viernes, 23 de junio de 2023

UN MAESTRO DE PUEBLO

 


Don Benito Pérez Apiñariz. Maestro nacional en Cárcar. Foto en detalle 

La figura del maestro de escuela de pueblo es casi una imagen icónica que marcó a las generaciones pasadas. Hoy en día son muchos los profesores que a lo largo de la etapa escolar se ven involucrados en la educación de los alumnos. Antes no era así. Dos o tres eran los maestros encargados de llevar todo el peso de la educación reglada del alumno hasta su conclusión, de tal modo que el nombre y el recuerdo de esos docentes quedaba impreso con fuerza en la memoria, ya fuera para bien o para mal, según había sido la experiencia vivida con ellos.

Don Benito Pérez y Antonio Hernández. Curso 1935-1936

Esta fotografía es de la preguerra. Corresponde al curso 1935-36 y no es una foto habitual. Sí lo era, sin embargo, que ante la llegada esporádica de un fotógrafo profesional el maestro se retratara con el grupo escolar que le había sido encomendado, pero aquí aparece acompañado de un único alumno. 

La fotografía está hecha en un aula de la escuela de Cárcar, ubicada entonces en el piso superior del Ayuntamiento, y el maestro es don Benito Pérez Apiñariz, natural de Etayo (Navarra) y nacido en 1886. Don Benito estudió Magisterio y Cárcar fue uno de sus destinos. Vivía en el número uno de la calle Jardín. "Ganas menos que un maestro de escuela", es una frase que se dice de modo recurrente y así era al parecer, a juzgar por las alpargatas que calza don Benito y que la mesa no consigue ocultar. Contrasta el sencillo y pobre calzado del maestro con el zapato lustrado y de lazos que porta el alumno, puesto seguramente de modo excepcional para la ocasión. El niño es Antonio Hernández Martínez y tenía en ese momento entre ocho o nueve años; sobre la ropa lleva una bata o "babi" que le protege de los roces del pupitre y del polvo de la tiza. Don Benito se la debió de quitar para la foto y luce una sencilla americana de doble botonadura, quizá de cuando se casó. Obediente, Antonio, apunta con decisión a un lugar en el globo terráqueo que el maestro le ha indicado señalar, mirando a cámara con cierta timidez. El maestro, en cambio, se muestra confiado y su expresión delata, además de su bonhomía, seguridad y confianza en el buen hacer del alumno. También cierto aprecio. Tras el educando cuelga el mapa de España de un atril del que el maestro se valía para enseñarles a ubicar los cabos de España, ríos y demás accidentes geográficos que todo buen alumno debía aprender.

No podían ni imaginar ambos el período turbulento y terrible que se avecinaba. La guerra civil estaba a punto de comenzar. A don Benito le supuso la pérdida de empleo y sueldo durante un año; a los dos, tiempos difíciles de olvidar. Posteriormente el maestro se incorporó de nuevo a la docencia hasta causar baja por jubilación en el año 1950.

Los maestros de pueblo de aquella época tenían que bregar con las circunstancias de sus alumnos. Unos niños que, a menudo, hacían novillos por ir al campo para apoyar en la economía familiar. Porque esos chicos tenían que elegir muchas veces entre ir a la escuela o echar una mano al padre; y eso era más vital que aprender a sumar; los chicos, claro, no podían rendir convenientemente en la escuela.

Bien lo reflejó mi buen amigo, don Félix Calvo Frías, natural de Gumiel (Burgos) y maestro nacional en Lerín en uno de sus "ripios":

-¿A qué has venido a la escuela?
¡Trabaja, Félix, trabaja!

-¿Cómo quiere que trabaje
si no puedo con el alma?
El cielo lleno de estrellas
antes de salir el alba
han contemplado mis ojos
a través de sus pestañas.

Yo porfiaba en abrirlas
y ellas en seguir cerradas
porque arriba los luceros,
cuando el sol aún no brillaba,
me alumbraban el camino
tempranito esta mañana.

Con la azada en una mano
la otra con la navaja
de trecho en trecho la cesta
sin mano para llevarla.
Se van cansando los brazos
y ella se hace más pesada.

Los dos ojos en la tierra
para auscultar sus entrañas
que el espárrago está oculto
y hay que adivinar su marca.

¿Y dice usted que trabaje?
¡si ya no me quedan ganas!
la cesta ha venido llena
y cuesta mucho colmarla.

Con el cielo despejado
el sol caía con calma
y pesaba como el plomo
al chocar sobre la espalda.
El sudor que en gruesas gotas
refresca el surco que empapa.

¡Ay! que duro es el trabajo
y que larga la mañana.
Es natural que en la escuela,
por la tarde entre galbana,
tomando el duro pupitre
por una mullida cama.

En vez de clase, la siesta,
me pide el cuerpo con ansia.

Es muy justo que descanse
quien se agotó esta mañana.
-Tienes toda la razón,
descansa, Félix, descansa.

Me consta que don Benito fue un buen maestro. O al menos ese es el recuerdo que mantuvo de él mi progenitor durante toda su vida, fruto de su experiencia como alumno. 

En Antonio Hernández están representados en esa fotografía todos los chicos de su generación que se vieron favorecidos por la figura y las enseñanzas de sus maestros, a pesar de métodos más o menos ortodoxos. 

Un recuerdo especial para todos aquellos "maestros de escuela" de vocación que tanto contribuyeron con su labor a que hoy seamos como somos.

María Rosario López Oscoz
Junio de 2023

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Agradezco a Inés Hernández su gentileza al cederme la fotografía para hacer este breve artículo.