martes, 28 de octubre de 2025

EL ÓRGANO DE LA IGLESIA DE CÁRCAR: un tesoro mudo

 

Texto que se lee en el secreto del órgano de Cárcar: Joseph de Mañeru y Ximenez me fecit en Lerín. Año 1736 rueguen a Dios por él. Foto: José Luis Echechipía

Introducción

El presente artículo está pensado como recordatorio para mostrar una vez más la necesidad de recuperar este tesoro mudo, instrumento musical de gran valor que languidece en el desván del olvido desde hace muchas décadas, testigo pasmado del mayor esplendor patrimonial que ha tenido Cárcar a lo largo de los siglos y que sigue pidiendo a gritos su reparación y vuelta a la vida musical para la que fue creado.

Origen y valor artístico

El órgano de la iglesia parroquial de Cárcar es un instrumento salido de la prestigiosa escuela de organería de Lerín. Estudiado detenidamente en el año 1985 por Aurelio Sagaseta y Luis Taberna, y en 2018 por Rubén Pérez Iracheta y José Luís Echechipía, está catalogado en su conjunto como “de mucho interés”, aún considerando el lamentable estado en el que se encuentra. Este órgano, como todos los de sus características, es una pieza única, irrepetible, dotada del carisma que cada maestro organero lograba imprimirle y, por lo tanto, susceptible de cuidar y preservar convenientemente.

Aspecto actual del órgano de Cárcar. Foto: RLO

Antecedentes históricos

Antes del que vemos actualmente hubo otros órganos, ya que eran elemento imprescindible en los templos católicos para seguir la liturgia, especialmente en días de solemnidad. El inmediatamente anterior databa del año 1696, como así consta en los litigios que mantuvieron dos organeros lerineses: Félix de Yoldi y Joseph de Mañeru, tío y sobrino, respectivamente. Pero el tiempo pasaba y por diversos motivos los de Cárcar lo quisieron renovar.

Lugar donde se encontraba el instrumento anterior y que da acceso al coro desde la sala capitular. Foto: RLO

La solicitud de 1735

De modo que corría el año 1735 cuando los cabildos eclesiástico y secular enviaron al obispado una solicitud con un memorial exponiendo las causas que impulsaba esa petición. Entre ellas se dice, que el existente llevaba más de treinta años sin apear ni afinar por lo que tenía acumulado mucho polvo y los registros iban muy lentos y, alguno incluso, estaba estropeado. A esto se unía que:

“se halla plantado en la Capilla por donde sube y baja el cabildo de la sacristía al coro y por el mismo paraje sube la gente al campanar a tañer las campanas a las procesiones, nublados y demás que ocurre (...) Y no solo embaraza dicho órgano para el paso de la gente, sino que al pasar se conmueve y se desafina aquel, y está expuesto a que la gente de él guste y descomponga flautas, como ha sucedido algunas veces”.

Pero eso no era todo, además pretendían cambiarlo de ubicación alegando estas causas:

“y así bien sucede que de donde el presente está dicho órgano, no se ve el altar de la imagen de Ntra. Sra. del Rosario donde todos los días de sábado se dice misa cantada y salve, y es preciso avisar siempre que ha de callar el órgano”.

En resumen, que todo eran inconvenientes, por lo que pretenden revertir esta situación adaptando una nueva capilla donde colocarlo, enfrente a donde hasta ahora se encontraba:

“donde no habrá paso a parte alguna, y se verá dicho altar de Nuestra Señora del Rosario y se evitarán todos los inconvenientes que van mencionados”.

Estudiado el caso en Pamplona, se concede la licencia con condición

“con tal que no saquen ni usen del dinero que se halla en el archivo”

sino que lo hagan con el dinero de que disponen

“hasta el importe de doscientos y doce pesos que supone podrán tener de gasto la efectuación de todas dichas fábricas, procurando hacerlas con la seguridad y menor coste que se pueda sobre que les grabamos sus conciencias”.

El documento está firmado por el licenciado Fermín de Lubian el 7 de noviembre de 1735.


La construcción del nuevo órgano (1736)

Así que, una vez obtenido el permiso se ponen manos a la obra. De la construcción del nuevo órgano se va a hacer cargo uno de los más famosos organeros del momento: Joseph de Mañeru y Ximénez, maestro lerinés, ya citado, que para el siguiente año lo tendrá listo, dejando constancia de ello en el secreto izquierdo donde aparece la siguiente leyenda:

“Joseph de Mañeru y Ximénez me fecit en Lerín Año 1736. Rueguen a Dios por él”.

Pero el caso es que el órgano se hace, pero a los de Cárcar no les debió de llegar el dinero para colocarlo en el lugar que pretendían, por lo que se colocó nuevamente donde había estado el anterior, y así se mantuvo hasta que tres décadas más tarde se removió de sitio aprovechando que se iban a llevar a cabo otras obras en la iglesia, como era una nueva sillería para el coro. De modo que, toda esa parte de atrás iba a sufrir un cambio notable en su fisonomía.

Reformas posteriores y nueva caja rococó

Del tallado de la sillería se van a hacer cargo dos prestigiosos tallistas: Julián Martínez, artista de Calahorra y Francisco de Bousou, natural de la población francesa de Meiac y residente también en Calahorra; y de la nueva capilla y caja para el órgano (donde se había de trasladar la maquinaria construida por Mañeru) correría a cargo de un maestro carpintero carcarés: Joseph de Arbizu y Brabo.

Mantiene Pérez Iracheta, que el delicado trabajo de adaptación del órgano a la nueva caja corrió a cargo de otro maestro organero lerinés, uno de los hermanos Tarazona López de Velasco, sin llegar a precisar si fue Lucas o Ramón.

Interior del órgano. Foto: José Luis Echechipía

Al parecer se rescataron algunas piezas del órgano anterior, como el Flautado de 13, que data de principios del siglo XVII. Sospecha Pérez Iracheta  y Echechipía la posibilidad de que por la tipología, esta pieza pudiera pertenecer al organero italiano Guido Baldo Fulgencio, unido a que en una de sus partes se advierte la leyenda: “Ubaldo”.

También la Flauta alemana de dos hileras podría ser de un posterior arreglo que hizo Pedro Roqués en el año 1841. Cabe señalar, por los indicios, que el anterior instrumento había estado policromado, pero no va a ser así con el que se estaba construyendo; y no se hizo, seguramente, porque de nuevo se les iba del presupuesto.

Así que, esta nueva caja será de madera de pino sin policromar, sobre la que se advierte una ligera capa de cera que la protege y le aporta color y brillo. Como toda ella es de estilo rococó y muy similar a la sillería, bajaran los expertos que bien pudieron intervenir de algún modo los tallistas encargados de la sillería, ayudando o aconsejando al carpintero carcarés.

