A mediados del siglo XVI la religión católica llega a Japón a través de Filipinas por medio de los jesuitas y con el navarro San Francisco Javier a la cabeza, aumentando día a día el número de cristianos. Ya en 1587 las autoridades japonesas prohibieron la entrada a los misioneros extranjeros, pero para entonces se habían convertido al cristianismo más de doscientos mil japoneses. A pesar de ser perseguidos, y en muchos casos torturados y martirizados, los misioneros siguieron evangelizando en esas tierras. En vista de que el número de jesuitas mermaba a consecuencia de esas persecuciones, otras congregaciones acudieron en su refuerzo, incorporándose enseguida también los misioneros dominicos.
En 1614 quedó totalmente prohibido en todo Japón el cristianismo y los últimos misioneros detenidos y torturados lo fueron en 1643. Para entonces, y solo de la Orden Dominicana, ya habían muerto martirizados en Onura y Nagasaki, entre los años 1592 y 1634, quince frailes españoles y veinticinco hombres y mujeres japoneses de la Orden Dominicana. Estos mártires, junto con los del resto de órdenes religiosas que también sufrieron martirio, fueron beatificados el día 7 de julio del año 1867. Algunos de ellos han llegado a los altares. El Papa S. Juan Pablo II los declaró santos el día 18 de octubre de 1987.
A todo aquel período misionero, en el que cientos de religiosos y miles de cristianos japoneses fueron perseguidos y asesinados a causa de la fe, pereciendo muchos de ellos de forma espantosa y cruel, se le denominó “el siglo cristiano del Japón” por lo que durante casi una centuria la evangelización cristiana dejó su semilla en la nación nipona y dio sus frutos. Y no será hasta el año 1873, y gracias a las presiones de Occidente, que se despenalice la práctica del cristianismo en Japón.
Cuando llegaron de nuevo los misioneros y abrieron la primera iglesia católica, de forma sorpresiva “acudieron unos japoneses cristianos escondidos que habían mantenido la fe en secreto durante dos siglos y medio, sin sacerdotes, sin Eucaristía, sin confesarse y sin Biblias”. En grupos dispersos, eran unos cincuenta mil cristianos los que habían conservado de algún modo la fe cristiana. Tres fueron al parecer las motivaciones que los mantuvo perseverantes y que transmitiendo a sus descendientes: "una catequesis sobre la confesión, una oración memorizada de contrición y arrepentimiento (que recitaban en casa cada vez que se veían forzados a participar en actos paganos o de apostasía), y una profecía del año 1660 llamada "del catequista Sebastián", que avisaba que en 7 generaciones llegarían barcos con confesores, "y os podréis confesar incluso cada semana". (Religión en Libertad. 18-10-2017).
El caso es que un poso cristiano había perdurado en el corazón de estos japoneses a pesar de prohibiciones y persecución y sobre la sangre de los mártires. En 1904 llegarán a Japón de nuevo los misioneros dominicos de la Provincia del Rosario que retomaban las tareas misionales. Erigieron una Prefectura Apostólica en la isla de Shikoku, siendo este el primer foco de evangelización católica de la orden dominicana de esta segunda parte.
Isla de Shikoku. Foto National Geographic
Treinta y dos años después de esa fecha ya tendremos a un dominico carcarés misionando en la nación del sol naciente; su nombre: Leonardo Pellejero Marín.
La madre de Leonardo, Casimira, era una de las hermanas de Francisco Marín Sola, (clikar sobre el nombre) el más grande sabio y teólogo dominico carcarés, ya estudiado en este blog. Leonardo nació en la tarde del día 11 de mayo de 1908 en la misma casa en que lo hizo su tío Francisco, ya que los padres de Leonardo se instalaron en la casa familiar materna, ubicada en la Plazuela. Veinte años después, esa plaza será dedicada precisamente al sabio dominico.
Casa donde nacieron tanto Leonardo Pellejero como su tío Francisco Marín Sola (el trozo de fachada que da a la plaza solo corresponde a la zona encalada).
El padre de Leonardo, Francisco Pellejero Rubio, era natural de Lodosa y se había casado en Cárcar con Casimira. A la mañana siguiente de venir Leonardo al mundo su padre lo inscribe en el juzgado. Era Juez municipal, Ulpiano Fortún, y secretario, Antero Ona. Recibió el nombre por su tío y padrino, Leonardo Sádaba Lasarte, casado con Ricarda, hermana de Casimira. Hermanos de Leonardo fueron, Nicasio, Rufina, Felipe (apodado Cañamón) y Raimundo Pellejero Marín. De ellos sólo él sintió vocación religiosa, influido sin duda por la trayectoria de su tío Francisco. Así que pronto lo enviarán a cursar Humanidades a La Mejorada, un colegio que tenía la Orden de Predicadores en la población vallisoletana de Olmedo.
Año 1924. Es muy posible que uno de estos alumnos sea Leonardo. Foto Javier Yugero. Antiguosalumnosdar.com
Un 8 de septiembre del año 1925, ya con 17 años, toma Leonardo el hábito en el convento de Santo Tomás de Ávila donde hará también los cursos de Filosofía. Al año siguiente tendrá lugar su profesión simple.
Pronto lo trasladan al convento de Santo Domingo de Ocaña donde realizará el curso de Lugares Teológicos y en ese mismo lugar emitirá los votos solemnes un 9 de septiembre del año siguiente (1929).
