martes, 25 de febrero de 2020

CÁRCAR Y LA TRÁGICA HISTORIA DE LA HIJA DEL GENERAL ZUMALACÁRREGUI

Pancracia de Ollo y de Mata, esposa de Zumalacárregui y madre de Micaela. Museo Zumalacárregui.

MICAELA ZUMALACÁRREGUI Y OLLO

Siempre supimos en Cárcar que una hija del General Zumalacárregui, llamada Micaela, había muerto aquí y aquí se le había dado sepultura, pero nunca supimos los motivos por los que esta mujer se hallaba en este pueblo ni cuáles fueron las causas de su muerte. Hasta hoy.

Vicenta Micaela era la más pequeña de las hijas de Tomas de Zumalacárregui, fruto de su matrimonio con Pancracia de Ollo y de Mata.  No fue fácil la vida de esta joven a pesar de ostentar (herencia de su padre) los títulos de duquesa de la Victoria y condesa de Zumalacárregui. Precisamente por ser hija de quien era tuvo que pasar por grandes dificultades que le impidieron llevar una vida tranquila y sosegada.

Nace Micaela un 19 de abril del año 1833 en el número 25 de la calle del Carmen de la ciudad de Pamplona. Reinaba en España el rey Fernando VII, pero andaba próximo a morir ya que fallece en septiembre de ese año. Tomás, el padre de Micaela, reconocido militar que había luchado brillantemente en la Guerra de la Independencia y era famoso por sus hazañas bélicas, a la muerte de Fernando VII toma las armas para defender la legitimidad de la corona en la persona de Carlos María Isidro, hermano del monarca y heredero al trono según la Ley Sálica. El rey, poco antes de morir había derogado esta pragmática para que su hija Isabel, niña aún, no encontrara obstáculo a su sucesión. Ante esta eventualidad, Zumalacárregui, por propia convicción y persuadido de algún modo por Ángel Sagaseta de Ilurdoz, síndico de las Cortes de Navarra y primo político (las esposas de ambos eran primas carnales, nietas a su vez del carcarés y destacado pintor y dorador de retablos, Andrés de Mata y Martínez), sale un día por el llamado Portal de Francia, próximo a su casa, y tomando las armas se pone al frente del ejército carlista desatándose así la que se dio en llamar Primera Guerra Carlista.

Tomás de Zumalacárregui. Museo Zumalacárregui.

Apostadas a ese Portal de Francia, llamado después "de Zumalacárregui", lo vieron marchar su mujer y sus hijas para nunca más regresar.


Puerta de Francia o Portal de Zumalacárregui. Pamplona

Carlistas e isabelinos se enzarzan entonces en una lucha sin cuartel de la que surgirán tres brotes a lo largo del siglo XIX. Al ser Zumalacárregui tan destacado militar, en represalia, el bando enemigo le confisca sus bienes y detiene a su familia. Pancracia y las dos hijas mayores son recluidas en el convento de clausura de las Agustinas de Pamplona, y a la pequeña Micaela la retienen durante nueve meses en la Casa Inclusa de Villava. Tras un tiempo encerradas, esposa e hijas son sacadas del convento para ser exiliadas a Francia. La pequeña Micaela será rescatada más tarde por su tío Miguel, hermano de su padre, que servía en el bando contrario, y la lleva a Ormáiztegui, el pueblo natal del padre para ponerla bajo custodia del Padre Eusebio, sacerdote y hermano también de Tomás. Poco después consiguen entregarla a la madre que se encontraba en Burdeos junto con sus otras dos hijas.

Estando aquí, se queja Pancracia del mal trato del que son objeto por parte de las autoridades francesas, y así se lo hace saber por carta a su amiga Leopoldina de las Heras, esposa del general O`donell: “en ninguna nación han perseguido a las señoras; siempre han sido respetadas. Pues aquí, yo especialmente he sufrido una porción e atropellos, bajezas y humillaciones sin más que por ser esposa de Z. Dios me da bastante espíritu y serenidad para manifestarme con carácter a la canalla de los empleados de policía”.

