jueves, 29 de diciembre de 2022

RESUMEN DEL AÑO 2022. Blog Legado de Cárcar



Termina el año 2022 y toca hacer de nuevo balance en este blog Legado de Cárcar. Un buen puñado de artículos he podido añadir este año al mismo y ya van 41, desde que en febrero de 2020 iniciara su andadura. Si bien las posibilidades de mantener este ritmo se acortan, intentaré exprimir al máximo el rico patrimonio humano de Cárcar con nuevas entradas en los siguientes meses. 



-Enero empezó con Manuel Albeniz, el organista estellés que llegó a Cárcar hacia el año 1772 y quedó prendado del órgano, del pueblo y de sus gentes, hasta el punto de establecerse aquí para siempre. Música sublime que arrancó al valioso órgano de Joseph de Mañeru, con el que Albéniz deleitó a los carcareses y llenó de solemnidad las funciones litúrgicas de la parroquia San Miguel. Ojalá algún día se recupere esta valiosa pieza de la escuela de organería de Lerín que se encuentra desde hace muchos años muda.
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-Febrero fue para Isidora Perez Arróniz, Madre Isidora. En el año 1928 Cárcar ensalzó y homenajeó a esta mujer con más pompa y solemnidad todavía que a los otros tres hombres a quienes también honraba con una calle. Esta mujer fue esposa de un militar liberal del que le sobrevivió un solo hijo. Al quedar viuda decidió ingresar en la congregación de las Oblatas donde llegó a ser Superiora. Reconocida por su talante caritativo, humilde y bondadoso, murió en enero de 1928 en olor de santidad en Zaragoza. Su hijo Francisco López Pérez también fue Superior de los claretianos.
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Escudo en Cárcar de los Zúñiga

-Marzo atrajo a Anacleto Pardo Zúñiga. Era lerinés de madre carcaresa. Militar de profesión, se casó con Eleuteria Fortún, una sobrina suya también de Cárcar. Luchó en el bando carlista y se tuvo que exiliar a Francia. Con el Convenio de Vergara se incorporó de nuevo al ejército. Después se casó con una señora de Valtierra y allí se jubiló y murió.
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-Abril acogió a lo que consideraría una de las figuras más importantes y valiosas de las recuperadas para este blog, y una también una de las más laboriosas: Vicente Martínez Monreal. Su padre era de Cárcar pero él nació en Pamplona, aunque tenía a gala decir que era de Cárcar. Destacado médico de profesión, trabajó en el Hospital de Pamplona promocionando grandes avances médicos; lo reclamaron en la Corte madrileña para atender a los infantes, primero, y al propio rey después, pero por lo que sobresalió especialmente fue por ser el pionero en traer la vacuna contra la viruela a Navarra, aunque eso no se le ha sido reconocido todavía. Con su pundonor y esfuerzo evitó las miles de muertes que se producían cada año por esta causa. Sus peripecias ligadas a la primera línea de la historia de España de su tiempo, suponen un testimonio apasionante de observar. 
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-Mayo propició conocer, por medio del famoso diccionario de Pascual Madoz,  la perspectiva que presentaba Cárcar en el año 1849. Su ubicación, distribución, servicios, monumentos, geología y demografía. Una buena herramienta para hacer una comparativa con la situación actual. 
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Hotel donde se hospedaba permanentemente en Logroño. Foto: historias del comercio y la industria de La Rioja

-Junio estuvo dedicado a Desiderio Pagola, ingeniero de Caminos Canales y Puertos. Un carcarés que residió la mayor parte de su vida en Logroño desde donde proyectó importantes obras y desempeñó relevantes cargos. Fue nada menos que Inspector General del cuerpo de Ingenieros de su gremio y Director de Obras Públicas. 
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Título, Garrote vil. Autor, Ramón Casas. Museo Reina Sofía 
-Junio trajo también uno de los artículos más visitados del blog, llegando a ocupar en pocos días el cuarto puesto del ranking. Lo titulé “El que a hierro mata a hierro termina”. Para realizarlo me apoyé en una parte del sumario que recogió la causa. Se trataba de la muerte de un arriero ocurrida en terreno de Lerín a manos de dos individuos de Cárcar, según sentencia. Corría finales del siglo XVIII y un asesinato se pagaba con la muerte, en este caso a garrote vil, en plaza pública y a la antigua usanza. La plaza de Lerín fue testigo del acto; los cuerpos, tanto del agresor como del agredido, descansan en el subsuelo de su iglesia parroquial. Una historia que sobrecoge y justifica el interés suscitado.
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-Agosto. Los archivos guardan documentos muy curiosos. En agosto me centré en escudriñar lo que el médico de Cárcar, Juan José Moreno dejó escrito y registrado en el libro “Historia Universal de las Fuentes Minerales de España (1699-1776)”, escrito por Pedro Gómez de Bedoya y Paredes y publicado en el año 1765. El dato estaba referido a la existencia de una fuente de aguas medicinales de gran aprovechamiento curativo ubicada en Cárcar. Encontrar la fuente de La Falaguera, como así se llama, fue casi como vivir un capítulo de Indiana Jones ya que tuve que precisar hasta del concurso de dos geólogos (el carcarés Eulogio Pardo y Juan José Durán) y la ayuda de los cazadores locales (Salvador y Jesusmari Bañales y Teodoro Arambilet) y aunque en la actualidad sus aguas no fluyen a la superficie, estos dan fe ya que la han visto manar, e incluso consumir destacando sus efectos medicinales. Seguimos expectantes a la espera de continuados cursos lluviosos para verla de nuevo filtrarse por entre las rocas y poderla así demarcar.
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España, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. AGS Gracia y Justicia. Legajo 159