Detalle donde se aprecia su perfecto tallado, obra de Arbizu. Foto: RLO

El caso es que dicha caja, según criterio de Sagaseta y Taberna, recuerda a algunas fachadas barrocas italianas. El conjunto consta de un teclado “de ventana” con una curiosa tapa.

Distintos puntos de visualización del teclado. Fotos: RLO

A mano izquierda tiene registros, tales como: viola, violón, bajón, trompeta real, címbala, diez y novena, quincena, docena, octava y flautado de 13; a mano derecha: corneta (en ecos), lleno (de 4 h.), clarín de ecos, corneta, flauta alemana, clarín de batalla, clarinete, quincena, címbala, docena, violón, octava y flautado de 13.

Una soberbia lengüetería horizontal de fachada, con nada menos que cinco filas de tubos, completaba el conjunto. Cuando estos tubos desaparecieron se optó por tapar el hueco con una madera conteniendo la siguiente inscripción:

“Laudate Dominum in chordis, et organo” (Alabad al Señor con cuerdas y órgano).

Los tubos verticales de fachada se encuentran distribuidos en cinco campos sobre dos alturas. Tiene un cuadro de registros barroco con los nombres primitivos de estos, pero también se encuentran tapados con una madera.

El modo de accionar la maquinaria no ha cambiado desde que se creó en 1736; es decir, alimentada por un fuelle manual.

El conjunto del coro y los libros de música

El órgano y la sillería lucieron soberbios tras su inauguración en 1766; toda una agrupación de armoniosa belleza. Los tallistas calahorranos hicieron también un facistol sobre el que se habían de colocar los grandes libros de coro escritos en pergamino y que servían para visualizarlos holgadamente desde los asientos mientras los cantos.

Sillería y facistol. Foto: RLO

Sagaseta y Taberna dejaron constancia en el libro Órganos de Navarra: “se conservan seis de aquellos librotes de música de los siglos XVII y XVIII y así se pueden ver a día de hoy.” Advierten que:

“en una contratapa aparecen hojas sueltas con música gregoriana medieval (una línea roja) y notas in campo aperto. La notación es aquitana”.

Todo ello añade valor al conjunto.

Algunos de los libros de música existentes en el archivo de la parroquia. Foto: Juan I. Fernández

Uso, deterioro y valoración actual

Orgullosos quedaron los feligreses de como había quedado la zona del coro: sillería y órgano. A ello se sumó la gran puerta de cancela que se alza bajo el órgano, obra también del maestro Joseph de Arbizu y realizada para la ocasión.

Ya nada estorbaba al organista para seguir la misa cuando el celebrante oficiaba en la capilla del Rosario; nada perjudicaba ahora el paso de los transeúntes que accedían a la torre o al coro, como anteriormente ocurría. El órgano se encontraba ahora en lugar expresamente pensado para él y para que solo el organista lo manipulara, lo cual facilitaba su buen funcionamiento y conservación.

Muchos fueron los organistas que a lo largo de los siglos tañeron este instrumento, impregnando su melodioso y sublime sonido por cada uno de los rincones de esta iglesia. Todos ellos debían ser expertos y accedían previo examen, tras haber hecho estudios musicales, y eran además los encargados de educar al coro de voces que le acompañaba con sus cantos. Voces locales que se afanaron también en aportar dignidad a las celebraciones.

Uno de los primeros organistas de esta etapa fue seguramente el estellés Manuel de Albéniz; pero se podrían citar algunos otros, como su yerno, el bilbaíno Celestino de Villalón, Esteban Aranáz y su hijo Miguel, o los ya más próximos en el tiempo Gregorio Ojer o Alberto Lezáun
Pero llegó un día en que dejó de sonar y así sigue desde entonces.

Las puertas por las que se accede a su interior se encuentran bastante bien conservadas, y el órgano, aunque sin la prestancia física que le aportaba la trompetería horizontal, no ha perdido su estructura barroca; aunque, desgraciadamente mudo, no sirve para aquello para lo que fue creado.

Catalogado como DETERIORADO por los expertos citados, todos ellos coinciden en calificarlo no obstante con una valoración global: DE MUCHO INTERÉS.

Sagaseta y Taberna hacen una reflexión final muy a tener en cuenta:

“Es un buen órgano, bastante bien conservado y se puede rehacer su maquinaria y estructura dentro de un presupuesto razonable. Merece la pena. Y añaden: ¡Lástima de la venta estúpida de su tubería exterior horizontal!”

Epílogo

Si físicamente se ha mantenido en pie durante casi trescientos años, ¿No seremos capaces de volverlo a dotar de sonido, y dar de nuevo vida a este valioso instrumento, devolviéndole la sonoridad de aquellas sublimes notas que durante tantos años disfrutaron nuestros antepasados?

MARÍA ROSARIO LÓPEZ OSCOZ

AGRADECIMIENTO

Me gustaría destacar y agradecer los desvelos y la encomiable labor que se viene realizando desde ANAO (Asociación navarra de amigos del órgano), en general, y del compositor José Luis Echechipía París, en particular, que no escatiman esfuerzos en dar visibilidad y poner en valor la importante organería barroca lerinesa, y por los repetidos intentos de recuperación de estos valiosos órganos, incluido este de Cárcar. Me consta también que don Cesar Rueda, actual párroco de Cárcar, se muestra muy interesado en su recuperación (lo cual agradecemos hondamente) por lo que mantenemos elevada la esperanza. 

Para realizar este artículo ha sido imprescindible consultar diversos documentos, además del libro Órganos de Navarra, de Aurelio Sagaseta y Luis Taberna, editado por el Gobierno de Navarra en el año 1985, además de la ficha técnica que realizaron Rubén Pérez Iracheta y José Luis Echechipía París en otoño de 2018, a raíz de la visita que realizaron con el objeto de estudiar este órgano concreto de Cárcar

viernes, 5 de septiembre de 2025

ADRIÁN MARTÍNEZ DE PUELLES IGÚZQUIZA, arquitecto, retablista y entallador


Artista trabajando en una talla.

En una entrada anterior tracé la trayectoria profesional del arquitecto Tomás Martínez de Puelles, natural de Leza (Álava) y afincado en Cárcar, y de su hijo Tomás Antonio Martínez de Puelles Igúzquiza, natural este sí, de Cárcar. Ahora quisiera resaltar la figura de Adrían, otro de los hijos de Tomás. 

Manifestaba en aquel artículo mi sorpresa al encontrar tantos arquitectos y retablistas relacionados con Cárcar en el siglo XVIII. Casi podría hablarse de un auténtico Siglo de Oro local, cuyo origen sería interesante conocer dado que estos artistas no aparecían espontáneamente, sino que requerían de una sólida formación, largos años de aprendizaje y superar exigentes exámenes. A falta de la clave sobre ese dato, he ido destacándolos uno a uno y resaltando todos los trabajos documentados salidos de su mano. 

