El pasado 9 de abril de este 2023 fallecía Fray Francisco Javier Fortún tras una vida silenciosa de oración y contemplación como monje benedictino en la Abadía de San Salvador de Leyre (Navarra). Aprovechando los inestimables datos que aporta Ramón Luís Mañas O.S.B. en el número 176 del Boletín de la Abadía y el trato epistolar que mantuvo quien esto escribe con el P. Fortún a lo largo de los últimos once años, voy a intentar construir en este blog una pequeña biografía, casi panegírico, sobre su vida.
Francisco Javier Fortún Ardáiz nació en Cárcar el día 23 de marzo del año 1931, hijo de Luis Fortún García y Julia Ardáiz Sagredo, fue el benjamín de tres hermanos. Con solo cinco años quedó huérfano de padre y a los once ingresó en el Seminario Conciliar de Pamplona. En 1946 pasó al noviciado de Loyola de la Compañía de Jesús donde despertó en él su vocación misionera. En 1951, con veinte años de edad, va a misionar a la India. Aquí hizo también sus estudios para ser sacerdote. En la isla de Ceilán (actual Sri Lanka) realizó los tres cursos de Filosofía y el primero de Teología y en la ciudad de Poona los últimos cursos de Teología. Una vez acabados es ordenado sacerdote en Ahmedabad el 24 de marzo de 1959, justo al siguiente día de cumplir los veintiocho años.
Durante los diez años siguientes permaneció como misionero en el estado del Gujerat (India), codo con codo con otros misioneros navarros que también se encontraban allá, como el jesuita lerinés José Luis Gorosquieta Reyes con quien mantuvo una relación de amistad de por vida, a pesar de los distintos rumbos que finalmente tomaron sus vidas. Gorosquieta seguiría en la misión en Gujerat durante casi sesenta años, hasta su muerte ocurrida en Rathanpur, aunque su principal labor misionera se desarrolló en la ciudad de Dhandhuka.
Portada de la revista que los misioneros jesuitas publican desde la región india del Gujerat en la que se recoge el fallecimiento del P. Gorosquieta Reyes
Tras ese tiempo en la India, el P. Fortún fue destinado a Venezuela donde permaneció otros dos años. Estando aquí sintió una fuerte llamada a la vida contemplativa que quiso madurar volviendo a su tierra. Durante el discernimiento estuvo en su pueblo de Cárcar; aquí tuvo ocasión de impartir a los escolares unas charlas en las que les explicaba su experiencia en la misión. Tras marchar de su casa natal a los once años, fueron muy escasas sus visitas a Cárcar pero, aún así, quedó grabada en él la imagen de su pueblo y sus gentes con memoria fotográfica, de modo que era capaz de revivirlo con una precisión que pareciera haber estado allá hacía solo unos días.
Una meditada y profunda reflexión espiritual y existencial le llevó a decidirse definitivamente por la vida contemplativa. Es por eso que el 21 de octubre del año 1972 ingresó en el monasterio navarro de San Salvador de Leyre. El 10 de julio del año siguiente le llegó de Roma el permiso para cambiar de orden. Tras pasar con éxito el período de prueba, hizo la profesión solemne el día de San Benito, ya como monje benedictino.
Desde entonces, su misión en dicho monasterio, -además de la propia como orante contemplativo- se desarrolló en la enfermería, y en la sacristía atendiendo el servicio litúrgico. Durante muchos años fue también el encargado del servicio de correos de la abadía y, en los últimos, pasó a hacerse cargo de la depositaría.
Activo confesor, dedicó la mayor parte de su vida a atender al confesionario, tanto en la iglesia abacial, como a las Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote, a las que asistía espiritualmente en el convento que las monjas tienen en la población cercana de Javier.