Madre e hijas pasan de Burdeos a Libourne y en esta ciudad reciben la terrible noticia de la muerte de Tomás de Zumalacárregui, esposo y padre, a consecuencia de la herida producida por una bala perdida que le atravesó la pierna cuando el militar buscaba el mejor modo de tomar Bilbao. Ante la inminencia del fatal desenlace dicen que un notario preguntó al moribundo: 

-¿Qué deja usted, cual es su última voluntad?
-Dejo mi mujer y mis hijas, únicos bienes que poseo; no tengo más para dejar y todo lo poco que tengo es de ellas.

Catalejo de Tomás de Zumalacárregui que se conserva en el Museo Zumalakarregi de Ormáiztegui

Poco fue aquello, apenas algunos enseres personales de su condición de militar: tres caballos y una mula, alguna pistola, el sable, una espada, un catalejo, regalo de un general amigo, y poco más. Varios de esos objetos se conservan en el Museo que lleva su nombre, ubicado en Ormáiztegui, su pueblo natal.


Traslado de Zumalacárregui herido. Museo Zumalakarregi

A partir de entonces, la mujer e hijas del general sobreviven merced al auxilio económico de una suscripción promovida por personas afines a la causa carlista. El principal promotor fue un sacerdote de Tolosa llamado Francisco Antonio de Legorburu que consiguió además traerlas a esa ciudad guipuzcoana y alojarlas en una casa de la calle Correo. Madre e hijas pisaban por fin suelo español; emocionadas, no paraban de agradecer la ayuda a sus benefactores y así lo manifiestaba Pancracia por carta a Esteban Larrión, apodado El Majo, un señor de Abárzuza que residía en Estella, proveedor de los ejércitos carlistas de esa zona navarra. Esteban Larrión había mantenido buena relación con Zumalacárregui y en más de una ocasión  este se había alojado en su casa.

Y así, gracias a esas cartas dirigidas a El Majo sabemos que este le hacía llegar a Pancracia cestos con legumbres y otros alimentos. Esta correspondencia se guarda en el Museo del Carlismo de Estella.

Las dos hijas mayores tenían poca salud. En el año 1851, estando en Tolosa, muere Josefa, la segunda de las hijas y,  justo un año después, Ignacia, la mayor, ambas sin haber llegado siquiera a cumplir los treinta años.

Los títulos nobiliarios que conservaba Pancracia le daban cierto prestigio y contribuían a mantener vivo el  espíritu del mito que surgió tras la muerte de su marido, pero dinero no les reportaba. Las penalidades y angustias que arrastraban tampoco ayudaban a mantener el espíritu elevado. Solo la gran fe que depositaban en la religión católica las mantuvo serenas, como dejaban claro en las cartas que intercambiaban con amigos y conocidos. Y será esa relación epistolar lo que las mantenga de algún modo en sociedad. Buena parte de esta correspondencia se custodia en el Museo Zumalakarregi de Ormaiztegui.

Y así, sin poder superar del todo la desgracia de perder en solo dos años a las dos hijas mayores, se traslada Pancracia con Micaela a Vitoria, a vivir a casa de su hermano Joaquín, sacerdote y canónigo de su catedral. Años más tarde, Pancracia, que padecía de asma, muere en 1865 a consecuencia de esta enfermedad pulmonar a la edad de sesenta y seis años quedando ya Micaela huérfana. 

En la carta de condolencia que le remitió la princesa María Teresa de Braganza, esposa del pretendiente Carlos María Isidro, le ofrece a la joven un puesto de dama de honor que esta rechazó al haberse comprometido a cuidar de su tío Joaquín.
Se podría decir que es en este momento cuando Micaela quema sus últimos cartuchos, dejando pasar una oportunidad real de mejorar su estatus social en aras de asumir su responsabilidad familiar.

Quedaba pues Micaela, a sus treinta y dos años en Vitoria, una pequeña ciudad de provincias sin más aliciente que la correspondencia epistolar que mantiene con parientes y amigos y la compañía de su tío. A la muerte de éste queda ya sola, con la sola compañía de Florentina, su criada.

En momentos de apuro económico, acudía Micaela a un primo segundo llamado Eusebio Zubizarreta Dorronsoro, hijo de una prima carnal de su padre, que le prestaba gustoso lo que esta necesitaba, aunque le mantenía en deuda con él. A Eusebio lo nombran corredor de Comercio en la ciudad de La Habana y desde allí se cartean con asiduidad, dando repetidas muestras de sentido afecto familiar.

