Detalle del retrato que aparece más abajo, correspondiente a la foto cedida por la familia Irigoyen-Reyes
La estela del famoso teólogo carcarés, Francisco Marín Sola, alcanzó a tres de sus sobrinos: el ya destacado Leonardo Pellejero Marín, y a los hermanos Francisco y Antonio Sádaba Marín, hijos de Casimira y Ricarda, respectivamente, hermanas ambas del sabio dominico. Del P. Leonardo ya he dado cumplida cuenta en capítulo anterior y ahora lo haré con su primo Francisco. Antonio, que fue agustino recoleto, ocupará también espacio propio en este blog.
Francisco, hijo de Leonardo Sádaba Lasarte y Ricarda Marín Sola, era el hijo mayor del matrimonio y nace en el domicilio familiar de la calle de Medios el día 6 de marzo del año 1911. Leonardo, su padre, era labrador y su madre, Ricarda, se dedicaba a las tareas del hogar. Después de Francisco nacerán: María Gracia, Elena, Jesús, María, María Carmen y Antonio Sádaba Marín.
A Francisco se le conocía como Paco, y así se le llamó incluso durante su vida de religioso. Es muy probable que Francisco (en lo sucesivo Paco) y su primo Leonardo se fueran juntos a estudiar con los dominicos, aconsejados quizá por el tío, y juntos ingresaron en el vallisoletano colegio de La Mejorada de Olmedo. Como Paco era tres años más joven que Leonardo en los primeros cursos de Humanidades irá siempre una asignatura más atrás, por lo que no coincidieron en las clases, aunque sí en los espacios comunes. Concluida esta parte de formación, mientras Leonardo se iba a Ocaña, Francisco lo hacía al colegio de Santo Tomás de Ávila donde cursará Filosofía y Lugares Teológicos. Aquí tomó el hábito el día 8 de septiembre del año 1926 y hace la profesión temporal o simple el 10 de septiembre del año siguiente, justo al día siguiente en que Leonardo había hecho también allí la profesión simple, tomando ya ambos rumbos distintos.
De Ávila pasó Paco a los Estados Unidos de América, (como lo había hecho anteriormente su tío el P. Marín) al centro de estudios que los dominicos de la Provincia del Rosario tiene en Rosaryville, en el estado de Luisiana, donde hizo los cuatro cursos de Teología; a su conclusión, hace la profesión solemne el día 7 de marzo del año 1932 y es ordenado sacerdote un 10 de agosto del año 1935.
Ya sacerdote, su primer destino fueron las islas Filipinas. Una vez allí fue asignado al convento de Santo Domingo de Manila, donde, a lo largo de los cinco años siguientes fue cantor y director de la capilla de tiples. La voz del P. Sádaba era al parecer de mucha sonoridad y, con posterioridad, uno de sus alumnos llegó a calificarla como “supersónica”. Pronto pasó como profesor al colegio San Juan de Letrán a la vez que recibía clases de Teología en la Universidad de Santo Tomás, donde se licenció. Tanto en Rosaryville, como en el colegio y la universidad de Manila la figura del P. Sádaba marcó su propia personalidad pero sería fácilmente reconocido como el sobrino del sabio y recordado profesor y teólogo Marín Sola, y ante su tumba rezaría en más de una ocasión mientras su estancia en Manila.
Es muy grande la huella que desde los primeros años han ido dejando los dominicos en Filipinas y que empezó en 1587, año en el que se establecieron. Enseguida de llegar levantaron el convento de Santo Domingo, y en el año 1611 erigieron en Manila Intramuros la citada universidad de Santo Tomás, la más antigua de Asia y la universidad católica que más alumnos tiene actualmente a nivel mundial. En 1620 nació también a su amparo el prestigioso colegio de San Juan de Letrán, y en todos estos centros se movió con soltura el P. Paco Sádaba al igual que lo había hecho su tío.
Se avecinaban ahora tiempos difíciles para Filipinas y el P. Sádaba vivió muy de cerca las consecuencias de la ocupación japonesa en las islas mientras la guerra que el ejército nipón mantenía con los Estados Unidos de América, iniciada en diciembre de 1941.
El P. Paco era de espíritu activo y animaba a los estudiantes a practicar deportes. Entre los años 1941-46 fue moderador atlético de los equipos universitarios colegiados, del Colegio San Juan de Letrán, por lo que se encontraba a cargo de ellos cuando los japoneses invadieron Manila. El ejército nipón arrasó muchos edificios, también el beaterio de Santa Catalina de Siena regentado por las madres dominicas. “Cuando lo japoneses destruyeron este edificio el 28 de diciembre de 1942, la imagen fue evacuada bajo la dirección del P. Francisco Sadaba O.P. de Letrán. Las sirenas antiaéreas aterrorizaron a los portadores, que abandonaron la imagen en la calle mientras corrían a refugiarse en la casa religiosa jesuita de Intramuros. Finalmente, todos llegaron al campus de la Universidad de Santo Tomás": https://andalltheangelsandsaints.blogspot.com/2015/ Este testimonio publicado en el blog And all the angels & saints produce escalofríos y es fácil imaginar el temor y el peligro cierto de morir al que todos estuvieron expuestos.
