Efectivamente, los carcareses Andrés de Mata y Joaquina Oteiza fueron los abuelos políticos de Tomás de Zumalacárregui, como así iré mostrando; y aunque en este primer capítulo no habrá espacio suficiente para abordarlo a él, se irá de algún modo desvelando a partir de este.
Ya dije en un post anterior que desde siempre me intrigaba conocer el motivo por el cual una hija de este famoso militar carlista había muerto en Cárcar, ya que por más que buscaba no veía conexión; sin embargo, en el transcurso de la investigación que tuve que llevar a cabo para escribir el libro “López, retazos de la Historia de Lerín y Cárcar a través de un apellido” se me fue abriendo luz, y, tirando del hilo y casando sus genealogías, descubrí que Tomás de Zumalacárregui entraba en la historia de la familia Mata, y, por tanto, también en la de Cárcar.
Pero no será solo Zumalacárregui el personaje relevante que se asocie a esta familia, sino también algunos otros individuos que iré desgranando a continuación; porque si espectacular fue la obra de Andrés, magnífico dorador de retablos, no lo fue menos la trayectoria de algunos de sus descendientes o relacionados con estos.
Andrés de Mata y Joaquina Oteiza tuvieron al menos seis hijos que fueron naciendo por los distintos lugares de la geografía navarra, según el padre se encontrara trabajando en ese momento, como expliqué en el capítulo anterior dedicado a él y a su obra. Estos hijos se llamaron: María Manuela, Francisco María, María Melchora, María Josefa, María Isabel e Ildefonso de Mata y Oteiza, cuyas vidas intentaré poco a poco desglosar separadamente.
1)- MARÍA MANUELA DE MATA Y OTEIZA. Esta fue la primera en nacer y lo hace en Caparroso cuando su padre estaba dorando el retablo mayor de su iglesia de Santa Fe. El bautismo tuvo lugar en esa parroquia el día 8 de septiembre del año 1755.
Como sabemos que el padre trabajó también en Pamplona, no es de extrañar que María Manuela (Manuela) encontrara novio en la capital navarra; de tal modo que se casa el día 16 de junio del año 1781 con un joven llamado Juan Ángel Latreita, que era hijo de Juan de Latreita Jaurion y Bernarda de Olagüe. Juan Ángel había nacido en Pamplona un 21 de noviembre del año 1754 y aquí lo harán también algunos de los hijos de este nuevo matrimonio. De Pamplona se trasladan por un tiempo a vivir a Vitoria y en octubre del año 1791, con apenas dos años de edad, muere en esta capital uno de los hijos, el pequeño Celedonio. Al año siguiente, un 17 de diciembre, nacerá estando todavía en Vitoria una niña a la que bautizaron con el nombre de María Joaquina Valentina (ya habían tenido anteriormente otra niña llamada María Joaquina que moriría de bebé, seguramente). En agosto del año 1795 la familia Latreita Mata estaba en Cárcar, no sé si residiendo o de forma esporádica, pero el caso es que el día 22 de ese mismo mes de agosto nace en este pueblo materno Juan Lorenzo, el último de los hijos del matrimonio (recordar que aunque Manuela nació en Caparroso era carcaresa).
No he podido averiguar la profesión inicial de Juan Ángel pero debió de estar relacionada con el comercio. Lo que sí está claro es que era un hombre de fiar ya que el ecónomo de la iglesia de Cárcar se valía frecuentemente de él para saldar deudas en Pamplona con los gremios que prestaban servicios a la parroquia. El caso es que, durante la ocupación napoleónica, el Marqués de Vallesantoro a la sazón virrey de Navarra, ordena a Latreita, a pesar de su reticencia, hacerse cargo del aprovisionamiento de las tropas francesas que habían tomado la plaza de Pamplona, así como de los soldados que venían atravesando la frontera por Irún; para entonces nuestro hombre tenía ya 54 años. Todas las acciones llevadas a cabo por Latreita estaban supervisadas por el propio virrey y contaban además con el beneplácito de Fernando VII.