Vista panorámica de Cárcar. Foto: Juan I. Fernández García

Toca hablar pues sobre la vida y obra de Adrián Martínez de Puelles e Igúzquiza. Pero para hablar ello es necesario poner su vida en contexto. Tomás, el padre, que como digo era natural de Leza, había llegado a Cárcar para participar en las obras de reforma de la iglesia de San Miguel, casándose en 1722 con Josefa Igúzquiza Balduz, una joven natural de Cárcar. Aquí se asentaron y tuvieron cinco hijos: Tomás Antonio, Joseph, Francisco Antonio, Adrián y Juana María. Al menos Tomás Antonio y Adrián seguirán los pasos del padre como arquitectos, retablistas y entalladores

Adrián nacerá hacia el año 1737 en Cárcar, como el resto de sus hermanos, aunque sin poderlo precisar exactamente ya que no ha aparecido la partida de bautismo. Hay que pensar que sus primeros pasos profesionales  estuvieron ligados al taller de su padre, aprendiendo de él junto a su hermano Tomás Antonio. Los tres trabajarían en las contratas que le aprobaban al progenitor, colaborando de este modo en la economía familiar y aprendiendo el oficio. 

En un momento dado Adrián se traslada a Samaniego (Álava) donde conoce a la que será su esposa, Josefa Martínez de Fuicio y Martínez de Puelles, casándose con ella en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Samaniego en el año 1762;  tres meses mas tarde el matrimonio ya había fijado su residencia en Cárcar, donde se velan en su iglesia de San Miguel. Aquí nacerán seis de sus hijos, entre los años 1764 y 1773. 

Zona del coro de la iglesia de Santa María de Lerín en la que pudo actuar Adrián. Foto: MR López Oscoz

Posterior a esa fecha se instalan en Lerín, seguramente con motivo de realizar Adrián algún encargo en la iglesia de Santa María, quizá apoyando a los tallista que se encargaron de hacer la sillería del coro. En Lerín nace en 1776, Maximiliano, el último de los hijos de este matrimonio.

Sillería del coro de la iglesia. Samaniego. Foto: Photo Araba. ATHA-ENC-CD 31628

Al poco de esto, Adrián se independiza del taller de su padre y vuelve a Samaniego (el pueblo de su esposa), donde en 1780 consigue la contrata para hacer la sillería del coro de su iglesia de la Asunción. Posteriormente le aprueban otra contrata en la vecina Laguardia (situada a unos diez kilómetros), para tallar la caja del órgano de la parroquia de Santa María de los Reyes

Portada iglesia de Santa María de los Reyes. Laguardia (Álava). Foto: MR López Oscoz

Así que se traslada a vivir a Laguardia con su mujer y sus hijos. Ese mismo año reformó la sillería del coro, también en Santa María de los Reyes, obra original de Antonio de Herrera. En 1783 va a entrar en liza con Francisco de Sabando para hacer dos retablos en la iglesia de la Asunción de Navarrete, pero finalmente, Sabando rebajó las condiciones y le fue adjudicada la obra a él en perjuicio de Adrián. Unos años después, en 1788, será Adrián el encargado de adaptar un retablo que pertenecía a la iglesia de Santa María de los Reyes de Laguardia (obra de Bartolomé Calvo y Martín de Arenalde), para pasarlo a la de San Juan Bautista de Cripán. Ese mismo año hará también en la iglesia de Cripán un guardavoz para el púlpito.   

Retablo barroco construido para la iglesia de Santa María y que Adrián Martínez de Puelles adaptó para la de San Juan Bautista de Cripán. Foto: @PatrimonioÁlava

Cripán es un pequeño pueblecito que se encuentra a once kilómetros de Laguardia por lo que no va a abandonar su residencia en la Laguardia, o si lo hace, regresa al concluir las obras. Y en Laguardia continuó viviendo con su familia hasta que en febrero del año 1799 muere Josefa, su mujer. Adrián busca rápidamente esposa y la encuentra en Lucia Pinedo, una viuda mucho más joven que él y que aportaba al matrimonio dos hijos de su anterior marido: la boda tiene lugar en enero de 1800, once meses después del fallecimiento de Josefa. Con Lucía va a tener ahora siete hijos más, todos ellos bautizados en la iglesia San Juan Bautista de  Laguardia, entre los años 1800 y 1811, a pesar de tener Adrián ya una edad provecta. Al año siguiente de nacer el último de sus hijos, el 21 de noviembre de 1812, fallece el arquitecto, teniendo lugar los funerales en la iglesia San Juan Bautista de Laguardia. En este momento tenía unos 75 años. A pesar de que los hijos mayores ya se habrían independizado, dejaba unos cuantos hijos pequeños al cuidado de su madre que nuevamente se vuelve a casar.

Algunas de las obras llevadas a cabo por Adrián todavía se pueden ver; otras ya no; de aquella caja del órgano que hiciera para la iglesia de Santa María de los Reyes de Laguardia apenas se conservan tres arcángeles y un San Miguel. Algo es algo.

UN LEGADO ARTÍSTICO PARA LA HISTORIA DE CÁRCAR

La trayectoria de los Martínez de Puelles, los Arbizu, Eizaguirre, Andrés de Mata, Domingo de Mendoza, etcétera, vistos ya todos ellos en este blog, demuestra que Cárcar no solo fue un núcleo agrícola, sino también un foco artístico de primer orden capaz de formar y proyectar a arquitectos, retablistas, entalladores, doradores, organeros, etcétera, de gran prestigio, cuyas obras en muchos casos todavía se pueden admirar. 

Todo este legado constituye un motivo de orgullo para el pueblo, como es tener en su historia a creadores que participaron activamente en la configuración del patrimonio religioso y artístico de tan amplia zona geográfica, por lo que conservar y difundir su obra es, en definitiva, reconocer a Cárcar como cuna de un linaje de artistas cuya huella ha llegado hasta nosotros a través de los siglos.

