Pancracia de Ollo y de Mata, esposa de Zumalacárregui y madre de Micaela. Museo Zumalacárregui.
MICAELA ZUMALACÁRREGUI Y OLLO
Siempre supimos en Cárcar
que una hija del General Zumalacárregui, llamada Micaela, había muerto aquí y aquí
se le había dado sepultura, pero nunca supimos los motivos por los que esta
mujer se hallaba en este pueblo ni cuáles fueron las causas de su muerte.
Hasta hoy.
Vicenta
Micaela era la más pequeña de las hijas de Tomas de Zumalacárregui, fruto de su matrimonio con Pancracia de Ollo y de
Mata. No fue fácil la vida de esta joven
a pesar de ostentar (herencia de su padre) los títulos de duquesa de la Victoria
y condesa de Zumalacárregui. Precisamente por ser hija de quien era tuvo que pasar
por grandes dificultades que le impidieron llevar una vida tranquila y sosegada.
Nace
Micaela un 19 de abril del año 1833 en el número 25 de la calle del Carmen
de la ciudad de Pamplona. Reinaba en España el rey Fernando VII, pero
andaba próximo a morir ya que fallece en septiembre de ese año.
Tomás, el padre de Micaela, reconocido militar que había luchado brillantemente
en la Guerra de la Independencia y era famoso por sus hazañas bélicas, a la muerte de Fernando VII toma las armas para defender la
legitimidad de la corona en la persona de Carlos María Isidro, hermano del
monarca y heredero al trono según la Ley Sálica. El rey, poco antes de morir había derogado esta pragmática para que su hija Isabel, niña aún, no encontrara
obstáculo a su sucesión. Ante esta eventualidad, Zumalacárregui, por propia convicción y persuadido de algún modo por Ángel Sagaseta de Ilurdoz, síndico de
las Cortes de Navarra y primo político (las esposas de ambos eran primas
carnales, nietas a su vez del carcarés y destacado pintor y dorador de retablos, Andrés de Mata y Martínez), sale un día por el llamado Portal de Francia, próximo a su casa, y tomando las armas se pone al frente del
ejército carlista desatándose así la que se dio en llamar Primera Guerra Carlista.
Apostadas a ese Portal de Francia, llamado después "de Zumalacárregui", lo vieron marchar su mujer y sus hijas para nunca más regresar.
Puerta de Francia o Portal de Zumalacárregui. Pamplona
Carlistas
e isabelinos se enzarzan entonces en una lucha sin cuartel de la que surgirán tres
brotes a lo largo del siglo XIX. Al ser Zumalacárregui tan destacado militar,
en represalia, el bando enemigo le confisca sus bienes y detiene a su familia. Pancracia y las dos hijas mayores son recluidas en el convento de
clausura de las Agustinas de Pamplona, y a la pequeña Micaela la
retienen durante nueve meses en la Casa Inclusa de Villava. Tras un
tiempo encerradas, esposa e hijas son sacadas del convento para ser
exiliadas a Francia. La pequeña Micaela será rescatada más tarde por su tío Miguel,
hermano de su padre, que servía en el bando contrario, y la lleva a Ormáiztegui,
el pueblo natal del padre para ponerla bajo custodia del Padre Eusebio, sacerdote y hermano también de Tomás. Poco después consiguen entregarla a la madre que
se encontraba en Burdeos junto con sus otras dos hijas.
Estando aquí, se queja Pancracia del mal trato del que son objeto por parte de las autoridades
francesas, y así se lo hace saber por carta a su amiga
Leopoldina de las Heras, esposa del general O`donell: “en ninguna nación han perseguido a las señoras; siempre han sido
respetadas. Pues aquí, yo especialmente he sufrido una porción e atropellos,
bajezas y humillaciones sin más que por ser esposa de Z. Dios me da bastante
espíritu y serenidad para manifestarme con carácter a la canalla de los
empleados de policía”.
-¿Qué deja usted, cual es su última voluntad?