-Septiembre fue para Joseph Femando de Pagola, abogado, regidor del Ayuntamiento de Pamplona por el Burgo de San Cernin, primero, y alcalde supernumerario de la Real Corte Mayor de Navarra después. Fue padre de Joseph Pagola y Garzarón, alcalde del Crimen de Granada, oidor y regente de la Audiencia de Granada, regente de la Audiencia de Asturias y ministro togado del Consejo de Guerra. Personajes ambos que tienen todavía mucha historia por desentrañar.
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Detalle de la caja del órgano que hizo Joseph de Arbizu 

-Octubre la dediqué a Joseph Arbizu y Brabo un maestro carpintero de Cárcar al que debemos la realización de la caja del órgano y la puerta de cancela de la iglesia de Cárcar entre otras obras, tanto de arte religioso como civil. Unos monumentos que nos hablan de una cultura artística que surgió en Cárcar y que dio abundantes maestros que dejaron su huella por distintos pueblos de la geografía navarra.
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Eusebio Zubizarreta, hijo. Museo Zumalakarregi

-En Noviembre empecé a transcribir una serie de cartas que escribió Alejo Aranáz, párroco de Cárcar a mitades del siglo XIX. Acababa de morir en este pueblo la hija del General Zumalacárregui, como ya expliqué en un artículo dedicado a ella, tocándole hacer los funerales y las gestiones de su herencia. Un primo segundo de la finada resultó ser el heredero y don Alejo tuvo que gestionar todo el papeleo, incluido la serie de cartas que le tuvo que enviar a La Habana, donde se encontraba, para ponerle al día de todos los procedimientos que estaba siguiendo. A un tiempo, por medio de estas misivas surgió entre ellos una amistad tal que le llevó a dar detalles en sus cartas de personajes y situaciones de la vida cotidiana de Cárcar que creo pueden resultar interesantes de conocer.
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-Diciembre acoge a la segunda de las cartas de don Alejo Aranáz donde reitera de nuevo el motivo y la causa de la muerte de la última de las hijas del mítico carlista en Cárcar. Refleja los tiempos, el modo de escritura y ayuda a ver cómo funcionaba en aquella época el correo y la preocupación de si llegaban las cartas importantes a su destino. 
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He incorporado también recientemente una nueva herramienta al blog que permite leer los artículos en distintos idiomas, para que puedan hacerlo en su lengua nativa quienes lo visitan desde otras latitudes.
  
Espero que en el 2023 pueda aumentar la lista de individuos locales ya que el filón no está ni mucho menos agotado.

Deseo un feliz año 2023 a todos los seguidores de este blog y a los que lo visitan esporádicamente, agradeciendo a todos su interés y apoyo.

María Rosario López Oscoz

lunes, 19 de diciembre de 2022

Don Alejo, el cura cronista de Cárcar. 2ª carta

Firma de don Alejo Aranáz

El 24 de marzo de 1874, veinte días más tarde de escribir don Alejo la primera carta a Eusebio Zubizarreta, comunicándole la muerte en Cárcar de su prima Micaela Zumalacárregui y diciéndole que le nombraba heredero de sus bienes, le vuelve a escribir nuevamente ante la incertidumbre de si la anterior habría llegado a sus manos a La Habana, dada la lejanía y las vicisitudes que dicha carta pudiera haber sufrido por las contingencias de la guerra. Esta segunda carta corrobora de nuevo las causas de la muerte de la hija del general carlista.


España Navarra

Sr. D. Eussebio Zubizarreta y Dorronsoro

Muy señor mío y amigo:

Por el correo del 19 (la carta se escribió el día 2) participé a U. la triste noticia del fallecimiento de su querida prima y mi inolvidable amiga Doña Micaela Zumalacárregui. Decía a U. que testó dejando a U. heredero, y entre los cabezaleros a mí para cumplir su voluntad de funerales, etcétera, y mandas especiales. La muerte la ocasionó una viruela maligna el 1º del actual.

Repito a U. este, por el correo del 1º, por si la anterior no ha llegado y después que yo he concluido los funerales. Se ha hecho un carnario y la cruz, que he encargado que sea modesta (así me lo advirtió), se colocará tan pronto me la remitan.

No sé si le decía que a la caja le puse dos llaves que están en mi poder hasta que U. determine. Bien conozco que no le será a U. fácil venir por aquí, pero hay cosas, amigo, que solo la persona puede ejecutarlos; quiero decir, que U. sabrá que es lo que más interesa a U. conservar en su poder de los de la finada, y algunas gestiones que tal vez tenga U. que hacer para los títulos, etcétera, pues la Micaelita me tenía dicho que en Guipúzcoa había émulos que alguna vez intentaron arrebatarles algunas glorias.