Investigación y redacción: M. Rosario López Oscoz

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Fuentes:
-Archivos Sacramentales de Álava
-Enciclopedia Auñamendi. https://aunamendi.eusko-ikaskuntza.eus/eu/martinez-de-puelles-adrian/ar-93001/
-GUTIERREZ PASTOR Ismael. Unos Retablos de la Parroquia de la Asunción de Navarrete. Pag. 301. 1986. Departamento de Historia del Arte. Universidad Autónoma de Madrid.
-Familysearch.org
-Legado de Cárcar. Arquitectos de Cárcar en el siglo XVIII (I). Martínez de Puelles.  https://legadodecarcar.blogspot.com/2020/06/arquitectos-de-carcar-en-el-siglo-xviii.html

miércoles, 23 de julio de 2025

EUGENIO SÁDABA, MISIONERO PAÚL EN PUERTO RICO


Eugenio fue uno de los muchos sacerdotes que salieron de Cárcar para hacer la misión, eligiendo el carisma de San Vicente de Paúl. Nació un 25 de agosto del año 1930 y empezó su educación en el colegio de su pueblo observando con asombro, desde su visión infantil, los avatares de la guerra civil. Ya en tiempos de posguerra, e intuyendo cierta vocación religiosa, se trasladó a Pamplona al seminario de los Padres Paúles, dejando en Carcar a sus padres, Santiago Sádaba Brún y Joaquina Sádaba Hernández y a sus seis hermanos, Serapio, Pilar, Remedos, Corpus, Esteban y Carmen. 
  
Eugenio Sádaba CM

Alto y enjuto de cuerpo, de esa etapa de estudiante en Pamplona se sabe que prestó sus manos como modelo para emular a las del fundador, San Vicente de Paúl, que quedaron plasmadas en las paredes de la parroquia de La Milagrosa. Así lo dejará dicho en 2013 el P.  Martiniano León: “¡Que no se sentían orgullosos los Sádaba cuando llegaban al Seminario y verificaban que las manos del san Vicente niño, que repartía harina a los pobres, dibujado en una de paredes de la Iglesia «La Milagrosa» eran las manos de su hijo seminarista!”. 

Continuando su formación, en septiembre de 1947 y con diecisiete años se trasladó a Madrid al Seminario de los Paúles de Hortaleza, donde recibe la educación específica para el discernimiento vocacional, tan abundante en aquella época. Aunque no todos perseveraban, él lo hizo, y aquí hará los tres cursos de Filosofía, entre los años 1948 y 1951.

Terminados estos se traslada a Cuenca para cursar los otros tres de Teología y es ordenado sacerdote el 12 de septiembre de 1945 en la Basílica de la Milagrosa de Madrid, de manos de Monseñor Emilio Lissón Chávez, obispo peruano de su congregación con fama de santo. A todo este aprendizaje aún añadió Eugenio un curso más de Teología y Pastoral  que hizo en Londres entre los años 1954-55.
 
Iglesia de Ntra. Sra. de la Candelaria y San Matías. Manatí. Foto: Wikipedia

Terminada su formación  eclesiástica esperó su destino a caballo entre las casas de San Pedro de Madrid y Teruel; en el año 1956 le llegó el permiso de emigración para ir a Puerto Rico a la parroquia de Nuestra Señora de la Candelaria y San Matías Apóstol de Manatí. Esta iglesia es un hermoso edificio del siglo XVIII y ha sido declarada Monumento  Histórico Nacional.

Recuerdo de 1958 donde figura entre otros el P. Sádaba 

Estuvo en Manatí cuatro años como vicario parroquial; en este período le tocó predicar tandas de misión, como se ve en la fotografía de 1958. En 1960 fue nombrado párroco de la misma, cargo que desempeñó por un período de seis años. En el trienio de 1961 a 1964 fue también ecónomo provincial, y le tocó bregar, no solo en el aspecto material, sino que sobre sus espaldas recayó también la responsabilidad de construir varias capillas, además de la casa parroquial.

De actitud callada, silenciosa y acogedora, decían los visitadores apostólicos que lo trataban que era el misionero más exquisito de la Provincia. Amante del diálogo y de las causas justas, promovió en Manatí la fundación de los Caballeros de Colón y fundó en 1962 el Consejo San Vicente Paúl. Asegura Onelia Padilla, antigua estudiante del colegio de la Inmaculada Concepción de Manatí, que en 1961 el P. Eugenio compuso el himno del centro educativo que todavía se canta  a día de hoy. (se puede ver y escuchar en esta página) https://www.facebook.com/watch/?v=463251537716887
 
El P. Sádaba entregando el diploma de graduación a una alumna del colegio de la Inmaculada Concepción de Manatí. Foto tomada de Facebook y subida por Scheilla Ramos

En 1966 deja Manatí al ser nombrado párroco y superior de la Casa Central, en San Juan de Puerto Rico. Esta sede está ubicada en el distrito de Santurce, en aquel momento un barrio obrero muy populoso. Ahora centrará Eugenio en esta comunidad todos sus esfuerzos; su frágil salud le impedía misionar al modo habitual pero trabajó muy activamente en otros campos, y en opinión de sus colaboradores siempre le acompañaron las virtudes y las obras del misionero.

Interior de la iglesia San Vicente Paúl de Santurce. Puerto Rico. Foto tomada de la página de Facebook de esta parroquia

Además de tomar las riendas de la parroquia de Santurce, recayeron sobre él multitud de tareas; asumió la dirección del colegio y la director espiritual de las Hijas de la Caridad.  También fue director diocesano del Movimiento Familiar Cristiano, y durante siete años, director de catequesis de la diócesis de Arecibo. Era muy creativo y polifacético y en su labor docente y evangelizadora se sirvió de distintos medios de comunicación, como radio, televisión y, especialmente, los de forma impresa. Fue fundador y director del “Centro de Servicios Pastorales” y desde aquí proveía a la parroquia de todo el material necesario para la liturgia. 

Editó el librito Cantemos del que posteriormente se hicieron cientos de reediciones. En este mundo de la edición su labor se fue ampliando dando servicio a otras parroquias a través de libritos breves de oración, dirigidos especialmente a la formación de laicos. 

Escribió la presentación al libro La Cruz Presente en mi Vida: siete Viacrucis sobre los Sacramentos. Este libro consta de  de 127 páginas y fue editado por el Centro de Servicios Pastorales de San Juan de Puerto Rico. También escribió un librito de acompañamiento Contigo en la enfermedad; consta apenas de 64 páginas pero es muy útil en momentos de debilidad física o espiritual. 

Y es que Eugenio consideraba la lectura espiritual un medio crucial en la formación doctrinal, por eso pensó en un librito que contuviera las reflexiones al Evangelio del Día. Así nació en el año 1988 Palabra y Vida.  Esta publicación se hizo muy popular y llegó a superar una tirada de cuarenta y cinco mil ejemplares. Palabra y Vida se sigue editando a día de hoy, cumpliendo la función inspirada en su día por el fraile carcarés. 
 
