concluido
en dictamen favorable, “me creí obligado
a introducir en mi país nativo una inoculación: que debe prevenir, y aún
extinguir si se generaliza, las funestas conseqüencias de las viruelas”.
Esto le supuso pasar por toda clase de “zelos,
rivalidades e indecentes calumnias a que se expone el Inventor o propagador de
una práctica nueva aunque sea de una utilidad incontextable”.
Dos colegas médicos del Hospital
Militar, los doctores Bizarrón y Osacar, eran escépticos a la vacuna y se encargaron de poner en contra a la opinión pública. A pesar de las evidencias, “aún hoy día niegan las ventajas
que reconoce el mundo sabio en la antigua inoculación”. Sin embargo, el doctor Martínez contaba con el apoyo de la Junta del Hospital General, y el de don Joaquín Javier de Úriz y Lasaga, uno de los principales miembros de la Junta del
Hospital además de “ilustrado
Eclesiástico, Dignidad de esta Catedral, y declarado protector de las vidas de
los Niños Expósitos”. Esto le facilitaba a la hora de recibir autorización
para tomar alguno de los niños de la Inclusa para iniciar las primeras
vacunaciones. Esta práctica sería hoy en día impensable, pero en aquel momento, y debido a la reticencia de los padres en que se vacunaran sus hijos,
utilizaron en todos los casos a estos niños, algo que la comunidad científica, y
la humanidad entera no podrá agradecer lo suficiente.
PROCEDIMIENTO QUE SIGUIÓ LA VACUNACIÓN
Para septiembre de 1801 ya le había llegado al doctor Martínez, por mediación de los médicos
corresponsales de la Junta de París y Madrid, fluido vacuno, que junto con su colega Mateo López procedió a un primer ensayo en los primeros cuatro
niños expósitos que, por diversas causas, no funcionó. De aquellos niños se conocen apenas
sus nombres: Ciriaco, Petra, Fermina y Luis, todos ellos de edad de cinco años,
salvo el último que tenía solo tres.
Tras su viaje a Francia para instruirse,
Vicente regresa y enseguida tiene noticias de que en San Sebastián se estaban ya
poniendo las primeras vacunas; rápidamente traslada a la Junta una petición
insólita: que se le permita viajar a la capital guipuzcoana llevando consigo a
dos niños “para vacunarlos brazo a brazo”;
la Junta dio su autorización “habiéndola
puesto en práctica con el mejor suceso”.
Vacunación brazo a brazo. Foto: mujeresenlahistoria.com
Feliz por el éxito obtenido, es a
partir de este momento cuando verdaderamente empieza a extenderse la vacuna en
Navarra y así lo confiesa él mismo: “El fluido vacuno conducido por
estos niños es el que primero y con más extensión se ha propagado por
varios pueblos de este Reyno y otras provincias de la Monarquía, habiendo
procurado espontáneamente transmitirlo con preferencia a los pueblos atacados
de las viruelas, entre los quales fue la ciudad de Sangüesa la que más llamó mi
atención”.
En vista del alcance del experimento,
el doctor Martínez envió una nota a la Gaceta de Madrid para dar noticia del
hecho y de la acogida que estaba teniendo en Navarra. A la vez de esto, sigue
diciendo Martínez: “propusimos López y yo
a la Junta del Hospital general que todo el producto de la vacunación fuese
aplicado en beneficio de los Niños Expósitos”. La propuesta no se admitió, “pero justifica a lo menos de la nota de
interesados con que algunos mal intencionados han tratado de calumniar nuestro
zelo”, doliéndose de este modo y
manifestando los afanes y sufrimientos por los que tuvieron que pasar
hasta la culminación del proyecto.
Todo lo expuesto en el citado Tratado Histórico-Práctico de la Vacuna demuestra
que fueron los trabajos y desvelos del doctor Martínez los precursores de un
procedimiento que salvó miles de vidas humanas, no solo en Navarra, sino
también en otras regiones. Y añade: “no
satisfecho mi amor a la humanidad de haber movido estos resortes, solicité la
protección de la Ciudad con el doble objeto de propagar la Vacuna en todo el
Reyno y de hacer las contrapruebas con mayor solemnidad, y con acuerdo suyo le
presenté un plan para realizar ambos fines”. Para hacer esto efectivo, se le presentó la
ocasión gracias a un soldado del Regimiento de África contagiado de viruelas
naturales que estaba ingresado en el Hospital Militar. Pasó rápidamente a verlo
y enseguida pidió a la Junta del Hospital General que le dejase algunos de los
niños vacunados para hacer las contrapruebas. La Junta accedió y “acompañado de todos los Físicos del
Hospital, y con asistencia de los del Militar, se practicasen estos ensayos”, cuyos
resultados no pudieron ser más óptimos.