Imagen de Santa Catalina de Siena procesionando en Manila. Foto: And all the angels & saints blogspot
La imagen de Santa Catalina sigue procesionando a día de hoy en su día y en la fiesta de la Virgen de la Naval de Manila. A consecuencia del enfrentamiento bélico fueron muchos los daños colaterales que diezmaron a la población filipina hasta alcanzar cifras espeluznantes de muertos; más de cien mil civiles, en el mejor de los casos.
Así quedó Manila tras el bombardeo americano y la destrucción y masacre japonesa sobre la población. Foto: ABC
En los últimos coletazos de esta denominada Guerra del Pacífico, la ciudad de Manila fue bombardeada sin piedad y, como no podía ser de otro modo, también afectó a los centros de los dominicos; once bombas cayeron sobre el convento de Santo Domingo y nueve en el colegio de San Juan de Letrán, con sus correspondientes incendios. Afortunadamente no hubo víctimas allí al haber sido desalojados, pero los edificios quedaron muy afectados; tuvieron que buscar refugio en el norte de la isla de Luzón, en la casa de retiro que tenían en Baguío.
Aquí el P. Paco ocupó el cargo de Síndico, es decir, la persona que representa a la institución ante la justicia y los jueces, tanto civiles como eclesiásticos, por lo que le tocó dar la cara en muchas ocasiones en aquellos difíciles y delicados momentos en los que la vida de cualquier persona carecía del menor valor. También de Baguío fueron expulsados, por lo que tuvieron que huir a Manaoag, en la provincia de Pangasinan, a unos doscientos kilómetros al norte de Manila. Al encontrarse tan alejados de la ciudad se salvaron de las matanzas indiscriminadas y salvajes que los japoneses, al verse vencidos por el ejército americano iniciaron una especie de “operación final” matando a miles de prisioneros y civiles, y también a un buen número de religiosos.
Cuando en 1945 los americanos entraron en Manila liberando la ciudad, el P. Sádaba se agregó al ejército americano en calidad de capellán castrense, donde permaneció apenas un año, para finalmente embarcarse de nuevo hacia los Estados Unidos, al estado de Illinois, al convento que los dominicos de la Provincia de San Alberto Magno tienen en Oak Park, en el área metropolitana de Chicago; allí el P. Sádaba Marín, con mucho más sosiego, dio clases como profesor en el Fenwick High School, siendo además cantor en la parroquia. La pesadilla que había vivido en Manila tardaría mucho en desaparecer de su retina.
Retrato que le hicieron al P. Paco en el estudio fotográfico Karmen-Winger de Oak Park. Junio de 1946. Fotografía facilitada por la familia Irigoyen-Reyes
A su llegada a los Estados Unidos quiso enviar a su familia una fotografía a modo de fe de vida para tranquilizarles. Se la hizo en el estudio fotográfico Karmen-Winger de Oak Park un 9 de junio del año 1946, como aparece datado en el propio retrato, escrito de su puño y letra. Tenía en ese momento treinta y cinco años.
A los dos años de su llegada a Norteamérica cayó enfermo y sus superiores lo enviaron a España a recuperarse, de modo que en julio de 1948 arribó al convento del Rosario de la capital de España. En 1950, ya recuperado, le asignaron al colegio de la Mejorada de Olmedo, lugar donde el P. Paco se había formado en su primera etapa religiosa. Aquí ejerció como Profesor y Lector de Casos Morales durante seis años (1950-56).
Grupo escolar en La Mejorada. Año 1954. El P. Paco identificado con el número 8. Foto: Faustino Martínez
En el año 1956 los dominicos van a erigir un nuevo colegio apostólico en la ciudad de Valladolid, al que bautizarán con el nombre de Arcas Reales; este colegio iba a albergar a casi seiscientos alumnos en sus aulas. El P. Sádaba será aquí administrador de la finca y será aquí también Síndico.