Ejemplar número 77 de "Palabra y Vida" del año 2000

Tal fue la impronta de esta publicación que en el año 2003 (tres años después del fallecimiento del P. Eugenio), la senadora por el Partido Nuevo Progresista, Luz Zenaida Arce Ferrer, presentó en el Senado de Puerto Rico una petición que buscaba reconocer al Centro de Servicios Pastorales  en el decimoquinto aniversario del nacimiento de la publicación “Palabra y Vida”. Los motivos los expresaba la senadora de este modo:  “Por iniciativa del Padre Eugenio Sádaba, C. M. se inició una publicación religiosa, un servicio que él llamaba pastoral y que tenía el propósito de llenar un hueco en la comunidad católica de Puerto Rico. El Padre Sádaba trabajó en la publicación bimensual de un librito: sencillo, pero práctico. Este es una edición bolsillo, de meditaciones diarias siguiendo el calendario litúrgico. Un instrumento de evangelización masiva-personal. Esta publicación tiene la finalidad de ayudar a los cristianos a reflexionar sobre la Palabra de Dios, según nos lo propone la Iglesia. Lo que nació como un servicio para los católicos de Puerto Rico, llega a muy diversos y lejanos países”

Esta propuesta de la senadora Arce Ferrer ante el Senado de Puerto Rico, reconociendo la publicación “vicenciana” y al P. Eugenio Sádaba en particular, fue aprobada por unanimidad por todos los miembros del Senado.  

También se debe al P. Sádaba el llamado Fondo del Pobre, una obra benéfica de ayuda a los necesitados, que atendía no solo a las personas necesitadas de Puerto Rico sino también a las de Haití, Cuba y República Dominicana.  
Así lo expresaba él mismo: 
“El amor a Dios y al prójimo son los dos pilares de nuestra religión. Lo primero es fácil. Una mirada a lo mucho que debemos a Dios nos mueve a sonreirle de corazón. Lo segundo nos cuesta más.
Sin embargo, solo podemos amar a Dios en el prójimo; lo dice S. Juan: “quien no ama a su hermano al que ve, no puede amar a Dios, al que no ve” (Jn 4,20)
Todo cristiano debe matricularse en la escuela del amor al prójimo para aprender de memoria y de corazón generoso las obras de misericordia.
El “Fondo del Pobre” recoge su ofrenda monetaria para repartirla íntegramente entre los más pobres, atendidos por la familia Vicenciana, a través de sus diversas obras en Puerto Rico, República Dominicana, Haití y Cuba.
Que Dios les multiplique en vida con toda clase de bienes su aportación al “Fondo del Pobre”. Gracias. 
P. Eugenio Sádaba CM

El P. Basilio Rodán (primero a la derecha) misionero paúl celebrando misa. Foto: Pedro Roldán

Mientras su estancia en el centro de Santurce en Puerto Rico, coincidió con algunos paisanos, como el P. Basilio Roldán Ricarte, también misionero paúl, lerinés con raíces carcaresas, con quien trabajó y mantuvo una excelente relación. Y en más de una ocasión se vería también con su paisano carcarés, el P. Mateo Mateo, Misionero de los Sagrados Corazones de Jesús y de María en la ciudad portorriqueña de Guaynabo. Este misionero fue además pintor y columnista, entre otras cosas.

El P. Mateo Mateo junto a una parte de la comunidad parroquial de Guaynabo. Foto: María Orantes

La jerarquía de la Iglesia portorriqueña, valorando la labor del P. Eugenio, puso en él su mirada. El historiador de la Provincia asegura, que  “cuando en 1973, el obispo de la diócesis, (monseñor Miguel Ángel Rodríguez) presentó su renuncia al Papa por débil estado de salud, se barajaron varios candidatos. Poseo la certeza de que uno de los nombres de la lista, era el de Eugenio Sádaba”

Eugenio, muy amante de su familia y de su pueblo de Cárcar,  tardó en un principio hasta siete años en regresar a ver a su familia, según costumbre de su congregación, pero después ya lo podía hacer cada dos años. De este modo, podía disfrutar unos días de vacación con sus padres y hermanos; cuando ya su madre fue haciéndose mayor, volvía cada año. Era habitual verlo concelebrar en la parroquia de su pueblo o pasear por sus calles saludando a sus paisanos. La muerte le sorprendió en Puerto Rico sin haber cumplido todavía los setenta años, y con las manos todavía “en el arado”. Ocurrió un 20 de mayo del año 2000.  Allí descansan sus restos, junto al pueblo creyente portorriqueño que lo acogió, en el lugar donde se gastó y desgastó siguiendo su vocación y perseverando en la fe hasta el final de sus días. 

MARÍA ROSARIO LÓPEZ OSCOZ

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Fuentes:
-http://catalogo.bibliotecasagustinianas.es/cgi-bin/koha/opac-detail.pl?biblionumber=47571
-https://www.facebook.com/watch/?v=463251537716887
-https://www.facebook.com/photo/?fbid=663587435560552&set=p.663587435560552
-LEÓN Martiniano CM. Biografías de misioneros paúles. Año 2013 https://vincentians.com/es/p-eugenio-sadaba-sadaba/
-https://via.library.depaul.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=2243&context=vincentiana 
-https://senado.pr.gov/document_vault/session_diary/1505/document/013003.pdf (SENADO DEL ESTADO LIBRE ASOCIADO DE PUERTO RICO. DIARIO DE SESIONES. PROCEDIMIENTOS Y DEBATES DE LA DECIMOCUARTA ASAMBLEA LEGISLATIVA. QUINTA SESION ORDINARIA. Jueves, 30 de enero de 2003, Núm. 6, página 29687 R. del S. 2588)

martes, 24 de junio de 2025

CELESTINO DE VILLALÓN Y MUGARTEGUI, CANTOR DE LA CAPILLA DE MÚSICA DE BILBAO


Cantoral

Celestino Vicente de Villalon y Mugartegui era de Bilbao. Lo bautizaron un 4 de junio del año 1783 en la iglesia del Señor Santiago (después erigida como catedral) situada en el casco viejo, y que en aquella época pertenecía a la diócesis de Calahorra y La Calzada. Su padre, Fernando, era de Bilbao y Vicenta, su madre, de Lequeitio. El chico cantaba muy bien, por lo que a los siete años entró a formar parte como tiple (voz aguda propia de los niños) en la famosa “Capilla Musical de Santiago” como así se llamaba la actual Capilla de Música de la Catedral de Bilbao, considerada la más antigua de Vizcaya. La ciudad de Bilbao ha sido desde antiguo muy aficionada a la música polifónica e instrumental y esta veterana capilla  ya existía al menos desde el año 1578, gestionándose por mitades entre el ayuntamiento y el cabildo de la iglesia de Santiago. La capilla estaba compuesta por seis tiples (niños cantores), dos contratenores, dos tenores, dos bajos, dos violines, un violón, un bajo, un clarinete, dos trompas, el órgano, y a veces un arpa. Cada uno de los individuos la atendían con salario y dedicación plena, que les era abonado, mitad por el Ayuntamiento y mitad por la parroquia de Santiago y estaban dirigidos por el sochantre o maestro de capilla que debía opositar (también el organista) para acceder al cargo y era el máximo responsable de la misma.