Tras todo lo estudiado y practicado sobre la
vacuna, el doctor Martínez se decidió ya a escribir; pidió de nuevo datos y
observaciones a todos los Físicos Vacunadores navarros para unirlos a los
suyos, y con todo ello elaboró el ya nombrado: Tratado Histórico-Práctico de la
Vacuna, de cuya introducción me estoy sirviendo ahora para ilustrar este trabajo. Este tratado se imprimió en Madrid en la Imprenta de Benito Cano en el
año 1802. Advertía Vicente de que si se hubiera limitado a escribir, basándose
solamente en el estudio teórico de la vacunación, “hubiera
sido mi obra tal vez la primera que hubiera salido al público; pero apartando
de mi esta idea pueril, me dediqué primero a formar mi opinión”. Retrasar
su publicación hizo que algunos se le adelantaran, o fueran a la par; ese mismo
año de 1802 un médico de Puente la Reina (Diego de Bances) publicó también su
tratado, aunque en vista de esto, se podría deducir que sus estudios se basaron a
partir de la recepción de la vacuna que le había proporcionado el Hospital
General gestionada por el propio Vicente.
Portada del importante Tratado de la vacuna contra la viruela que el doctor Martínez escribió y publicó en 1802
El párrafo final del discurso al tratado
de Martínez Monreal no puede ser más elocuente al señalar sus motivaciones: “He indicado algunos de
los trabajos que me he tomado para ser útil a mis paisanos, y si he llegado a
lograrlo, me creeré bien recompensado de mis tareas, puesto que el blanco de
mis operaciones ha sido toda mi vida el de ser útil a mi patria”.
Discurso preliminar al Tratado Histórico-Práctico de la Vacuna escrito por Vicente Martínez.
Tampoco la propagación de la vacuna fue
sencilla, ya que será en ese momento
cuando verdaderamente empiecen las dificultades para convencer a los padres de que
dejen vacunar a sus hijos. El propio Vicente asegura, que en la zona de la
Montaña navarra el éxito fue muy notorio, con un porcentaje de vacunación muy
elevado, pero no así en los pueblos grandes de la Ribera donde la acogida fue menor: “La desconfianza, el escepticismo y, lo que es peor, la ignorancia, la
envidia y la malevolencia, frenan y retardan el desarrollo y la difusión de la
vacuna” (Susana Ramírez Martínez "Dos textos didácticos destinados al adoctrinamiento de la población poblana en favor de la vacuna de la viruela").
Es por eso que en el mismo Tratado, el propio Vicente hace
un llamamiento, no solo a los padres sino también al
clero, consciente de la influencia que estos ejercían en el pueblo llano. Los
términos que emplea son de una contundencia y vehemencia que no deja lugar a
dudas: «Y vosotros, Ministros
respetables del Altar, vosotros, a quienes los conocimientos que exigen las
augustas funciones de vuestro Ministerio, os han puesto en estado de conocer
mejor que el Pueblo la importancia de esta materia, emplead vuestras luces y
ascendiente en el interesante proyecto de conaturalizar un descubrimiento por
todos los aspectos de mayor utilidad. Si vuestros avisos particulares no tienen
toda la eficacia para este fin, dadles el carácter público y sagrado que os
proporciona la primera obligacion de vuestro destino. Aconsejad la Vacuna y
predicadla si es preciso» (Tratado de la Vacuna. pp. 113-114).
Se calcula que solo en el siglo XX la
viruela causó la muerte a más de trescientos millones de personas en el mundo; estos
trabajos iniciales supusieron pues un hito que culminó en la total erradicación
del virus en el año 1980. La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) lo
comunicó al mundo con esta contundente declaración: “Declara solemnemente que
el mundo y todos sus habitantes han conseguido librarse de la viruela,
enfermedad sumamente devastadora que ha asolado en forma epidémica numerosos
países desde los tiempos remotos, dejando un rastro de muerte, ceguera y
desfiguración, y que hace tan solo un decenio abundaba en África, Asia y
América Latina”. (Organización Mundial de la Salud. 8-5-1980)
Cartel de 1980 en que la OMS anunciaba que la viruela estaba erradicada en el mundo.
MÉDICO DE PRESTIGIO
Martínez Monreal fue también socio de
la Real Academia de Medicina de Pamplona; en el año 1804 fue nombrado médico
del Ejército y de la Ciudadela. Una carrera meteórica la suya que no dejará de ir a
más. En febrero de 1808 unos tres mil soldados franceses entraron en Pamplona
sin encontrar resistencia. A todos ellos se les debía dar acomodo y comida, también asistencia médica. Estos soldados
ocuparon una parte del Hospital y Vicente obtiene permiso para, en sus horas
libres, atender a los que estaban enfermos. Sin embargo, será poco el tiempo
que emplee en este cometido, ya que enseguida tiene que abandonar Pamplona.
Seguramente a consecuencia de su fama, es nombrado en Madrid médico de la
Cámara Real de Carlos IV, con la tarea de hacerse cargo de la salud de los
infantes Antonio Pascual y Carlos. El infante Antonio era hermano del rey Carlos IV, y el infante Carlos no era otro que Carlos María Isidro,
hijo de Carlos IV y hermano del que sería Fernando VII, pretendiente al trono a
la muerte de este y causante además del surgimiento de la facción carlista que
originó la guerra.
