viernes, 18 de noviembre de 2022

CRÓNICAS DE CÁRCAR. DON ALEJO, EL CURA CRONISTA

Eusebio Zubizarreta era el destinatario de las cartas que escribió don Alejo. La fotografía corresponde al hijo de aquel, también de nombre Eusebio. Foto: fondo de archivo del Museo Zumalakarregi

Alejo Aranáz fue párroco de Cárcar durante más de veinte años. Era hijo de Miguel, el organista del pueblo y nieto del también organista de Cárcar, Esteban Aranaz. Durante su ministerio le tocó vivir y atender espiritualmente a Micaela, la hija pequeña del General Zumalacárregui, no solo cuando esta acudía a Cárcar a visitar a sus parientes sino también en el momento de su muerte, cosa que ocurrió precisamente en este lugar, como ya he dicho en otras ocasiones (pinchar). Ella había venido buscando refugio mientras la Tercera Guerra Carlista a casa de Ambrosia López Bailo, la prima de su madre. Ambrosia murió estando Micaela en esa casa y ella misma la cuidó en su enfermedad. Tras la muerte de la tía, Micaela se quedó con el tío Francisco, esposo de aquella, dando tiempo a que pasara el peligro de la guerra. Sin embargo, a Micaela le sobrevino la muerte de forma inesperada mientras se encontraba aquí. 

Don Alejo se hizo entonces cargo de la situación y le correspondió también la tarea de ser el cabezalero, lo que le obligaba a cumplir las últimas voluntades de la finada y hacer llegar la herencia al heredero y primo segundo de esta, Eusebio Zubizarreta Dorronsoro. En el desempeño de esa función de albacea, don Alejo tuvo que dar la luctuosa noticia a Eusebio que se encontraba en Cuba trabajando como Corredor de Comercio.

La correspondencia que llegaba a Cárcar de Zubizarreta no se conserva, pero sí la que don Alejo le enviaba a aquél; esta se encuentra custodiada en el Museo Zumalakarregi, y por su valor historiográfico supone un tesoro, no solo por la información que contiene, relativa a esa parte de la historia, sino también en lo que concierne a la crónica social de Cárcar.

Por este motivo intentaré a lo largo de las siguientes entradas al blog, transcribir algunas de estas cartas esperando que su singular contenido ayude a conocer y contemplar la intrahistoria de esa época concreta.

CARTA don Alejo Aranaz, párroco de Cárcar comunicando al heredero, Eusebio Zubizarreta, la muerte de su prima MICAELA ZUMALACÁRREGUI, ocurrida el día 1 de marzo del año 1874.

S. D. Eusebio Zubizarreta y Dorronsoro

Muy señor mío y amigo: triste el motivo que por vez primera me obliga a escribirle a usted. Su bella prima, mi íntima y queridísima amiga Doña Micaela de Zumalacárregui pasó a mejor vida el 1º de los corrientes, víctima de una viruela maligna, después de haber recibido los auxilios espirituales; más bien por haberlos pedido su acendrada virtud, que por serlo en aquel entonces necesario. Tremenda desgracia, gran pérdida para los que, tratándola íntimamente, conocíamos su gran corazón, sus muchas virtudes y su talento nada común. Gran vacío deja en el corazón de cuantos nos honrábamos con su profundo cariño y fina amistad. Del cielo nos mandará el necesario consuelo.

Sintióse indispuesta con dolor de cabeza y tronzamiento general el 21 de febrero. Al día siguiente se levantó con objeto de ir a misa pero, conociéndose desvanecida, se acostó. El 23 a la noche pronuncióse una erupción abundantísima por todo el cuerpo, pero sumamente pequeña. El médico de este no se atrevía a calcularla de viruela, por la gran cantidad y pequeñez, apareciendo que, ni era sarampión, ni, como ella pensaba, fuerza de la sangre; inmediatamente determiné traer un médico notable. Ambos convinieron que la erupción no era viruela; sumamente confluente, apareció, no obstante, franca y generosa los días siguientes con algunas alternativas de desvanecimiento de cabeza y postración. La erupción continuaba bien y, al parecer y según los médicos, sin vestigio de complicación alguna. En el período de supuración hubo algo de delirio y gran postración; por esto y porque la erupción en la garganta le dificultaba el paso de las bebidas, pregunté claramente a los médicos su estado, con objeto de traer otros. Volvieron a confirmar no se veía peligro alguno; que la mancha de la erupción era regular y que no había que temer mientras no apareciera complicación, de lo que no se veía señal alguna. Como por lo general estaba despejada y serena, y el 28 lo estuvo mucho más, expectoraba y aún la garganta se le aligeró; todos, médicos y amigos, confiamos en que se salvaba. Aquella noche a la una, me retiré con el médico de cabecera, sumamente  complacidos del estado de la enferma, pero, a la mañana, se recargó la cabeza y presentes el médico y yo, a las seis y media, cual herida de un rayo, cayó en un profundo letargo del que a las dos horas se trasladó al cielo. Puede usted figurarse como nos quedaríamos.

Ya desde antiguo había depositado su mi amistad y su ilimitada confianza y, cuando se sintió enferma, no obstante de haber confesado y comulgado dos días antes, me pidió los auxilios espirituales que le di, y me advirtió los encargos que en su nombre había de hacer. A luego testó dejando a usted heredero universal de lo poco que actualmente sabe usted que tenía, y de lo mucho que podría tener; pues de algunos reales que tenía los he destinado para su alma y demás encargos que me hizo: caja mortuoria, funerales y demás que he hecho conforme correspondía a su rango, habiéndosela llevado al cementerio de este los voluntarios carlistas; la caja tiene dos llaves, una para usted y la otra, usted dispondrá para quien su parecer debe ser.

Entre los encargos que me hizo, uno fue que usted use su reloj, su esposa el anillo de diamantes regalo de su papá a su mamá; el azul a Fatimita y, los demás, la familia de usted.


No le mando a usted la copia del testamento, y sí un extracto de las principales cláusulas, por no estar seguro de si llegan con regularidad las cartas a esa, pero tan pronto como usted me lo diga, la pediré en su nombre y la remitiré a usted. Advierto a usted que como aquí no estaba sino accidentalmente, las cositas de su papá, ropa y muebles, las dejó en Vitoria y aquí los papeles y algunas alhajas. 

Como primer cabezalero que soy, usted me dará instrucciones de lo que usted crea que debo hacer y se las comunicaré a los de Vitoria a quienes les comuniqué el encargo que les había dejado la finada.

Salude usted de mi parte a su señora y familia procurando consolarse de tan tremendo golpe y, con tan triste motivo, se ofrece a usted, su verdadero amigo y capellán q.b.s.m.

Alejo Aranaz, párroco. 

Navarra Carcar  2 de marzo 1874

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María Rosario López Oscoz

Fuente: Museo Zumalacárregui / Zumalakarregi Museoa