Cuando el marqués de Vallesantoro fue depuesto y enviado a Francia, José Bonaparte mantuvo en su puesto a Latreita y en el año 1809 lo nombra Administración General de las Rentas y Bienes Nacionales, así como máximo responsable y comisionado especial para la ocupación y supresión de conventos, monasterios y otros edificios eclesiásticos. El objeto era conseguir liquidez para sufragar los gastos que estaban ocasionando la ocupación y la manutención a la soldadesca. A lo largo de esta desamortización se hizo también un inventario de los bienes incautados, lo que ha permitido conocer a día de hoy cual era ese patrimonio antes de la ocupación. En esta labor Latreita estuvo apoyado por Manuel Antonio de Gomeza (canónigo y subdelegado para la ocupación y supresión y enajenación de los conventos) y, particularmente en cada caso, con la colaboración y seguramente impotencia de los párrocos o abades en los que se actuaba. Y no solo conocemos gracias a ese inventario la relación del patrimonio existente, sino que nos permite también entender el proceder de Latreita, ya que los franceses no contaban con que de forma discreta este hombre se iba a poner del lado de los suyos evitando en parte el expolio a su tierra. Sirva como ejemplo el llevado a cabo en el convento de los capuchinos de Lerín; después de detallar como era físicamente el interior de dicho convento y su contenido, al llegar al ajuar litúrgico (que es lo que más interesaba a los franceses por contener metales preciosos), se dice: “Sobre los ornamentos y vasos sagrados se informó de que habían sido robados pocos días antes por unos individuos que se suponía pertenecían a la tropa española”. ¡Qué casualidad! Esta aseveración, tomada de un trabajo de Pilar Andueza titulado: “Una aproximación al impacto de la guerra de la Independencia, la desamortización josefina”, muestra con esta vaga frase la treta que acostumbraba a utilizar Latreita (sírvame este juego de palabras) para despistar a los franceses y en la medida de lo posible poner a salvo de su rapiña buena parte de los bienes, tanto eclesiásticos como civiles.
En el año 1813, poco antes de terminar la llamada, Guerra de la Independencia española, Latreita pide permiso para pasar a Francia por un período de seis meses “por asuntos concernientes a su casa”. La guerra estaba ya sentenciada y en septiembre de 1814, concluida esta y expulsados los franceses, los “afrancesados” son perseguidos y juzgados. Y así, por una Real Orden, Juan Ángel Latreita es desterrado de su tierra y condenado a no acercarse a Pamplona a menos de veinte leguas. Es de suponer que debió llevarse al destierro también a su familia. No mucho tiempo después regresan a España y se establecen en Bilbao. Desde aquí, en el año 1815, pide providencia a las nuevas autoridades alegando que su participación mientras la ocupación no había sido voluntaria. En su alegato viene a decir algo así como que gracias a su heroísmo y servicios prestados a la religión, al rey, a la patria y a los particulares perseguidos por la tiránica aprensión de los franceses, y con exposición continua e inminente de su vida, no solo había conseguido aminorar el empréstito forzoso exigido a los pueblos de Navarra, sino que había conseguido liberarlos en muchos casos de la rapacidad del enemigo. Pidió que se hiciera una purificación de su conducta ya que manifestaba ser un verdadero español, pues con los actos de su administración evitó cuanto pudo el saqueo “y libertó de la rapacidad del enemigo los intereses, frutos, ganados y alhajas más preciosas de los monasterio y conventos mandados exigir por aquel gobierno”. De tal modo que “por su manejo y buenos oficios se han conservado y los poseen en el día, como así lo manifiestan las actas capitulares de los conventos intervenidos”. Por todo ello y avalado por la friolera de 56 testigos, la mayoría de ellos “recomendables por su virtud, ciencia, profesión y empleos” solicita el perdón de los tribunales y la posibilidad de volver a Pamplona. El Tribunal de la Corte de Navarra que lo había encausado lo absolvió de todos los cargos y en el año 1818 regresó a su casa de Pamplona.
En el año 1820 a Juan Ángel Latreita le tocará prestar ahora un peculiar servicio a su familia política representando por poderes nada menos que a Tomás de Zumalacárregui en la boda de este, ya que el novio no podía estar presente. La novia, Pancracia de Ollo y de Mata, era, como veremos, sobrina política de Latreita.
JOAQUINA LATREITA MATA
Una de las hijas de Juan Ángel Latreita y Manuela de Mata, y nieta del dorador Andrés de Mata, recibió el nombre Joaquina, como su abuela materna (la carcaresa), y saldrá también del anonimato gracias a su marido. Joaquina, que como ya he dicho nació el 17 de diciembre de 1792 mientras la familia se encontraba residiendo en Vitoria, se casa en Pamplona un 18 de octubre del año 1818 (recién llegada la familia de Bilbao tras su destierro) con un flamante joven llamado Ángel Sagaseta de Ilurdoz y Garraza; el novio tenía en ese momento 34 años y la novia 26. Ángel Sagaseta desarrolló un importante papel en el devenir político navarro. Existen varias semblanzas sobre él pero me voy a fijar principalmente en algunos aspectos que ofrece Mercedes Vázquez de Prada en la página web de la Real Academia de la Historia para ofrecer unas pequeñas pinceladas sobre su trayectoria.