VICENTE MARTÍNEZ, MÉDICO DE LA CÁMARA
REAL
La fama del doctor Martínez Monreal traspasa
pues las fronteras del Viejo Reino, pero lo hace en un momento muy delicado.
Napoleón se hace con el trono español y saca a Carlos IV y a su esposa de
España y los envía a Bayona. Seguidamente hace lo mismo con el príncipe
Fernando y los dos infantes citados, que son conducidos también al mismo lugar. Era el día 10 de abril del año 1808. Una vez en
Bayona, Carlos IV firma el tratado por el cual cede a Napoleón la Corona de
España; Fernando por su parte, firma también su renuncia a reclamar su derecho y seguidamente es conducido al
castillo de Valençay (en la zona central de Francia), junto con su tío y
hermano, acompañados de una pequeña corte de servicio; entre ellos iba el
doctor Martínez Monreal en calidad de médico. Al propio tiempo empezaba en España
la sublevación del pueblo que acabó años más tarde con la expulsión de las
tropas francesas de territorio español
Grabado. Iglesia tomada como hospital de campaña. Colección particular de la Sociedad de Amigos de Laguardia.
DESTIERRO EN VALENÇAY recluidos
huéspedes forzados
Al parecer de algunos, la vida en
Valençay a donde fueron conducidos no les era demasiado incómoda; Talleyrand,
dueño del palacio que los acogió, escribe así a Napoleón: “los recién llegados se encuentran bien acomodados y distraídos ya que
tienen todo lo que pueden desear”. Seguramente los forzados inquilinos no
opinaban lo mismo ya que se les fueron recortando paulatinamente las
asignaciones económicas prometidas, lo que les obligaba a vivir cada vez más austeramente.
Mientras tanto, ni la Junta General de España, ni posteriormente la Regencia,
reconocieron a José Bonaparte, impuesto por Napoleón, y en varias ocasiones se intentó
rescatar a los príncipes de un exilio en el que estaban estrechamente
vigilados.
Poco a poco y en varias remesas,
Napoleón fue apartando y privando a los príncipes de sus más leales
colaboradores, colocando en su lugar a personal francés de su confianza, que
les espiaban en todas y cada una de sus acciones. En marzo de 1809, Fouché, ministro
de Policía, hace salir del castillo al grupo más numeroso, un total de treinta
y tres personas entre ayudas de cámara y adjuntos. Entre ellos iba el doctor
Vicente Martínez, y también el Marqués de Ayerbe. Este último había estado cumpliendo
funciones de Mayordomo Mayor Interino.
INTENTO DE RESTATE A LOS PRÍNCIPES Y
MUERTE DEL MARQUES DE AYERBE
La intención de Napoleón para este
grupo que salía de Valençay era obligarles a volver a España con el objeto de
que apoyaran al rey, su hermano, bajo amenaza de confiscación de
sus bienes. Tras salir de Valençay, dieciocho días estuvieron estos treinta y tres individuos retenidos
en la ciudad francesa de Auch antes de pasar a España. Una vez aquí, la mayor parte intentaron no
dejarse ver demasiado. La inclinación de algunos de estos leales a Fernando era clara: rescatar
como fuera al príncipe y a los infantes. Hasta ese momento las tentativas que
se habían llevado a cabo no estaban dando resultado, pero ahora lo iba a propiciar también al
marqués de Ayerbe, aquel que había salido de la fortaleza gala junto al doctor
Martínez. El plan que ideó resultaba para algunos costoso, algo rocambolesco y
arriesgado, por lo que encontró dificultades para conseguir apoyos. Para
facilitarlos tuvo que alistarse en el ejército y, poco a poco, fue fraguando el
plan. Un barco les esperaría en Nantes y se encargarían de recoger a los
príncipes que traería de Valençay. Para ayudarle en este cometido, le
asignaron un capitán de infantería llamado José Wanastron. y, disfrazados ambos de
arrieros y con el soporte de dos mulas y un guía de la zona, emprendieron el
temerario proyecto que les haría recorrer abundantes leguas expuestos a toda
clase de peligros. El riesgo se acentuaba al tener que llevar consigo una gran
cantidad de dinero necesario para el plan; dinero que por otro lado tanto les
estaba costando conseguir. La ruta era llegar a Ezcaray y, de aquí, pasando por
Cenicero y Mendavia intentar llegar a Sangüesa para, por el Roncal,
atravesar la frontera.