Administrar Arcas Reales requería de mucha dedicación ya que su cometido abarcaba desde la parte administrativa hasta la intendencia y el lugar tenía muchas dependencias a las que atender: “además de la iglesia y de los espacios propios del Colegio [aulas, laboratorios, sala de dibujo, salón de estudios, seminarios, despachos, cuartos para enseñanza de piano, recreos cubiertos, salón de actos como teatro y cine, pequeño museo misional, piscina con vestuarios propios, campos de deporte... etc.], tenía también un Internado para quinientos alumnos [cuatro grandes estancias de dormitorios, dos comedores de alumnos con los correspondientes espacios de servicios], y la Residencia de los PP. Profesores de la Orden de Predicadores [habitaciones, capilla, biblioteca y refectorio privados, una sala de descanso y un pequeño jardín con estanque]. Asimismo y como apoyo integral, portería general de entrada, garajes, enfermería, una gran cocina, despensa, depósito de agua, almacenes y un Pabellón Residencial para Monjas Dominicas encargadas de la intendencia de todo el Colegio. El terreno elegido y comprado para ello, cinco hectáreas, se concretaba en una extensión plana y despejada, casi al borde de la tierra de pinares, y junto a las Arcas Reales que Juan de Herrera había trazado a finales del siglo XVI para reconducir el manantial, que ya entonces allí brotaba, hasta el centro de la ciudad y abastecer de agua a los habitantes del Valladolid de la Corte". Espacio, Símbolo y Modernidad en la Iglesia de Los Padres Dominicos en Valladolid de Miguel Fisac Daniel Villalobos Alonso; Sara Pérez Barreiro. (Año 2014).
A la coordinación de este centro en sus primeros años de vida se dedicó el P. Sádaba en cuerpo y alma. El período vacacional lo aprovechaba para labores de intendencia. Dos años después de la apertura del colegio todavía necesitaban comprar más vajilla por lo que a finales de agosto del año 1958 sale el carcarés con una furgoneta en dirección a Bilbao acompañado por un cooperador, Fr. Francisco Ortega, que conducía el vehículo. A primera hora de la mañana del día 28 de agosto transitaban por la población cántabra de Sarón. Al parecer había poca visibilidad y el coche patinó, yendo a dar contra un castaño silvestre que se encontraba al lado de la carretera. El conductor del vehículo sufrió apenas algunos golpes pero el P. Sádaba quedó gravemente herido e inconsciente. Fue trasladado al Hospital santanderino de Valdecilla donde recibió atención médica de urgencia, pero no pudieron salvarle la vida. Los PP. Dominicos de Caldas de Besaya le dieron la Extremaunción muriendo poco después. Ocho Padres dominicos de Arcas Reales se trasladaron hasta el hospital en cuanto recibieron la llamada avisando del accidente, y junto con los de Caldas sacaron el cadáver del P. Sádaba del Hospital y lo trasladaron al cementerio del convento de las Caldas de Besaya para darle sepultura, ya que en Arcas Reales no tenían todavía cementerio propio. Esto ocurría el día 28 de agosto del año 1958. Dos de aquellos P.P. dominicos que se habían desplazado desde Valladolid se quedaron en Caldas para celebrar el lunes, uno de septiembre, un funeral solemne por su eterno descanso. El convento-colegio de Arcas Reales vivió con tristeza su primer día de luto en la historia del centro.
Recordado en los centros por los que pasó, dejó huella el P. Sádaba especialmente por su celo apostólico. Cuando tras su bagaje por el mundo volvió España, regresaba en período vacacional a su Cárcar natal a visitar a su familia, y esas visitas dieron también sus frutos. En la escuela de su pueblo de Cárcar, y también en la de Lerín, logró el discernimiento vocacional de varios jóvenes. Unos perseveraron y otros no.
Grupo de profesores de Arcas Reales. Años 70. El P. Isidro Rubio (profesor entonces de literatura), en primera fila, segundo por la derecha. También había profesores seglares como su sobrino Anastasio, con jersey azul. Foto: Antiguos Alumnos Dominicos Provincia Santo Rosario.
De entre los que perseveraron destacar a Elías Arróniz Yoldi (Cárcar), en una primera tanda, y a Isidro Rubio Insausti (Cárcar) y Serafín Monasterio Iñigo (Lerín) en un segundo verano. En una tercera ocasión ingresaron en la Mejorada Jesús María Pitillas Bascarán y Marcos Ramón Ruíz Arbeloa, ambos de Lerín. Y es que en Lerín mantenía la familia Sádaba Marín una amistad fraterna con el matrimonio formado por José Reyes y María Zubiri, y en su visita a Lerín para ver a sus amistades, el P. Paco solía hacer examen a los chicos que prometían vocación para llevarlos con él al colegio de La Mejorada. Todos los chavales citados llegaron a ser destacados dominicos en docencia, misión y pastoral, siguiendo las huellas de Santo Domingo de Guzmán en la Orden de Predicadores.
MARÍA ROSARIO LÓPEZ OSCOZ
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Para hacer este trabajo he necesitado consultar las necrológicas recogidas por los Padres Dominicos Hilario Ocio y Eladio Neira. t. 2 p. 614 (A-1960). y en las crónicas del Convento de Arcas Reales de Valladolid de agosto de 1958 facilitadas ambas por el P. Ramón Rodríguez OP al que agradezco su colaboración.
Del mismo modo agradezco a las familias Mendoza-Lizaldez e Irigoyen-Reyes por facilitarme los retratos del P. Sádaba Marín.