De natural muy piadoso, fray Javier Fortún amaba la Eucaristía y la Adoración Eucarística; no en balde escribió el libro “El Sagrario y el Evangelio” que publicó la editorial Patmos en el año 1999 y del que se han hecho hasta ahora cuatro ediciones. Gran devoto de la Virgen y San José su máxima favorita era: “Para mi, después de la Virgen, y junto a la Virgen, San José”. En época de Navidad, le apasionaba montar el Belén de la comunidad. Mientras realizaba sus paseos habituales por el bosque que rodea la abadía, recogía las piñas más bonitas que utilizaba después para adornar el Belén.
Cumplía con diligencia y devoción las horas canónicas que en la orden benedictina se hacen en comunidad a través del canto gregoriano, pero también tenía las suyas personales; cada día rezaba el rosario y meditaba los siete dolores y gozos de San José, compuestos por Enrique de Ossó. Era también devoto del beato Florentino Redondo Insausti, paisano y mártir carcarés, al que le pedía “me alcance el espíritu de agradecimiento”. Emulando sus consejos, exclamaba: “el mejor modo de pedir es dar gracias, y eso también entre hombres”.
Los benedictinos de Leyre con el arzobispo don Francisco Pérez. A la derecha del arzobispo está Fray Javier Fortún y a la izquierda el padre abad. Foto: Iglesia Navarra
Cada día celebraba misa en el oratorio de San Virila, y cuando últimamente ya no podía desplazarse por su propio pie hasta esa capilla, lo acercaba en su silla de ruedas uno de los monjes; esto hasta pocos días antes de su muerte.
En su lúcida ancianidad, recordaba con nitidez su infancia en Cárcar, los nombres de las personas, las calles y la historia de su pueblo. El actual titular del órgano de la abadía, José Luis Echechipía París, le traía a la memoria a uno de sus maestros de infancia: don Germán Echechipía, tío del anterior, al que citaba a menudo junto a don Benito Pérez, a los que rememoraba como si aún estuvieran presentes. Si alguna visita le obsequiaba con un presente, generalmente en forma de dulces, se alegraba mucho si comprobaba que había suficientes unidades como para repartir entre el resto de monjes. Agradecía también recibir noticias de su pueblo. Su última visita a Cárcar fue en junio de 2014 con motivo de celebrar el funeral por su hermano José Luis; recordaba aquel momento con emoción y gratitud.
Leía y meditaba a diario y con devoción la Lectio Divina, como es preceptivo, pero también leía otros libros. Me consta que con especial cariño leyó la obra Arte y Perseverancia Final en Gracia, escrita por el jesuita carcarés Domingo de Antomas y publicada en Lima en el año 1765, que en una ocasión le envió quien esto escribe. Su crítica al libro no pudo ser más agradecida: “me gustó muchísimo, tanto que ya lo he leído dos veces y creo que no serán las últimas”. No obstante, se lamentaba que en las citas no apareciera la que para él era la mejor: Perseverad en mi amor (Jn, 15-9).
En los últimos años, ya con las fuerzas mermadas, se encomendó a las oraciones de sus allegados y se preparó para la muerte. “Hasta el Cielo”, se despedía ya en sus últimas cartas. En marzo de este año, 2023, cumplió noventa y dos años y su salud empezó a empeorar. El 5 de abril, al tiempo que la Iglesia Universal se preparaba para celebrar el Triduo Pascual, el padre Fortún entró en agonía. Acompañado y atendido por los miembros de la comunidad y por su sobrinos, murió en serena paz la mañana del Domingo de Resurrección del día 9 de abril. A las cinco de la tarde del lunes de Pascua se celebraron sus exequias presididas por el padre Abad. Su cuerpo fue inhumado en el cementerio de la Abadía de Leyre.
Fray Javier Fortún dedicó treinta y dos años de su vida a la misión como jesuita, y los otros cincuenta años siguientes como monje contemplativo entregado a la oración, la meditación, el silencio y el trabajo manual, según la regla de San Benito: Ora et labora. Una vida alejada del mundo, silenciosa y ascética, de total entrega a Dios y rica en matices que escapan a este trabajo. Sin duda un santo varón. Descanse en paz.
María Rosario López Oscoz
Octubre de 2023