En este punto da la sensación de que el
recorrido resulta algo forzado, pues una vez en Mendavia van a ir a Cárcar para
seguir camino hacia Lerín, cuando lo lógico habría sido tomar otra ruta
más corta. Y aquí me surge una pregunta: ¿A su vuelta de Francia, había buscado
refugio el doctor Martínez en su casa familiar de Cárcar, y el marqués de Ayerbe
lo sabía y por eso buscó pasar expresamente por allí con ánimo de
entrevistarse con el médico, y conseguir ya de paso una aportación económica
para la causa? De ser esto así la ruta elegida cobraría mayor fundamento.
Además, de este modo, Cárcar podría resultar un lugar ideal de pernocte pues la casona de
Vicente ofrecía máxima intimidad, ya que disponía de un amplio patio de caballos
interior donde poder accionar a discreción, ajenos a miradas perturbadoras.
¿Tomaron entonces el marqués de Ayerbe y el capitán Wanastron esa ruta a conciencia? Nada de eso dicen las crónicas, pero
lo cierto es que los “falsos arrieros”, enseguida de dejar la muga de Cárcar y
adentrarse en la de Lerín, fueron interceptados por dos soldados a la altura del
corral de Usón (término de Lerín) que, desconfiados, los asaltaron para después
matarles y quitarles todo el dinero que llevaban. El guía logró huir pero
este tuvo que ser totalmente ajeno
a la identidad y la misión de sus acompañantes. Entonces, ¿quién
sabía quienes eran estos personajes camuflados que estaban pasando por esos parajes, y poder construir así después una crónica tan precisa como la que se hizo? Porque si se supone que iban camuflados, bien pudieron haber pasado estos hechos totalmente desapercibidos, máxime en tiempos de
guerra. Y es complicado que se relatara esta crónica salvo que alguien muy próximo al lugar, y
conocedor de todo el entramado, pudiera después haberlo contado; y ese alguien pudo ser perfectamente el doctor Martínez. Las noticias en los pueblos corren rápido y pronto pudo este ser conocedor del suceso y sospechar
enseguida de que los dos desgraciados "arrieros" asesinados eran el marques y el oficial que le acompañaba.
Incluso pudo acudir sin demora al lugar de los hechos y dar
cuenta más tarde del suceso relatándolo con todo lujo de detalles, máxime por
su condición de médico. Sea como fuere, la
torre de la iglesia de Cárcar fue en esa triste tarde la última imagen que el marqués de Ayerbe pudo ver allá en la lejanía antes de
morir, y el auxilio en tan trágicos momentos de un amigo, el anhelo de
salvación que no llegó.
Monumento al Marqués de Ayerbe en Lerín. Foto: Charo López. Texto de la lápida, casi ilegible por el paso del tiempo: "El S. D. Pedro María Jordan de Urríes marqués de Ayerbe y el capitán José María Wanastron, comisionados de S.M.D. Fernando 7 para liberarlo de su cautiverio en Valençay. Cuando iban a verificarlo fueron en este sitio asesinados el día primero de octubre del año 1810 a media tarde, por una partida armada del exercito que los buscaba con este intento. Sus cenizas fueron trasladadas a Zaragoza en 1813 y el actual marqués del mismo título, hijo primogénito del finado marqués, le consagra este fúnebre monumento".
SE RESTAURA LA MONARQUIA Y EL DOCTOR
MARTÍNEZ ES RECOMPENSADO
Nunca pues se consiguió liberar a
Fernando de su destierro en Valençay por estos medios; mientras tanto en España la guerra seguía su curso. El ejército español derrota a los franceses que son
expulsados junto a José Bonaparte, el “rey intruso”. Llegados a este punto, Napoleón firma con el príncipe Femando el llamado Tratado de Valençay
reconociéndole como rey de España. Era finales del año 1813. En mayo del año siguiente llega Fernando VII
triunfante a España y restaura la monarquía de los borbones. El monarca se apoya
entonces en sus más cercanos, y gratifica especialmente a los que le habían sido
fieles durante su cautiverio.
El doctor Martínez fue distinguido
también con otras cruces: la Cruz por los Sufrimientos por la Patria, la de los
Prisioneros Civiles por la Patria, la de la Flor de Lis de Luis XVIII y algunas
otras más que expresa el doble etcétera de los documentos de la época, y que de momento no he podido desentrañar. Todas
ellas colgarían de su vestimenta en fiestas, recepciones y en cuantas ocasiones lo exigiera el
protocolo.
A partir de este momento, Vicente adquiriere aún mayor relevancia como médico, y pasa a asumir abundantes cargos políticos
relacionados todos ellos con la Medicina. Al proclamarse Fernando VII rey España, recupera
todo lo que las Cortes de Cádiz de 1812 habían suprimido y vuelve al régimen
anterior. En septiembre de 1814 restablece las Reales Juntas Gubernativas de
Medicina, Cirugía y Farmacia, tal y como estaban en 1808. En ese año Vicente ya
consta miembro de dicha junta como segundo médico de
Cámara.