En estos ambientes musicales una buena voz era muy cotizada y la de tiple, que era muy escasa, mucho más. Así que Celestino no tuvo dificultades para entrar a formar parte del coro, es más, lo recibirían con los brazos abiertos intentando aprovechar su potencial, a sabiendas de que la voz le cambiaría con la llegada de la adolescencia. Para conservar dicho tono, a algunos de estos niños se les sometía incluso a la castración, aún a costa de pagar tan alto precio. Muchos de ellos procedían de familias humildes y entrar en la Capilla de Música suponía un privilegio y el trampolín que les aseguraba una buena educación y formación. 

Dibujo del ábside y altar mayor del convento de S. Francisco Extramuros de Bilbao. planos y dibujos desglosados. Año 1680. Archivos Pares

Celestino era el tercero de seis hermanos y los padres pensaron con buen criterio que un buen modo de forjar su futuro sería introducirlo en la coral. Pasó solo dos años aprendiendo en esta Capilla de Música, para ir después, también como tiple, al convento de San Francisco Extramuros, iniciando a su vez el aprendizaje para el manejo del órgano. San Francisco Extramuros era un convento de frailes franciscanos que estaba situado en Abando, en la orilla izquierda de la ría, justo enfrente del Casco antiguo de Bilbao. Pasar Celestino de la iglesia de Santiago al convento de San Francisco se presta a pensar que barruntaba una posible vocación religiosa. En este convento pasó siete años, suficientes como para darse cuenta que esa no era su vocación, por lo que se vuelve a casa, arrimándose de nuevo a su antigua capilla de música, de la que ahora formará parte sin salario “ni interés”, buscando hacerse de nuevo un hueco. 

Niño de coro cantando. Figura pintada en alabastrina

Pero en este momento su vida va a dar un giro. Como lo que él quería era forjarse un futuro, da a conocer en esos ambientes su disponibilidad como cantor y organista. Tenía no mas de 17 años cuando lo reclaman desde la parroquia de Cárcar “en el Reyno de Navarra” para hacer una sustitución. Es probable que el organista titular de la San Miguel de Cárcar, Manuel de Albeniz y Senosiain, que tenía ya sesenta años, se encontrara indispuesto y el cabildo se viera obligado a buscar un sustituto temporal; así que supieron de Celestino y lo contrataron. De modo que hacia el año 1799  llega Celestino a Cárcar para trabajar como organista y director del coro de la parroquia

Sillería del coro y facistol de la iglesia San Miguel Arcángel de Cárcar

En Cárcar hará pronto relación, no solo con el organista Albéniz, sino también con su familia. Es muy probable que incluso se alojara en su casa. Albeniz tenía un hijo y tres hijas, y el bilbaino pronto va a intimar con Vicenta, la hija mayor, que era trece años mayor que él. Tanto intimaron, que pronto el asunto va a acabar en boda, lo que invita a pensar que la cosa corría prisa. En octubre del año 1800 se casa con Vicenta en la parroquia San Miguel de Cárcar y el primer hijo, al que pondrán por nombre Lorenzo, nacerá al año siguiente. Dos años más tarde llegará el segundo hijo, Manuel Severino. 

Detalle del órgano de la iglesia de Cárcar, obra de Joseph de Mañeru

El suegro se recupera y vuelve a su puesto de trabajo, por lo que, tras pasar el bilbaíno tres años en Cárcar y formar aquí una familia, se trasladan a Dicastillo para cubrir otra sustitución, esta vez por un espacio de solo seis meses. De Dicastillo lo llamarán en Santa Cruz de Campezo, en la provincia de Álava, donde en septiembre de 1804 nacerá el tercero de sus hijos, será una niña a la que pondrán por nombre María Tomasa Ramona. En Santa Cruz permanecerá un año y de allí se irán a Logroño a la Colegiata (actual concatedral de La Redonda). Estando en Logroño se le solicita para ir la catedral de Tarazona. 

En ese momento Celestino se replantea su futuro y ve que este porvenir de ir de un lado a otro, sin asentarse en ningún lado, no es lo que él quiere, ni para él, ni para su familia. Además, le decía siempre a su mujer que él quería volver a su Bilbao natal porque lo que mejor se le daba era cantar y allí tendría más oportunidades de conseguir un empleo estable. Además, le estaban llegando noticias de que el coro de la capilla de Bilbao empezaba a necesitar relevos debido a la avanzada edad de algunos de sus componentes.  Así que coge a su familia y se planta en Bilbao, y para las Navidades del año 1806 une su voz, ahora como contralto o contratenor, a su antiguo coro de la capilla de música, apoyando en funciones clásicas excepcionales, y de nuevo sin interés alguno. El maestro de capilla Pedro Casimiro Estorqui, consciente de la necesidad, “a causa de la falta de música que se experimenta por indisposiciones y edades avanzadas” le pidió “con la anuencia de los demás individuos” que le ayudase en su cometido; y será el propio Celestino quien lo confiese: “habiendo asistido con encargos de dicho Maestro en sus indisposiciones para el cuidado de los tiples”.

Ensayo al órgano. Matías Moreno González. 1880. Wikimedia Commons

 Será además en esas navidades cuando muere el tenor titular, Esteban de Alberdi y Arana, y Celestino aprovecha el momento para solicitar al Ayuntamiento de Bilbao dicha vacante. Redacta un memorial,  donde detalla toda su trayectoria y méritos, y lo presenta. 


El consistorio estudió su caso y pidió un informe al organista de la Capilla de Música, en ese momento Juan Simón de Saralegui, pamplonés y presbítero. En dicho informe, Saralegui decía:

 “Ilustrísimo Sr, la voz de don Celestino es de un contra alto muy sobresaliente, tanto que en cualquier catedral lo recibirán con los brazos abiertos; es excelente músico, por lo que soy del sentir que no pierda Vuestra Señoría tan hermosa ocasión. 
Este su Capellán y servidor Juan Simón de Saralegui”.

La opinión del organista no podía ser pues más favorable a Celestino, así que el dictamen también iría en la misma línea: “Y en su vista, de común acuerdo y conformidad, nombramos por tenor de dicha capilla al citado don Celestino de Villalon a quien se le contribuya con la renta y cargo según que se le hacía a su antecesor, bien entendido que cuando vaque la plaza de contralto, si gusta el dicho Villalon podrá hacerlo previa licencia de este Ayuntamiento”. Lo firman el 23 de marzo de 1807, el secretario, Dionisio de Urquijo, y toda la corporación.