Eusebio Zubizarreta Dorronsoro. Museo Zumalacárregui.

En el año 1872 se desata la Tercera Guerra Carlista y, Micaela, recordando terribles tiempos pasados, se siente tan expuesta, que para asegurarse protección se traslada a Cárcar, el pueblo de su abuela materna. En Pamplona tenía también abundantes parientes por esa misma rama; el mismo Serafín de Mata y Oneca era primo segundo suyo; este, que entre otros muchos cargos era decano del Colegio de Abogados y secretario de la Diputación, seguramente se habría prestado gustoso a darle protección, dada la gran estima que sentía hacia el tío Tomás, pero Micaela concluye que es en Cárcar donde encontrará un plus de amparo y anonimato. A Cárcar, el pueblo de la familia materna de su madre, había acudido en no pocas ocasiones a visitar a sus parientes, principalmente a su tía Ambrosia, prima carnal de Pancracia, su madre.

Ambrosia López Bailo estaba casada con Francisco Jáuregui, de profesión prestamista; este señor, se podría entender que sería  de ideología liberal, dados los ascendientes de su entorno familiar, sin embargo todo indica que comulgaba con las tesis carlistas, pues en su casa acogía a personajes de esa ideología, como se verá en próximos artículos.  Su sobrino, Luis María Jáuregui Aristiguieta mantenía vínculo con la familia real española, al haberse casado con la nieta de María Cristina de Borbón Dos-Sicilias, viuda de Fernando VII.

El matrimonio Jáuregui  no tenía hijos y vivía tranquilamente en Cárcar en la casona de los antepasados de Ambrosia, situada en la Plazuela (hoy plaza Marín Sola) y  gustosamente acogieron a Micaela mientras existiera peligro para la joven de  ser perseguida por el bando liberal Y aquí se quedó con sus tíos durante un buen puñado de meses.


La llamada Casa Jaúregui, en la actualidad Plaza Marín Sola. Cárcar

Micaela se trajo de Vitoria a Cárcar solo sus pertenencias más personales, incluidas las joyas, además de la compañía de Florentina, su criada. Sus tíos eran ya mayores pero sus amigos carcareses estaban siempre pendientes de ella. Estos eran la familia Aranaz, los hijos del organista de la parroquia. Mantenía Micaela muy buena relación con ellos, especialmente con dos de las hijas, Victoria y Venancia, especialmente con esta última; estas jóvenes iban a buscarla a la hora de misa y daban largos paseos por los alrededores de la iglesia. Por las tardes Micaela se acercaba hasta la casa de sus amigas y pasaban horas charlando. También cuando venía de vacaciones Juan Cruz, uno de los hermanos varones, podía Micaela despacharse a gusto ya que colmaba de sobra su intelecto. Juan Cruz había cursado estudios eclesiásticos en Salamanca y Zaragoza. Se había doctorado en Teología y en aquel momento era catedrático del Seminario Conciliar de Pamplona. Cuando murió Pancracia, fue Juan Cruz el que se desplazó a Vitoria y se encargó de todo el papeleo testamentario, además de aconsejar a Micaela sobre los bienes que esta heredaba. Ella le llamaba cariñosamente “mi secretario”.

Placa dedicada a Juan Cruz Aranaz. Cárcar

Y luego estaba Alejo, don Alejo, otro de los hermanos Aranaz que era además el párroco del pueblo y en quien Micaela descargaba todas sus preocupaciones pues mientras ella residió en este pueblo navarro era él su confesor y director espiritual. Se podría decir que la estancia en Cárcar supuso para Micaela un tiempo de serenidad y sosiego, a pesar de estar muy pendiente de las noticias que llegaban de la guerra. Además, parece ser que un joven que estaba en el frente le quitaba el sueño, máxime cuando este se encontraba herido en un hospital de campaña. Se llamaba Ángel Santidrian, y por lo que le cuenta en las cartas a su primo Eusebio, parece dar a entender que estaba ocupando su corazón: “ya te decía en otras cartas que es un joven de mérito y de buena familia”.