VICENTE CONTRAE SEGUNDAS NUPCIAS Y OCUPA MAS CARGOS IMPORTANTES
El doctor Martínez continuaba estando viudo pero viendo que la situación política se estabilizaba decide casarse de
nuevo. En el encierro de Valençay había entablado amistad con el tesorero
particular del infante Antonio Pascual, ya que ambos estaban a su servicio.
Este señor se llamaba Felipe Baños Oyarzabal y tenía una hija llamada Petra
Prisca Baños Navarrete. Ella era mucho más joven que él, veintiún años les separaban, pero al parecer eso
no fue obstáculo para entrar en
relaciones. Es probable que dada la amistad existente entre el médico y Felipe
Baños la pareja se hubiera conocido antes de la boda, pero también cabe que el
enlace se concertara sin previo conocimiento físico de ambos. La boda tuvo
lugar en Madrid en septiembre de 1815. Él tenía 45 años y ella 24. Dos años más
tarde nacerá Pedro, el primero de los hijos.
En noviembre de 1818 Vicente asciende al primer puesto como médico de la Cámara
Real de sus Majestades y sus Altezas Reales, y enseguida es nombrado Presidente de
la Junta Superior de Medicina y de las
Reales Juntas Gubernativas de Medicina Cirugía y Farmacia. Representando la especialidad de cirugía estaba también Francisco Javier de Balmis, el médico español
que dirigió en 1803 la llamada Expedición Filantrópica de la Vacuna, que se
encargó de llevar la vacuna contra la viruela a América, por lo que Balmis y
Martínez Monreal, además de colegas y coetáneos, mantenían también contacto
profesional.
En diciembre de ese año de 1818, el rey nombra a Vicente Consejero
de la Real Hacienda, y, a un tiempo, Presidente de la Real Academia Médica
Matritense (equivalente a la actual Real Academia de Medicina). Para el año
1820 será ya el Decano de las Reales Juntas Gubernativas de Medicina.
Para más abundamiento, Martínez se
encargará de presidir el Tribunal de Exámenes de la Real Academia Médica de
Madrid, y será a su vez Director del Real Estudio de Medicina Práctica. Por si esto
fuera poco, también será nombrado Inspector de los Baños y Aguas Minerales del
Reino. ¡Cuántos honores se han acumulado sobre la cabeza de este médico
famoso!, dirá entonces maliciosamente un médico francés, inventor de una
máquina de baños de vapor y al que no gustó el escaso interés que este
artilugio despertó en el doctor Martínez.
Ibidem.
Grabado de Alejandro Blanco, grabador de Cámara y dibujado por José Ribelles, pintor y dibujante. Fuente: Guía Político y Militar de 1821
CABALLERO DE LA ORDEN DE CARLOS III
Fernando VII. Grabado realizado por Rafael Esteve, grabador de Cámara y pintado por Francisco Lácoma. Guía Político y Militar de 1821
Con motivo del matrimonio de rey con su tercera esposa, María Josefa Amalia de Sajonia, celebrado el 20 de octubre de 1819, concedió el monarca nuevas gracias que iban también a beneficiar al doctor Martínez: “Digo que el Rey nuestro Señor que Dios guarde, se ha dignado agraciarle con la Real y distinguida Orden Española de Carlos Tercero”.
Esta orden nobiliaria, creada por Carlos III, abuelo del
rey, aglutinaba a caballeros distinguidos del cuerpo colegiado de la nobleza de
Madrid; es decir, la flor y nata de la nobleza española, por lo que no se
accedía a dicha élite de cualquier modo, y así se lo expresaban: “Para condecorarse con ella necesita hacer
las pruebas correspondientes de nobleza, cristiandad, buenas costumbres,
legitimidad y limpieza de sangre y oficios por sí, sus padres, abuelos y
bisabuelos paternos y maternos en primera y segunda línea”. A Vicente no le
iba a resultar difícil demostrar su ascendencia noble ya que los Martínez de la
villa de Cárcar habían defendido su hidalguía y la habían ganado en juicio
contradictorio en el año 1517, "y en cuya iglesia parroquial tenían su capilla con sus armas e insignias según uso, fuero y costumbre de las casas nobles de dicho reino" (Nobiliarios de los reino y señoríos de España. Francisco Piferrer. Vol.5. 1859).
Cruz de Caballeros de la Orden de Carlos III. Foto: Wikipedia
Pero para tramitarlo estaba
todo el engorroso papeleo que necesitaba presentar, por lo que delega en otros
ese cometido: “Por tanto, no
permitiéndosele sus muchas ocupaciones dedicarse por sí mismo a la práctica de
las diligencias conducentes, otorga todo su poder cumplido y tan bastante como
legítimamente se requiere a don José López Bailo, vecino de la villa de Cárcar
en Navarra, para que en su nombre y representando su propia persona las lleve a
cabo”. José López Bailo era un carcarés, también hidalgo, que vivía en la
casa armera de la Plazuela (plaza Marín Sola), aquella donde más tarde moriría
(contagiada precisamente de viruelas) la hija del general Zumalacárregui
que tan explícitamente se ha relatado ya su vida en uno de los post de este blog.