-Dejo mi mujer y mis hijas, únicos bienes que poseo; no tengo más para dejar y todo lo poco que tengo es de ellas.
Catalejo de Tomás de Zumalacárregui que se conserva en el Museo Zumalakarregi de Ormáiztegui
Poco fue aquello, apenas algunos enseres personales de su condición de militar: tres caballos y una mula, alguna pistola, el sable, una espada, un catalejo, regalo de un general amigo, y poco más. Varios de esos objetos se conservan en el Museo que lleva su nombre, ubicado en Ormáiztegui, su pueblo natal.
Traslado de Zumalacárregui herido. Museo Zumalakarregi
A partir de entonces, la mujer e hijas del general sobreviven merced al auxilio económico de una suscripción promovida por personas afines a la causa carlista. El principal promotor fue un sacerdote de Tolosa llamado Francisco Antonio de Legorburu que consiguió además traerlas a esa ciudad guipuzcoana y alojarlas en una casa de la calle Correo. Madre e hijas pisaban por fin suelo español; emocionadas, no paraban de agradecer la ayuda a sus benefactores y así lo manifiestaba Pancracia por carta a Esteban Larrión, apodado El Majo, un señor de Abárzuza que residía en Estella, proveedor de los ejércitos carlistas de esa zona navarra. Esteban Larrión había mantenido buena relación con Zumalacárregui y en más de una ocasión este se había alojado en su casa.
Y así, gracias a esas cartas dirigidas a El Majo sabemos que este le hacía llegar a Pancracia cestos con legumbres y otros alimentos. Esta correspondencia se guarda en el Museo del Carlismo de Estella.
Las dos hijas mayores tenían poca salud. En
el año 1851, estando en Tolosa, muere Josefa, la segunda de las hijas y, justo un año después, Ignacia, la mayor, ambas sin
haber llegado siquiera a cumplir los treinta años.
Los
títulos nobiliarios que conservaba Pancracia le daban cierto prestigio y
contribuían a mantener vivo el espíritu
del mito que surgió tras la muerte de su marido, pero dinero no les reportaba.
Las penalidades y angustias que arrastraban tampoco ayudaban a mantener el
espíritu elevado. Solo la gran fe que depositaban en la religión católica las
mantuvo serenas, como dejaban claro en las cartas que intercambiaban con amigos y conocidos. Y será esa relación epistolar lo que las
mantenga de algún modo en sociedad. Buena parte de esta correspondencia se custodia en el Museo Zumalakarregi de Ormaiztegui.
Y
así, sin poder superar del todo la desgracia de perder en solo dos años
a las dos hijas mayores, se traslada Pancracia con Micaela a Vitoria, a vivir a casa de su
hermano Joaquín, sacerdote y canónigo de su catedral. Años más tarde, Pancracia, que padecía de asma, muere en 1865 a consecuencia de esta enfermedad
pulmonar a la edad de sesenta y seis años quedando ya Micaela huérfana.
En la carta de condolencia que le remitió la princesa María
Teresa de Braganza, esposa del pretendiente Carlos María Isidro, le ofrece a la joven un
puesto de dama de honor que esta rechazó al haberse
comprometido a cuidar de su tío Joaquín.
Se
podría decir que es en este momento cuando Micaela quema sus últimos cartuchos, dejando
pasar una oportunidad real de mejorar su estatus social en aras de
asumir su responsabilidad familiar.
Quedaba pues Micaela, a sus treinta y dos años en Vitoria, una pequeña ciudad de provincias sin
más aliciente que la correspondencia epistolar que mantiene con parientes y amigos y la compañía
de su tío. A la muerte de éste queda ya sola, con la sola compañía de Florentina,
su criada.
En
momentos de apuro económico, acudía Micaela a un primo segundo llamado
Eusebio Zubizarreta Dorronsoro, hijo de una prima carnal de su padre, que le
prestaba gustoso lo que esta necesitaba, aunque le mantenía en deuda con él. A Eusebio lo nombran corredor de Comercio en la ciudad de La Habana y desde
allí se cartean con asiduidad, dando repetidas muestras de
sentido afecto familiar.