En octubre del año 1873 muere la tía Ambrosia. El primer día de febrero del año siguiente Micaela escribe a la ciudad de La Habana a su primo Eusebio dándole cuenta  de este fallecimiento, de su situación actual y de su intención de quedarse un tiempo más con el tío Francisco: “aquí estoy todavía sin saber cómo ni cuándo  volveré a casa”. Y reitera: “aquí sigo con el tío hasta que se despeje algo lo de estas provincias”. Ella misma manifiesta pues el motivo que la retiene.

La mañana del día 22 de ese mes de febrero del año 1874, al ir a levantarse comprueba Micaela que no se encuentra bien. Enseguida advierte una erupción de pequeños puntitos por todo el cuerpo que el médico local no se atreve a diagnosticar, de momento. El tío Francisco delega en manos de don Alejo el manejo del asunto. Éste pide una segunda opinión médica y, al final, ambos galenos concluyen que se trata de un brote de viruela maligna, pero que al parecer no reviste gravedad, ya que con el paso de las horas no se aprecian complicaciones. Sin embargo, cuatro días más tarde y por lo que pudiera pasar, Micaela se decide a testar; lo hace ante el notario local don Manuel Ona. En dicho testamento se hace constar que nombra  cabezalero o albacea a don Alejo, y a su primo Eusebio, con quien se sentía en deuda, heredero universal de sus bienes. Al párroco le da las indicaciones oportunas para hacer el inventario de bienes y determina, caso de fallecer, ser enterrada en el mismo camposanto de Cárcar.

Tres días más tarde seguían manteniendo esperanzas, sin embargo, en la madrugada del día primero de marzo, asistida con impotencia por los médicos que nada pudieron hacer, y espiritualmente por don Alejo el párroco, muere Micaela en Cárcar a consecuencia de un brote de viruela a la edad cuarenta años.

Su cuerpo fue depositado en un ataúd de cinc y a hombros de voluntarios carlistas conducido el féretro, calle Mayor arriba, hasta la iglesia parroquial donde se oficiaron los funerales por su alma. Antes de ser depositado el cadáver en su sepultura se le rindieron honores militares con salvas, dada su condición de hija de oficial de tan alta graduación. Dicen que al sepelio acudió el General Concha, adversario de su padre. La sepultura se preparó concienzudamente de obra y con ladrillos macizos. Al poco se colocó sobre su tumba una lápida que costó 640 reales.

Sus últimas voluntades estuvieron gestionadas con precisión por el párroco don Alejo, quien con minuciosidad comunicó por carta al heredero los pasos que se iban dando hasta hacerle llegar los bienes de la finada. En uno de los últimos viajes que el cura hizo a Vitoria, siendo ya el año 1876, se encontró con una sorpresa inesperada; al revisar una vez más el baúl que contenía las pertenencias de Zumalacárregui, y que habían estado custodiando su esposa e hijas durante toda su vida, descubrieron que bajo una tela que cubría el fondo se encontraba cierta cantidad de onzas y medias onzas de oro de las que al parecer Micaela ignoraba su existencia. De haber tenido en vida conocimiento de poseer ese “tesoro”, probablemente no habría necesitado acudir al amparo económico de su primo.

Este hallazgo dejó perplejo a don Alejo que no salía de su asombro, y así se lo manifiesta al heredero: “¡La Micaela tan curiosa, tan diligente en ver hasta lo último de su casita, y no ver aquella tela! ¿Y si la vio, si sabía su contenido, no decírmelo? ¿Y la madre no manifestarlo a su querida hija? pues señor, no lo comprendo, no lo entiendo y ved por qué os he dicho que mi viaje  (a Vitoria) me ha causado sensibles al par que gratas sensaciones. La primera porque estoy cierto que mi amiga ignoraba el tesoro que tenía, y lo segundo porque en parte se habrá cumplido su voluntad de pagar a su primo Eusebio”.

Algunos de los parientes intentaron conseguir algún recuerdo que había pertenecido al “tío Tomás”; este es el caso del anteriormente citado Serafín de Mata. Le pidió expresamente a don Alejo que persuadiera a Eusebio. Es por eso que el sacerdote le sugería a este que existía una cadena de oro del reloj de Zumalacárregui partida en dos, y la posibilidad de entregar a Serafín una de las dos mitades. Como no se conserva la carta de vuelta no sabemos si esa parte llegó finalmente a manos del famoso abogado.