Pone pues López Bailo en marcha toda la
maquinaria burocrática local. Para llevarla a cabo, convoca al alcalde, juez,
párroco y testigos correspondientes, que legalizaría a un tiempo el escribano, licenciado
José Corroza. Cada uno de los testigos aseguran conocer a Vicente y a toda su
familia: “dice que desde sus primeros
años conoció y trató al S. D. Vicente Martínez de Monreal hasta el de 1808 en
que pasó a Francia de primer médico de cámara del Rey Nuestro Señor, y sabe que
es natural de esta villa, hijo legítimo y natural de…” y siguen diciendo, que tanto Vicente como su hermano Cristóbal “poseen
una casa heredada de su padre Santiago y otra de su madre Juana, y se hallan de
tiempo que no alcanza la memoria, y sobre las portadas principales sus
respectivos escudos de armas e insignias de noblez por sus dos apellidos de
Martínez y de Monreal, una en la calle Mayor, de su padre y la otra en la calle
Costanilla (Ontanilla?) de su madre”. Tras unir López Bailo toda la documentación,
que incluía partidas de nacimiento, matrimonio y testamentos, la envía al doctor Martínez que presenta junto con las consiguientes verificaciones y que culminarán con el visto bueno del Consejo de la Orden.
Firmas y aprobación final como Caballero de la Orden de Carlos III. Portal de Archivos Españoles. ES. 28079.AHN//ESTADO-CARLOS_III. Exp. 1779
Llama bastante la atención algunos errores
notables que se cometen en la documentación. Diego Martínez, un antepasado de Vicente por
la línea de Cárcar, había sido inquisidor y gobernador del Condado de Lerín, y era
cierto que su padre, abuelos y bisabuelos habían estado insaculados en la bolsa
de alcaldes y regidores de la villa de Cárcar, y que en su casa de la calle
Mayor lucía sobre su fachada (y todavía luce) el escudo de armas de Martínez, "formado en piedra con los lobos andantes, y a suyo pie consta una inscripción
en mayúsculas que dice MARTINEZ". Todo eso era cierto, y que todos sus antepasados por línea paterna eran nacidos en Cárcar, pero él había nacido en Pamplona, y los individuos de la familia materna tampoco eran naturales de Cárcar. A pesar
de la veracidad de la mayor parte de la documentación, estos errores inducen a pensar que ésta no iba a ser contrastada y que el tiempo apremiaba. Así que, completada y presentada la
documentación, el día 20 de octubre del año 1819 Vicente pasa a ser nombrado Caballero
Supernumerario de la prestigiosa Orden de Caballeros de Carlos III.
Mucho prestigio fue acumulando este médico en tan complicados y turbulentos años en los que vivió; aunque, por otro lado y visto lo
visto, tampoco le debieron faltar méritos. Además, atender la salud de un rey tan
complicado como Fernando VII tampoco debió ser nada fácil. Y no hay que olvidar que durante todo ese tiempo el
doctor Martínez fue también la máxima autoridad de la Medicina en España, y que sobre sus
espaldas recaía no poca responsabilidad en ese campo.
JUBILACIÓN DEL DOCTOR MARTÍNEZ
En el año 1820 y tras anteriores
intentos de sublevación por parte de algunos generales para derrocar al rey, y los
movimientos políticos de las facciones liberales que no cesaban, el marco
general empezó a cambiar y el rey se vio obligado a firmar la Constitución de
1812 en lo que se dio en llamar el Trienio Liberal. Tal vez por la edad, pero
más probablemente por esos tiempos convulsos que se vivían en la capital, el
caso es que en 1821, ostentando Vicente en ese momento todavía los cargos de
Presidente de la Academia Médica de Madrid, Director del Estudio Nacional de
Medicina Práctica y Presidente de la Suprema Junta de Gobierno del Colegio de
Medicina de Madrid, además de como primer médico de la Cámara Real de sus
Majestades y Altezas Reales, solicita su jubilación. El expediente se tramitará
entre ese año y el siguiente, por lo que para el año 1822 irá poco a poco cesando de todos sus cargos, quedando solo con el de Consejero Honorario del Consejo de
Hacienda.
Tras consumarse el papeleo burocrático de la jubilación, se traslada a vivir con
su mujer y su hijo a un lugar tan alejado de la Corte como es Hernani, un pueblo
de la provincia de Guipúzcoa que se encuentra situado a escasos cinco kilómetros de San Sebastián; allí nacerá en
el año 1827 su segundo hijo, Manuel. Vicente tenía entonces ya cincuenta y
siete años.