En
el año 1872 se desata la Tercera Guerra Carlista y, Micaela, recordando terribles
tiempos pasados, se siente tan expuesta, que para asegurarse
protección se traslada a Cárcar, el pueblo de su abuela materna. En Pamplona tenía también abundantes parientes por esa misma rama; el mismo Serafín
de Mata y Oneca era primo segundo suyo; este, que
entre otros muchos cargos era decano del Colegio de Abogados y secretario de la
Diputación, seguramente se habría prestado gustoso a darle protección, dada la
gran estima que sentía hacia el tío Tomás, pero Micaela concluye que es en Cárcar donde encontrará un plus de amparo y anonimato. A Cárcar, el pueblo de
la familia materna de su madre, había acudido en no
pocas ocasiones a visitar a sus parientes, principalmente a su tía Ambrosia,
prima carnal de Pancracia, su madre.
Ambrosia
López Bailo estaba casada con Francisco Jáuregui, de profesión prestamista; este señor, se podría entender que sería de ideología liberal, dados los ascendientes de su entorno familiar, sin embargo todo indica que comulgaba con las tesis carlistas, pues en su casa acogía a personajes de esa ideología, como se verá en próximos artículos. Su sobrino, Luis María Jáuregui Aristiguieta mantenía vínculo con la familia real española, al haberse casado con la nieta de María
Cristina de Borbón Dos-Sicilias, viuda de Fernando VII.
El
matrimonio Jáuregui no tenía hijos y vivía
tranquilamente en Cárcar en la casona de los antepasados de Ambrosia, situada
en la Plazuela (hoy plaza Marín Sola) y gustosamente acogieron a Micaela mientras existiera peligro para la joven de ser perseguida
por el bando liberal Y aquí se quedó con sus tíos durante un buen puñado de
meses.
Micaela
se trajo de Vitoria a Cárcar solo sus pertenencias más personales, incluidas
las joyas, además de la compañía de Florentina, su criada. Sus tíos eran ya
mayores pero sus amigos carcareses estaban siempre pendientes de ella. Estos
eran la familia Aranaz, los hijos del organista de la parroquia. Mantenía Micaela
muy buena relación con ellos, especialmente con dos de las hijas, Victoria y Venancia, especialmente con esta última; estas jóvenes iban a buscarla a la hora de misa y daban largos paseos por los
alrededores de la iglesia. Por las tardes Micaela se acercaba hasta la casa de
sus amigas y pasaban horas charlando. También cuando venía de vacaciones Juan
Cruz, uno de los hermanos varones, podía Micaela despacharse a gusto ya que colmaba de sobra su intelecto. Juan Cruz había cursado estudios
eclesiásticos en Salamanca y Zaragoza. Se había doctorado en Teología y en
aquel momento era catedrático del Seminario Conciliar de Pamplona. Cuando murió
Pancracia, fue Juan Cruz el que se desplazó a Vitoria y se encargó de todo el
papeleo testamentario, además de aconsejar a Micaela sobre los bienes que esta
heredaba. Ella le llamaba cariñosamente “mi
secretario”.
Y
luego estaba Alejo, don Alejo, otro de los hermanos Aranaz que era además el
párroco del pueblo y en quien Micaela descargaba todas sus preocupaciones pues mientras ella residió en este pueblo navarro era él su confesor y director espiritual. Se
podría decir que la estancia en Cárcar supuso para Micaela un tiempo de
serenidad y sosiego, a pesar de estar muy pendiente de las
noticias que llegaban de la guerra. Además, parece ser que un joven que estaba
en el frente le quitaba el sueño, máxime cuando este se encontraba herido en un
hospital de campaña. Se llamaba Ángel Santidrian, y por lo que le cuenta en las
cartas a su primo Eusebio, parece dar a entender que estaba ocupando su
corazón: “ya te decía en otras cartas que
es un joven de mérito y de buena familia”.