Ángel Sagaseta de Ilurdoz nace en Pamplona el día 1 de marzo del año 1784; cursa estudios en los Escolapios de Sos del Rey Católico y en Zaragoza. El grado de bachiller lo obtiene en el colegio andresiano de Valencia y en el año 1807 se licencia en Derecho por la Universidad de Oñate para pasar a ejercer de abogado en el Consejo Real de Navarra. En 1814, y “dada la brillantez de sus estudios, sus méritos como abogado, sus servicios como asesor del Ayuntamiento de Pamplona y asesor jurídico militar y el hecho de que su conducta en todo tiempo de la opresión francesa se halla libre de toda sospecha”, es promovido para ejercer como Oidor del Real Consejo de Navarra. En 1818, año en que contrae matrimonio con Manuela, es nombrado Síndico Consultor de las Cortes de Navarra, cargo que ocupó hasta su muerte, siendo el último de los Síndicos del Reino de Navarra. Fue también Consultor de la Diputación; tenía su vivienda ubicada en el número 32 de la Plaza del Castillo, lugar donde acostumbraba a reunirse en amenas tertulias con amigos, que a la larga resultaron adeptos a la causa carlista. Uno de estos tertulianos sería Tomás de Zumalacárregui que acudiría sin levantar ningún tipo de recelo ya que las esposas de ambos eran primas carnales. En Marzo de 1820 Sagaseta de Ilurdoz es nombrado secretario de la Junta Interina del Gobierno de Navarra. El 17 de septiembre de ese mismo año firmó como testigo en la boda de Zumalacárregui (esa en la que el novio no pudo asistir y lo tuvo que hacer por poderes el tío de la novia, Juan Ángel Latreita, suegro a su vez de Sagaseta) y a finales de ese mismo año, este síndico navarro es elegido también Alcalde de Pamplona junto con el conde de Guendulain.
Sagaseta de Ilurdoz, hombre además insobornable, se mostró firme contra el absolutismo y ante lo que consideraba intromisión del Virrey en aquellos asuntos que solo competían al Reino de Navarra, negándose y criticado abiertamente el proceso abolicionista que se había iniciado por parte del Gobierno Español, -que acabó por imponerse-, por lo que tuvo que asistir impotente a los acontecimientos. Mientras la primera guerra carlista se le acusó de conspiración (recordemos su relación con Zumalacárregui y su vinculación al ideario carlistas) por lo cual, en las purgas contra los simpatizantes carlistas entre altos funcionarios navarros fue desterrado a Valencia, acompañado sin duda por su familia. Allí, en oposición a la Ley de 1839, escribió un detallado informe titulado "Fueros fundamentales del Reino de Navarra y defensa legal de los mismos", que se publicaría en la imprenta F. Erasun de Pamplona en el año 1840.
En dicha memoria quedaban patentes las serias diferencias que marcaba con los llamados liberales progresistas, por lo que el texto fue incautado por las autoridades. Las primeras líneas de dicho texto son reflejo del carácter de este hombre: “Soy navarro, y me complazco en ser tal por naturaleza, castizo, leal, firme y honrado. Los tres Estados del Reino de Navarra juntos y congregados en Cortes Generales (…) perpetuaron e hicieron de por vida mi destino de Síndico Consultor de los mismos y de su Diputación. (…) hasta ahora he cumplido, y debo cumplir ahora, el juramente que como Síndico hice de defender a todo mi leal saber la existencia del Reino de Navarra y de sus Fueros, Leyes, Ordenanzas, usos, costumbres, franquezas, exenciones y libertades.(…) Como navarro tengo derecho a hablar sobre la materia de Fueros: como Sindico me considero en obligación de tratarla, de sostenerla privada y públicamente, y de colocarla en su único y verdadero estado legal ante la nación española, y sus Cortes y su gobierno (…)”. Y así continúa a lo largo de sus quince páginas.
Se opuso también reiteradamente a la ley de 1841 y, dos años más tarde, este imponente jurisconsulto navarro fallece a los 59 años de edad.
Una hija de Ángel Sagaseta de Ilurdoz y Joaquina Latreita Mata, llamada Manuela como su abuela materna, nacerá en Puente la Reina en el año 1823 y contraerá matrimonio en el año 1846 con Francisco Javier Espinosa de los Monteros y Azcona. Carlos, uno de los hijos de este matrimonio será el primer Marqués de Valtierra, militar, embajador y ascendiente de los Espinosa de los Monteros actuales y también con una extensa biografía que omitiré para este trabajo por alejarse ya del apellido Mata.
Para no hacer demasiado largos los capítulos, el resto de hijos de Andrés de Mata y Joaquina Oteiza los iré desarrollando en los siguientes. Según el orden marcado, a Tomás de Zumalacárregui le corresponderá aparecer en el siguiente de los tres capítulos en los que he dividido la historia de esta singular familia.
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Investigación y redacción: María Rosario López Oscoz
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