De modo que el futuro laboral de Celestino se aseguraba con esta resolución y su mujer y sus hijos se irían acostumbrando a vivir en el viejo Bilbao, que en aquel momento tenía una población no superior a los ocho mil habitantes.

Pero poco tardaría en romperse esa tranquilidad, que no sabemos las consecuencias que les aportó. Eran los tiempos en que las tropas francesas de Napoleón estaban ocupando España. En el verano de 1808 (a los pocos meses de la llegada de Celestino a Bilbao) supieron que las tropas francesas venía a tomar la ciudad. Con ánimo de hacerles frente se alistaron todos los hombres solteros y viudos, pero conscientes de que el número era insuficiente, lo hicieron también los casados y muchas mujeres, y en las cercanías de la iglesia de San Antón se apostaron para hacerles frente. Los franceses creían que Bilbao caería sin mayor problema, pero no contaban con la resistencia del pueblo. Así que, en cuanto llegaron los franceses, los bilbaínos trataron de repelerlos desatándose una sangrienta batalla. Fue tal la valentía de los aguerridos habitantes de la villa en este envite que aquello se asemejó a los Sitios de Zaragoza.  A pesar de la resistencia no se pudo evitar la toma de Bilbao produciéndose una escabechina. Murieron muchos franceses pero también muchos bilbaínos. Los invasores pasaron por las armas a cuantos encontraron a su paso. Fusilamientos y saqueos sin fin. Algunos se refugiaron en el convento de San Francisco intentando resistir, pero los franceses los encontraron y acabaron con ellos. Mil doscientos muertos fue el balance, e incontables los heridos.

January Suchodolski, 1860. Museo Nacional, Varsovia

Sin duda los Villalón Albéniz, de un modo u otro, padecieron estos hechos, sin tener nosotros conciencia exactamente de hasta que punto. En marzo de 1810 Eulalia Villalón, hermana de Celestino, se casó con José Santiago Estorqui, hijo Pedro Casimiro, el maestro de capilla ya citado. Es de suponer que Celestino sería el padrino del primer hijo del matrimonio ya que en la pila del bautismo le pusieron su nombre. 

Según el Diccionario de Músicos Vascos, de Fernando Abaunza, Celestino muere en Vitoria el 27 de noviembre del año 1811, mientras España seguía en guerra con el francés. Tenía tan solo veintiocho años. ¿Pudo causarle la muerte alguna enfermedad o epidemia propia de las guerras? Pues posiblemente, sí.

A la muerte de Celestino, Vicenta volvería con sus hijos a Cárcar al amparo de su familia, o quizá ya a Estella de donde eran oriundos. Su hija Ramona se casará en Arróniz (Navarra) con Juan Luis Sotes Benito el 15 de agosto de 1829 y con él tendrá cinco hijos, nacidos todos en Estella. El marido morirá dejando a Ramona viuda, por lo que ésta se volverá a casar en 1849 en Estella con un tal Manuel Gastón Dallo, también viudo, y que aportaba al matrimonio otros dos hijos, habidos de su anterior matrimonio con Marciala Michelena. Manuel tenía en ese momento cuarenta años y Ramona cuarenta y cuatro. 

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Un documento digitalizado del Ayuntamiento de Bilbao del año 1807 me ha servido como pista principal para redactar esta historia de Celestino de Villalón, un artista bilbaíno, componente vocal de la Capilla de Música de Bilbao, que fue durante tres años organista y director del coro de la iglesia de Cárcar, que se casó con una carcaresa con la que tuvo descendencia, y que juntos se marcharon a vivir a Bilbao para seguir Celestino con su carrera musical, que al parecer fue corta. 

MARÍA ROSARIO LÓPEZ OSCOZ
Fuentes consultadas:
-ABAUNZA Fernando. Diccionario de Músicos Vascos. 2017
-Archivo parroquial de Cárcar
-Documento del Ayuntamiento de Bilbao del primero de abril del año 1807:
https://www.bilbao.eus/cs/descargaPdf/AMB_SrvImagen.jsp?Exp=18070401.PDF
-ESTORNES Cesar. https://memoriasclubdeportivodebilbao.blogspot.com/2015/10/el-ambiente-musical-en-el-siglo-xviii.html
-Familysearch.org
-Registros Sacramentales de Euskadi


lunes, 26 de mayo de 2025

¡A LA VIRGEN DE GRACIA!

Del programa de fiestas en honor a la Virgen de Gracia del año 1989

Actualmente momento de la misa en el exterior de la ermita

Si hay una tradición en Cárcar que sigue perdurando en el tiempo esa es la romería a la ermita de la Virgen de Gracia. Siglos contemplan esta bonita forma de honrar a la Patrona y es una jornada festiva de devoción y encuentro. Pocos romeros se libran de unas emotivas lágrimas entonando su ancestral himno, y es que en ese momento son muchos los recuerdos que se agolpan recordando a familiares y amigos que pasaron a mejor vida, y que tampoco faltaron a la cita con la Virgen. Todo el que se precie de ser, o tener raíces de Cárcar, buscará un hueco en su agenda para acudir a esta singular romería.

Encuentros y risas. Todos disfrutando en "la Virgen". Foto familiar

Desde siglos atrás, la fiesta se celebraba cada lunes de Pentecostés, una fecha no fija en el calendario dependiendo de cuando haya caído ese año la Semana Santa. En un momento dado esta canónica celebración se cambió trasladándola al sábado anterior a Pentecostés, facilitando así la asistencia a los carcareses ausentes. Y aunque en lo esencial permanece inamovible a lo largo del tiempo, se han registrado algunos pequeños cambios, sobre todo en cuanto al modo de desplazarse hasta la ermita. 

Del programa de fiestas en honor a la Virgen de Gracia del año 1996

Siempre ha sido asequible hacer el trayecto a pie ya que la ermita dista apenas unos ocho kilómetros del pueblo, pero también se han venido utilizando otros medios. En las primeras épocas el modo habitual era hacer el recorrido a caballo, o en carros "enramados", impulsados también por caballerías. Mas tarde llegaron los vehículos agrícolas,  a motor, donde las cuadrillas acudían bulliciosas montadas en su remolque; hoy en día, lo habitual es desplazarse en automóviles de turismo, aunque siempre se verán por el paraje algunos tractores con remolques enramados, acudiendo las cuadrillas a la convocatoria de concurso de carrozas que organiza el Ayuntamiento con objeto de mantener la tradición.
 