Lo que sí sabemos es que Eusebio dispuso que se tomaran de esta herencia mil pesetas para misas en sufragio del alma de Micaela en Cárcar, y otras mil para repartir entre los pobres del mismo pueblo.

Lugar, detrás de la iglesia, donde estuvo ubicado el cementerio, y donde reposa Micaela Zumalacárregui.

El Camposanto de Cárcar, que se hallaba situado justo detrás de la iglesia, había sido construido en el año 1839 y se mantuvo allí hasta mediados del siglo XX, que por normas de salubridad pasó a ubicarse en el extrarradio del pueblo. Es entonces cuando se procedió a su desmantelamiento y saneamiento. Quien esto escribe ha indagado y consultado a personas que asistieron o trabajaron en las exhumaciones. La versión más creíble, por ser de algún modo la más oficial, refiere que entre otras, apareció una tumba de obra de ladrillo macizo sobre la que se encontraba un féretro de cinc, y en su interior el cadáver de una mujer envuelta en un vistoso mantón  de Manila y larga cabellera, y que tras la inspección, y en vistas de que la tumba ofrecía resistencia a su demolición, se optó por echar tierra encima y dejarla tal cual la habían encontrado, no así el resto de tumbas de las que recuperaron los restos y depositaron en un lateral de dicho camposanto. De ser como se asegura, los restos mortales de Micaela continúan en el mismo lugar en que fue depositada en el momento de su muerte, allá por el año 1874. Un jardín cubre a día de hoy el antiguo campo santo y bajo el parterre la triste historia de esta mujer, a la vez que las historias anónimas de cuantos con ella fueron enterrados a lo largo de los años en los que este cementerio estuvo vigente. 

Que este trabajo sirva para dejar que todos ellos ocupen su parte de la historia de este pueblo.
               Investigación y redacción: María Rosario López Oscoz 

Nota: para saber más sobre la ascendencia carcaresa de Micaela Zumalacárregui ver mi libro "López. Retazos de la Historia de Lerín y Cárcar a través de un apellido". (e.a.)2017.
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Para llevar a cabo este trabajo he necesitado consultar un buen puñado de documentos y páginas web, pero especialmente me he valido de: 
-Los archivos parroquiales y municipales de Cárcar. 
-Las cartas custodiadas en el Museo Zumalacárregui de Ormáiztegui y en el Museo del Carlismo de Estella.
Los libros: 
-“Mariano Benlliure o Recuerdos de una Familia. O`Donnell, Tuero, Benlliure”, de Pilar Tuero O`Donnell. 1962.
-“Zumalacárregui”, Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Madrid. 1898.
-“25 Cartas para una Guerra” de Arantzazu Amezaga Iribarren. -“Diccionario Biográfico de los Diputados Forales de Navarra (1840-1931)” de Ángel García-Sanz Marcotegui.
-“Revista Ilustrada de Banca, Ferrocarriles, Industria y Seguros”, dirigida por V. Rankin Díaz.

Agradezco también las atenciones y buena disposición de los directores de archivo de los dos museos mencionados, Mikel Alberdi y Silvia Lizarraga, respectivamente. 

viernes, 21 de febrero de 2020

Presentación

Bienvenidos a este blog que inicia hoy su andadura, y al que voy a llamar: “Legado de Cárcar”. Su misión es mostrar un elenco de personajes nacidos en este pueblo, o relacionados con él, y que en su mayor parte permanecen olvidados, o insuficientemente conocidos, y que constituyen un importante legado que enriquece el patrimonio inmaterial de esta población y de la comunidad científica y humana.

Todos los personajes que irán desfilando por este blog  han dejado un rastro en libros y documentos, de los cuales me he servido para realizar una investigación lo más exhaustiva posible y confeccionar con ella pequeñas biografías o semblanzas y, de este modo, tratar de recuperarlos y rescatarlos del olvido.

Siempre se ha dicho que se ama lo que se conoce y que a los pueblos se les reconoce por sus gentes. Espero que a través de las pequeñas o grandes historias que surjan de la vida de estos personajes nos hagamos una idea del componente humano que habita en el corazón de este pequeño pueblo de la Ribera de Navarra.
                                              Charo López Oscoz