Fernando VII firma la constitución de Cádiz. Foto: Archivo Zabala. Política y vida cotidiana. Pag. 31
Apartado de los vapores e intrigas
palaciegas seguiría desde la lejanía las zozobras y acontecimientos que se
fueron sucedieron tras su marcha. Fernando VII retoma el poder
gracias a la colaboración del ejército francés que entra en España con los llamados
Cien Mil Hijos de San Luis, por lo que en 1823 acaba el Trienio Liberal y se
restaura de nuevo el régimen absolutista. Tras esta acción, las represalias que
se llevaron a cabo las conoció si acaso
Vicente de oídas desde la serenidad de su retiro en Hernani. La noticia de la
muerte de Fernando VII, en el año 1833, le debió de afectar también de algún modo, siquiera
por la cercanía que mantuvo con el monarca en otro tiempo. Pocos como Vicente
conocieron realmente como había sido aquel rey: sus intimidades, su carácter, sus miedos y debilidades, sus cambios de humor que contrastaban con su
campechanía a veces, que cautivó a unos, hasta el punto de llamarlo "el deseado", e irritó tremendamente a otros, hasta denominarlo sin tapujos felón, traidor, manipulador y mentiroso.
La guerra por la sucesión al trono que se inició tras
la muerte del monarca tampoco dejaría indiferente a Vicente, ya que también del
Pretendiente Carlos conocía sus entresijos. Unos años en lo más alto de la picota de la Corte que habían ya quedado atrás. Todos estos puntos le debieron servir de reflexión a la hora de hacer balance recordando los tiempos de su vida palaciega.
Mientras el tiempo que duró la guerra carlista, y siendo
las Vascongadas especial zona de conflicto, se alejaría Vicente con su familia de su residencia de Hernani y buscaría seguridad en la casa que poseía en Bayona.
En tiempos de paz, en cambio, su acontecer diario lo alternaría con más serenidad entre una y otra. En Bayona, además de la casa, mantenía también ciertos títulos
crediticios que le permitirían vivir su retiro con holgura.
Del servicio doméstico de su casa se hacían cargo dos jóvenes, las hermanas Alzueta, que procedían del pueblo francés de Ciboure, en los Pirineos Atlánticos. Estas mujeres atendieron a la familia Martínez-Baños y cuidaron especialmente de Vicente hasta su muerte, y a las que este recompensaba generosamente en su legado testamentario, como lo hizo también con la hija de la nodriza de
su hijo menor, caso de que casara en el futuro.
ULTIMA ETAPA Y VOLUNTADES
TESTAMENTARIAS
Vicente mantenía con especial apego su patrimonio
de Cárcar “mis cuatro casas y hacienda
que poseo en la villa de Cárcar (Navarra)” que había incrementado con el tiempo al menos con dos casa más.
Dada la inestabilidad política de aquellos años, y con objeto de salvaguardar
su patrimonio, había dejado en custodia a diferentes personas los títulos de sus posesiones. Los de de Cárcar se los guardaba su hermano Cristóbal, Arcediano de
Usún en la Catedral de Pamplona, con quien mantenía estrecha relación.
A lo largo de su vida y especialmente en su última
etapa, Vicente se desplazaría con asiduidad a verle; y también a Cárcar, el pueblo de sus
antepasados, para actualizar las cuentas con su administrador. Seguramente en su primera época de médico en Pamplona, y mientras los años en que Cristóbal fue presbítero en Cárcar, visitaría este pueblo aún con más frecuencia. Cristóbal, tras ejercer unos años en este pueblo como sacerdote, pidió el traslado a Pamplona donde promocionó y vivió todo el jaleo de la
guerra, involucrándose quizá demasiado en la causa francesa, cosa que le pudo
acarrear a Vicente más de un disgusto.
Madrid siguió estando en las expectativas del médico, pero ya por otros motivos; mantenía propiedades inmobiliarias en
las calles Milaneses y Caballero de Gracia. Aún así, en el año 1836
compró también una casa en gananciales en la calle De Silva, por un valor de
veinticinco mil duros, quizá con ánimo de que la ocupara Manuel, su hijo
pequeño, mientras su período de formación. Era su deseo y así lo dejó escrito que
fuera su tutor Vicente Asuero y Sáez de Cortázar. Este era un afamado
médico de la época, catedrático de la Universidad Central y posteriormente médico de Isabel
II.
Un buen día, sintiéndose enfermo y próximo a morir, Vicente se dispuso a escribir su
testamento, que selló después con seis lacres encarnados, legalizándolo
más tarde ante el notario y los testigos correspondientes. Empezó a redactarlo, declarando su creencia en la fe católica en la que había vivido y deseaba morir. Enseguida le vinieron a la mente los niños expósitos, aquellos por los que se había desvivido en su primera época de
médico y a los que nunca había olvidado. En ese momento se sintió más cerca de ellos que nunca. Así que pensó que para el momento de su muerte no quería para sí tratamientos de
privilegio, dado su estatus, ni tampoco ser acompañado por numerosos sacerdotes en pomposo funeral siguiendo al féretro. No, a su muerte no quería
grandezas ni ostentaciones, sino un entierro y un funeral de pobre. Y en ese funeral y entierro de pobre, quería ser acompañado de veinticuatro pobres hospicianos, o del pueblo, “y caso de no haberlos en el pueblo en que muriere, que lo hagan
veinticuatro pobres del pueblo con sus velas, dando mil reales de vellón al
Hospicio u Hospital; y no habiendo ni uno ni otro, a los Pobres del pueblo”.