En
octubre del año 1873 muere la tía Ambrosia. El primer día de febrero del año
siguiente Micaela escribe a la ciudad de La Habana a su primo Eusebio dándole
cuenta de este fallecimiento, de su situación
actual y de su intención de quedarse un tiempo más con el tío Francisco: “aquí estoy todavía sin saber cómo ni cuándo volveré a casa”. Y reitera: “aquí sigo con el tío hasta que se despeje
algo lo de estas provincias”. Ella misma manifiesta pues el motivo que la retiene.
La
mañana del día 22 de ese mes de febrero del año 1874, al ir a levantarse comprueba Micaela que no se encuentra bien. Enseguida advierte una erupción de pequeños
puntitos por todo el cuerpo que el médico local no se atreve a diagnosticar, de
momento. El tío Francisco delega en manos de don Alejo el manejo del
asunto. Éste pide una segunda opinión médica y, al final, ambos galenos
concluyen que se trata de un brote de viruela maligna, pero que al parecer no reviste gravedad, ya que con el paso de las horas no se aprecian complicaciones.
Sin embargo, cuatro días más tarde y por lo que pudiera pasar, Micaela se
decide a testar; lo hace ante el notario local don Manuel Ona. En dicho testamento se
hace constar que nombra cabezalero o
albacea a don Alejo, y a su primo Eusebio, con quien se sentía en deuda,
heredero universal de sus bienes. Al párroco le da las indicaciones oportunas
para hacer el inventario de bienes y determina, caso de fallecer, ser enterrada en el mismo camposanto de Cárcar.
Tres
días más tarde seguían manteniendo esperanzas, sin embargo, en la madrugada
del día primero de marzo, asistida con impotencia por los médicos que nada pudieron
hacer, y espiritualmente por don Alejo el párroco, muere Micaela en
Cárcar a consecuencia de un brote de viruela a la edad cuarenta años.
Su
cuerpo fue depositado en un ataúd de cinc y a hombros de voluntarios carlistas conducido el féretro, calle Mayor arriba, hasta la iglesia parroquial donde se
oficiaron los funerales por su alma. Antes de ser depositado el cadáver en su
sepultura se le rindieron honores militares con salvas, dada su condición de
hija de oficial de tan alta graduación. Dicen que al sepelio acudió el
General Concha, adversario de su padre. La sepultura se preparó
concienzudamente de obra y con ladrillos macizos. Al poco se colocó sobre su
tumba una lápida que costó 640 reales.
Sus
últimas voluntades estuvieron gestionadas con precisión por el párroco don
Alejo, quien con minuciosidad comunicó por carta al heredero los pasos
que se iban dando hasta hacerle llegar los bienes de la finada. En uno de los últimos
viajes que el cura hizo a Vitoria, siendo ya el año 1876, se encontró con una
sorpresa inesperada; al revisar una vez más el baúl que contenía las
pertenencias de Zumalacárregui, y que habían estado custodiando
su esposa e hijas durante toda su vida, descubrieron que bajo una tela que cubría el fondo se encontraba cierta cantidad de onzas y medias onzas de oro de las que al
parecer Micaela ignoraba su existencia. De haber tenido en vida conocimiento de poseer ese “tesoro”, probablemente no habría necesitado acudir al
amparo económico de su primo.
Este
hallazgo dejó perplejo a don Alejo que no salía de su asombro, y así se lo manifiesta al heredero: “¡La Micaela tan curiosa,
tan diligente en ver hasta lo último de su casita, y no ver aquella tela! ¿Y si
la vio, si sabía su contenido, no decírmelo? ¿Y la madre no manifestarlo a su
querida hija? pues señor, no lo comprendo, no lo entiendo y ved por qué os he
dicho que mi viaje (a Vitoria) me ha causado sensibles al par que gratas
sensaciones. La primera porque estoy cierto que mi amiga ignoraba el tesoro que
tenía, y lo segundo porque en parte se habrá cumplido su voluntad de pagar a su
primo Eusebio”.