Una vez hechos los votos lo enviarán a los Estados Unidos, a la universidad de Rosaryville, en el estado de Luisiana, para hacer los cuatro cursos de Teología; esta era la misma universidad donde años atrás había ejercido de profesor su tío Francisco. Leonardo fue ordenado finalmente sacerdote en la catedral de San Luis de Nueva Orleans, uno de los principales templos que la Iglesia Católica tiene en los Estados Unidos. Fue un 8 de junio del año 1933.
El P. Leonardo tenía una voz potente y bien timbrada por lo que en este convento de Luisiana y en algunos otros por los que pasó fue cantor de coro.
Terminada su carrera eclesiástica y examinado también como confesor, se encontraba ya preparado para asumir la misión que los superiores tuvieran a bien encomendarle. Como al parecer demostraba vocación misionera lo enviaron a la ciudad China de Hong Kong. Para allá se embarcó el fraile carcarés en el mes de septiembre del año 1934, apenas un año después de haber sido ordenado sacerdote. Antes de llegar a su destino hizo el barco escala en el puerto japonés de Kobe, en la bahía de Osaka; aquí recibió un telegrama del Provincial en el que se le comunicaba que su destino no iba a ser China sino Japón, por lo que tomó rumbo ahora a las misiones que los dominicos habían abierto en la isla japonesa de Shikoku. La Misión atendía a zonas rurales pobres y alejadas.
A la llegada del P. Leonardo apenas habían pasado treinta años desde la reapertura misional dominicana en Japón y todo estaba aún asentándose. Desde el Vicariato de Shikoku se optó por evangelizar en parroquias y educar a la juventud formando comunidades cristianas, y así se fundaron escuelas y residencias infantiles, comunidades parroquiales y el más tarde prestigioso Colegio Aiko. El Provincial Buenaventura García de Paredes había dado independencia a los frailes para que pudieran impulsar el movimiento misionero, y así lo hizo también el P. Pellejero. Sus primeros tres años de misión los pasó en la parroquia de Matsuyama (1935-38) tras los cuales se trasladó a Niihama a donde llegó apenas un año después de haber sido esta fundada y donde ejerció durante cuatro años (1938-42).
Dos años estuvo en Kochi (1942-45) donde se encontraba el Vicariato Provincial San José. En Yawatahama misionó entre los años 1945 y 1948, y los cinco años siguientes atendió la parroquia en Uwajima (1948-53) y cinco años más los pasó en Matsuyama. Mientras su estancia en este lugar se fundó en 1956 el convento de San José, que fue el primero en erigirse como casa religiosa, destinada a albergar a los frailes que trabajaban en el colegio Aiko. En este colegio Aiko, el P. Pellejero fue profesor de religión y ética hasta el año 1958. Llegó a tener un conocimiento de la lengua japonesa envidiable, al punto de ser considerado como uno de los europeos que mejor dominaba ese idioma, un verdadero perito del idioma japonés. Y también escribía perfectamente los difíciles caracteres de la escritura nipona. Era en sus modos humilde y bondadoso, algo que le caracterizaba.
Los tres años siguientes los pasó el P. Pellejero en el convento de Itami en Osaka donde ejerció como capellán del noviciado de las religiosas dominicas. De ahí pasó a las parroquias de Imabari y Uwajima, atendiendo también las escuelas infantiles hasta el año 1963, año en que cayó enfermo.
Tras veintinueve años de misión en Japón, los mejores de la vida, el P. Leonardo regresa a España al convento de La Mejorada de Olmedo, lugar donde se había iniciado en la vida religiosa. Aquí se consiguió recuperar de su enfermedad y durante los siete años siguientes atendió como director espiritual a los aspirantes a hermanos cooperadores, terminando de desgastar su vida en servicio por los demás.
La enfermedad lo fue minando poco a poco. La diabetes le dejó casi ciego, lo que le obligó a pasar sus últimos años en la enfermería del convento de Santo Tomás de Ávila. Era confesor del obispo de Ávila que lo eligió por su sencillez, espiritualidad y conocimiento del alma humana. Era habitual escucharle cantar, especialmente cantaba jotas navarras que le gustaban mucho, y hasta por afuera del convento se le oía su potente voz. También los frailes se deleitaban con sus cantos y les gustaba que les contara cosas de su pueblo de Cárcar y de su querido y añorado Japón.
En la enfermería de ese de Ávila falleció un 31 de marzo del año 1977 a los 69 años de edad. El desgaste misional suele hacer estragos y es habitual que estos frailes no se distingan precisamente por su longevidad. Y esto también le ocurrió al Padre Leonardo Pellejero. El funeral lo presidió el propio obispo de Ávila.
Guardaba su hermano Felipe un retrato suyo y lo exhibía con orgullo siempre que se lo pedía algún fraile dominico que visitaba la casa natal del P. Leonardo.
En el eco de los montes de Japón resonarán todavía los ecos y la huella dejada por el P. Leonardo Pellejero, al igual que durante siglos se viene escuchando la de su paisano San Francisco Javier y la de tantos otros misioneros que entregaron lo mejor de su vida para extender el mensaje de Jesucristo por el mundo. Que sus vidas no queden en el olvido.
María Rosario López Oscoz
marzo de 2024
Agradezco al P. Ramón Rodríguez, prior del convento de los dominicos de Arcas Reales de Valladolid, por haberme facilitado datos sobre el P. Pellejero para hacer este trabajo.
No he conseguido sin embargo ninguna fotografía del dominico, pero no me rindo, de momento.