Los títulos de la casa de Bayona y las
inscripciones a la renta francesa se encontraban custodiados por su administrador, Monsieur Plombin; así mismo, los de las casas de Madrid estaban en manos de su
apoderado en la capital. Todo ello, junto con sus posesiones en Cárcar, pasaría a su muerte a manos de su mujer e
hijos. Con serenidad y paz concluyó el texto.
Siete meses después de redactar ese testamento, a las once de la mañana del día 11 de octubre del año 1846 moría el
doctor Vicente Martínez Monreal en la guipuzcoana localidad de Hernani, a la edad de 76 años.
De las cuatro casas de Cárcar solo he
logrado identificar la casa familiar o casa armera, donde el escudo de los
Martínez se mantiene todavía, aunque bastante deteriorado, expuesto al paso del
tiempo y las inclemencias. Más tarde se fraccionó. Sus legatarios con el tiempo la vendieron a un
propietario del pueblo y posteriormente fue ocupada por dos congregaciones de
religiosas en distintos años, que impartieron enseñanza a los niños del pueblo.
En la actualidad son casas aún más fraccionadas. Exteriormente, solo el escudo y la
fachada dieciochesca advierten de su historia y antigüedad. De esa casa han salido grandes personajes que poco a poco estoy teniendo la oportunidad de descubrir;
el que ocupa este trabajo quizá sea el más relevante. Haber sido el responsable
de traer tan tempranamente la vacuna contra la viruela a Navarra, y su posterior
propagación supuso para la sanidad de todos los tiempos un logro que las
actuales generaciones no pueden ni deben ignorar. Doscientos cincuenta y dos
años después su nacimiento ya tocaba descubrirlo y agradecérselo.
(NOTA AL MARGEN)
La autora de esta investigación recibió clases en
el edificio donde se ubicaba la casa Martínez, cuando este era ya un colegio de enseñanza. Allí se nos
administraron también las vacunas correspondientes a la edad. He tratado de averiguar si la vacuna contra la viruela pudo ser una de estas; al parecer no fue así, ya que esta la recibimos poco después de abandonar ese colegio. Me habría resultado estimulante haber podido decir que en la
propia casa familiar del promotor y propagador de las primeras vacunas contra la
viruela en Navarra se habían administrado allí siglos más tarde. Puedo decir además, que Vicente Martínez mantiene con mi persona lejanos pero
reales vínculos de consanguinidad: la abuela de mi tatarabuela Simeona
Martínez Sádaba era prima carnal de Vicente; por tanto, desvelar la vida de
este personaje ha sido de gran estímulo para mí pues de algún modo ha supuesto desvelar una parte de la historia de mis antepasados.
Investigación y redacción: María
Rosario López Oscoz
a 11 de abril de 2022
Quiero agradecer particularmente a mis amigos José Luis Ona y Cruz Larrañeta por su implicación y colaboración en este artículo de investigación.
Y son tantas y tan diversas las consultas a documentos, libros y páginas web que he precisado hacer para llevar a cabo esta investigación, que citaré de forma sencilla solo las que más me han ayudado a la consecución de mi objetivo:
Archivo diocesano de Guipúzcoa. Portal de Archivos Españoles.
-Real Academia de Historia. rah.es
-CADENAS Y VICENT Vicente. Extracto de los expedientes de la Orden de Carlos 3°, 1771-1847. Año 1979.
-CAMPOS DÍEZ María Soledad. El Tribunal del protomedicato castellano, siglos XIV-XIX.
-FRANCO DE ESPÉS Carlos. Los enigmas de Valençay, Fernando VII y la corte española en el exilio (1808-1814). Prensas de la Universidad de Zaragoza. 2019.
-LOPEZ OSCOZ M. Rosario. López, Retazos de la Historia de Lerín y Cárcar a través de un apellido. (e.a.) 2017.
-MARTÍNEZ Vicente : Tratado histórico-practico de la Vacuna. Imp. de Benito Cano. Madrid. Año 1802.
- RAMÍREZ MARTÍN Susana. “Dos textos didácticos destinados al adoctrinamiento de la población poblana en favor de la vacuna de la viruela”. Híades. Revista de Historia de la Enfermería. 2008.
-RAMIREZ MARTÍN Susana. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna en la Real Audiencia de Quito.
-RAMOS MARTÍNEZ Jesús. La Salud Pública y el Hospital General de Pamplona en el Antiguo Régimen (1700 a 1815). Gobierno de Navarra. Departamento de Educación y Cultura. 1989.
-VALVERDE Lola. “La Polémica sobre la inoculación de la vacuna antivariólica en el Hospital General de Pamplona en 1802”.