Para conservar la tradición, hasta una carroza infantil enramada para disfrute de los niños

Del programa de fiesta en honor a la Virgen de Gracia del año 2003

Y hay también testimonios que nos hablan de una costumbre singular que tenía lugar al abrigo de la fiesta y de la Virgen. Y es que cuando una pareja iba a formalizar su noviazgo esperaba hasta ese día para hacerlo, y no antes ni después. Lo hacían uniéndose al resto de parejas que acudían montados a caballo hasta la ermita; los mozos a horcajadas y las mozas, como no acostumbraban en aquel tiempo a vestir pantalones, a la grupa. La comitiva con sus caballos llegaban hasta la campa y todas las miradas se dirigían hacía ellos intentando distinguir nuevas parejas que estrenaban su noviazgo ese día en público.

Años 70 

Esta tradición se perdió llegados los años cincuenta del siglo pasado, cuando los usos y costumbres empezaron también a cambiar, de modo que a las nuevas generaciones estos extremos les pueden resultar desconocidos o, cuando menos, curiosos. Para explicar este asunto he encontrado un interesante artículo que da fe extraordinaria del caso. Es el testimonio de alguien que vivió esa época y conoció esa costumbre. Es Juan Antonio Díaz de Rada, sacerdote carcarés, amante de las tradiciones locales y del que ya he echado mano en otras ocasiones. Esta particular crónica salida de su pluma y titulada !A la Virgen de Gracia!, constituye un tesoro digno de conocer y conservar. Espero que lo disfrutéis y lo difundáis. Es patrimonio de Cárcar.


Foto tomada del libro: Cárcar, Historia, Vocabulario y Plantas. E. Mateo, L.J. Fortún, J.A. Díaz de Rada y C. Pardo. Año 2002

¡A LA VIRGEN DE GRACIA!
por JUAN ANTONIO DÍAZ DE RADA RUÍZ

El lunes, después del domingo de Pentecostés, la villa de Cárcar celebra desde tiempo inmemorial el festejo más simpático y bello en torno a la Virgen de Gracia: la Romería anual a su ermita.

Dos facetas sobresalen con sus matices propios en esta tradicional fiesta. Una, la “enramada” que la tarde del domingo llevaban a cabo las cuadrillas de mozos. Con singular esmero las galeras y carros eran entoldados y adornados con ramas de chopo y arbustos en los sotos del regadío. En su ornato incluían ramos de rosas y de cerezas con su fruto en color, todo ello en atención a las mozas que a la mañana siguiente les acompañarían en cuadrilla a la romería.

La llegada de los vehículos enramados en la tarde del domingo a las calles del pueblo, al paso ligero de las reatas, era el mejor y más alegre preludio del aire romero de la mañana siguiente.

La otra faceta la viviremos mejor si nos trasladamos a los años cincuenta en que la fiesta todavía se celebraba con vigor.

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Colorido y tipismo de fiesta y romería. Es la marcha a la Virgen. También este año hay nuevas parejas de novios que comienzan a “ir formales”.

Son las diez de la mañana, y los caballos enjaezados, limpios, brillantes, van montados por la pareja. Él, a horcajadas, con las bridas en la mano. Ella, a la grupa y a un cabo, agarrada con un brazo a su novio y la otra mano al tiracol. En el puente tienen todos la cita, y allá se reúnen para marchar en grupo a la ermita. Van a la Virgen.

Quiero recordar, antes de seguir adelante, la anécdota que una simpática abuela me contaba hace ya bastantes años. Sus protagonistas fueron ya absorbidos por la historia.

Uno de los novios había marchado al pueblo vecino en busca de caballo para ir con su novia a la Romería. La novia estaba a la espera, sin dejarse ver y semioculta en un juncal entre el Puente viejo -no existía todavía el nuevo de hierro- y el Puente Molino. Las incidencias de la espera las vivían con intranquilidad, su padre desde el Altillo, que recelaba de la tardanza del novio, y la madre desde la puerta de su casa, que de vez en cuando salía para preguntar a su marido:
-Victor, ¿Viene?.
-María. No se ve.
-¿y la chica?
-quieta en el junco.

Ambos cumplieron al fin su misión romera, aunque tuvieron que trotar para dar alcance a las parejas.

Un pequeño incidente que nos demuestra el interés con que se tomaban los novios eso de “ir a la Virgen”.

Hemos llegado a la curva que da vista a la ermita. Las parejas frenan sus caballos, y la música puesta al frente del grupo comienza a sonar, mientras la comitiva avanza hacia la Virgen entre trigales y viñas que bordean el camino. Los numerosos romeros, que llegados por otros medios animan el “sequeral”, se reagrupan entre curiosos e impacientes en las inmediaciones de la ermita para recibirles y comprobar las “nuevas parejas de este año”. Al compás de la música dan la vuelta de honor al Santuario entre aplausos y algarabía.

Han llegado los novios. La Eucaristía está a punto de comenzar.

Concluida la ceremonia religiosa, el “sequeral” se llena de olor y sabor a tortilla con chorizo y vino de la tierra, acompañado por el pan bendito y “almendras de la Virgen”.

Vencida la mañana se va despejando el entorno, y mientras el “sequeral” queda vacío las parejas se retiran al soto, junto al río, donde comen, beben y bailan hasta la hora del regreso al pueblo, para concluir la gran fiesta del día.

Son las cinco de la tarde. Siempre precedidas por la música, entran con solemne ritual cada pareja sobre su caballo, desde el comienza de la calle El Portal. A ritmo de marcha pasan El Paredón, calle Medios, Plaza de abajo, calle Mayor, Barrio Monte y de nuevo Medios, recogiendo aplausos y vivas mientras los jinetes saludan y sonríen, cual si se tratara de cortejo real.

El ceremonial ha concluido con la primera vuelta. La música se retira y empieza la veloz carrera de caballos, azuzados por jinetes y espectadores que galopan endiablados por las calles cuesta arriba y mitigan su ritmo en el barrio Monte. El griterío, la zozobra e incluso el temor por alguna caída arma la gran fiesta, mientras los novios aguantan con toda maestría el ritmo de la galopada. Todo el pueblo en las calles aplaude a sus guapas amazonas, decididas y valientes que hoy como nunca lucen toda su juventud. Algunas empiezan con esta fiesta su “noviazgo formal”. Lo ha formalizado la Virgen de Gracia.

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Han llegado tiempos nuevos. Los caballos solo existen en el motor de cada “atuendo” de labranza. Los carros y galeras han muerto. Han muerto los novios, porque hoy solo hay “amigos” y “amigas”. Ha muerto también el atractivo más bello de la fiesta. Alguien pensará que todo esto son antiguallas. Yo diría más bien que todo esto es historia, vida, corazón.

FIN

Subiendo la entonces embarrada cuesta de El Portal. Del programa de fiestas en honor a la Virgen de Gracia del año 2009

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-El artículo está tomado de los apuntes inéditos: "Pequeñas historias de un siglo", de Juan Antonio Díaz de Rada Ruíz