Algunos
de los parientes intentaron conseguir algún recuerdo que había pertenecido al “tío Tomás”; este es el caso del anteriormente citado Serafín de
Mata. Le pidió expresamente a don Alejo que persuadiera a Eusebio. Es por eso que el sacerdote le sugería a este que existía una cadena de oro del
reloj de Zumalacárregui partida en dos, y la
posibilidad de entregar a Serafín una de las dos mitades. Como no se conserva
la carta de vuelta no sabemos si esa parte llegó finalmente a manos del famoso abogado.
Lo
que sí sabemos es que Eusebio dispuso que se tomaran de esta herencia mil
pesetas para misas en sufragio del alma de Micaela en Cárcar, y otras
mil para repartir entre los pobres del mismo pueblo.
Lugar, detrás de la iglesia, donde estuvo ubicado el cementerio, y donde reposa Micaela Zumalacárregui.
El
Camposanto de Cárcar, que se hallaba situado justo detrás de la iglesia, había
sido construido en el año 1839 y se mantuvo allí hasta mediados del siglo XX,
que por normas de salubridad pasó a ubicarse en el extrarradio del pueblo. Es
entonces cuando se procedió a su desmantelamiento y saneamiento. Quien esto
escribe ha indagado y consultado a personas que asistieron o trabajaron en las
exhumaciones. La versión más creíble, por ser de algún modo la más oficial,
refiere que entre otras, apareció una tumba de obra de ladrillo macizo sobre la
que se encontraba un féretro de cinc, y en su interior el cadáver de una mujer
envuelta en un vistoso mantón de Manila
y larga cabellera, y que tras la inspección, y en vistas de que la tumba ofrecía
resistencia a su demolición, se optó por echar tierra encima y dejarla tal cual
la habían encontrado, no así el resto de tumbas de las que recuperaron los
restos y depositaron en un lateral de dicho camposanto. De ser como se asegura,
los restos mortales de Micaela continúan en el mismo lugar en que fue
depositada en el momento de su muerte, allá por el año 1874. Un jardín cubre a
día de hoy el antiguo campo santo y bajo el parterre la triste historia de esta
mujer, a la vez que las historias anónimas de cuantos con ella fueron
enterrados a lo largo de los años en los que este cementerio estuvo vigente.
Que este trabajo sirva para dejar que todos ellos ocupen su parte de la historia de este pueblo.
Que este trabajo sirva para dejar que todos ellos ocupen su parte de la historia de este pueblo.
Investigación y redacción: María Rosario López Oscoz
Nota: para saber más sobre la ascendencia carcaresa de Micaela Zumalacárregui ver mi libro "López. Retazos de la Historia de Lerín y Cárcar a través de un apellido". (e.a.)2017.
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Para
llevar a cabo este trabajo he necesitado consultar un buen puñado de documentos y páginas
web, pero especialmente me he valido de:
-Los
archivos parroquiales y municipales de Cárcar.
-Las cartas custodiadas en el
Museo Zumalacárregui de Ormáiztegui y en el Museo del Carlismo de Estella.
Los libros:
-“Mariano Benlliure o Recuerdos de una Familia. O`Donnell, Tuero,
Benlliure”, de Pilar Tuero O`Donnell. 1962.
-“Zumalacárregui”, Episodios
Nacionales de Benito Pérez Galdós. Madrid. 1898.
-“25 Cartas para una Guerra” de
Arantzazu Amezaga Iribarren. -“Diccionario Biográfico de los Diputados Forales
de Navarra (1840-1931)” de Ángel García-Sanz Marcotegui.
-“Revista Ilustrada
de Banca, Ferrocarriles, Industria y Seguros”, dirigida por V. Rankin Díaz.
Agradezco
también las atenciones y buena disposición de los directores de archivo de los
dos museos mencionados, Mikel Alberdi y Silvia Lizarraga, respectivamente.