No puedo ser más largo pues me llaman a ejercer mi ministerio y tampoco hoy hay nada que comunicarle. A Vitoria escribí a los otros cabezaleros; todavía no he tenido contestación; no lo extraño pues dudo que haya correo para dicha ciudad.

Ya sabrán Us. por esa, que Bilbao hace un mes que sufre un bombardeo atroz. Mucha y muy grandes son las pérdidas.

Se repite a sus órdenes su affmo. amigo y capellán q.b.s.m.

Alejo Aranáz
Párroco 

Cárcar 24, marzo, 1874  

Bombardeo en la zona de Bilbao. Foto tomada del libro "Jaúregui el Guerrillero" escrito por Fr. J.I. Lasa Esnaola
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María Rosario López Oscoz

Fuente: Archivo documental Museo Zumalakarregi

viernes, 18 de noviembre de 2022

CRÓNICAS DE CÁRCAR. DON ALEJO, EL CURA CRONISTA

Eusebio Zubizarreta era el destinatario de las cartas que escribió don Alejo. La fotografía corresponde al hijo de aquel, también de nombre Eusebio. Foto: fondo de archivo del Museo Zumalakarregi

Alejo Aranáz fue párroco de Cárcar durante más de veinte años. Era hijo de Miguel, el organista del pueblo y nieto del también organista de Cárcar, Esteban Aranaz. Durante su ministerio le tocó vivir y atender espiritualmente a Micaela, la hija pequeña del General Zumalacárregui, no solo cuando esta acudía a Cárcar a visitar a sus parientes sino también en el momento de su muerte, cosa que ocurrió precisamente en este lugar, como ya he dicho en otras ocasiones (pinchar). Ella había venido buscando refugio mientras la Tercera Guerra Carlista a casa de Ambrosia López Bailo, la prima de su madre. Ambrosia murió estando Micaela en esa casa y ella misma la cuidó en su enfermedad. Tras la muerte de la tía, Micaela se quedó con el tío Francisco, esposo de aquella, dando tiempo a que pasara el peligro de la guerra. Sin embargo, a Micaela le sobrevino la muerte de forma inesperada mientras se encontraba aquí. 

Don Alejo se hizo entonces cargo de la situación y le correspondió también la tarea de ser el cabezalero, lo que le obligaba a cumplir las últimas voluntades de la finada y hacer llegar la herencia al heredero y primo segundo de esta, Eusebio Zubizarreta Dorronsoro. En el desempeño de esa función de albacea, don Alejo tuvo que dar la luctuosa noticia a Eusebio que se encontraba en Cuba trabajando como Corredor de Comercio.

La correspondencia que llegaba a Cárcar de Zubizarreta no se conserva, pero sí la que don Alejo le enviaba a aquél; esta se encuentra custodiada en el Museo Zumalakarregi, y por su valor historiográfico supone un tesoro, no solo por la información que contiene, relativa a esa parte de la historia, sino también en lo que concierne a la crónica social de Cárcar.

Por este motivo intentaré a lo largo de las siguientes entradas al blog, transcribir algunas de estas cartas esperando que su singular contenido ayude a conocer y contemplar la intrahistoria de esa época concreta.

CARTA don Alejo Aranaz, párroco de Cárcar comunicando al heredero, Eusebio Zubizarreta, la muerte de su prima MICAELA ZUMALACÁRREGUI, ocurrida el día 1 de marzo del año 1874.

S. D. Eusebio Zubizarreta y Dorronsoro

Muy señor mío y amigo: triste el motivo que por vez primera me obliga a escribirle a usted. Su bella prima, mi íntima y queridísima amiga Doña Micaela de Zumalacárregui pasó a mejor vida el 1º de los corrientes, víctima de una viruela maligna, después de haber recibido los auxilios espirituales; más bien por haberlos pedido su acendrada virtud, que por serlo en aquel entonces necesario. Tremenda desgracia, gran pérdida para los que, tratándola íntimamente, conocíamos su gran corazón, sus muchas virtudes y su talento nada común. Gran vacío deja en el corazón de cuantos nos honrábamos con su profundo cariño y fina amistad. Del cielo nos mandará el necesario consuelo.

Sintióse indispuesta con dolor de cabeza y tronzamiento general el 21 de febrero. Al día siguiente se levantó con objeto de ir a misa pero, conociéndose desvanecida, se acostó. El 23 a la noche pronuncióse una erupción abundantísima por todo el cuerpo, pero sumamente pequeña. El médico de este no se atrevía a calcularla de viruela, por la gran cantidad y pequeñez, apareciendo que, ni era sarampión, ni, como ella pensaba, fuerza de la sangre; inmediatamente determiné traer un médico notable. Ambos convinieron que la erupción no era viruela; sumamente confluente, apareció, no obstante, franca y generosa los días siguientes con algunas alternativas de desvanecimiento de cabeza y postración. La erupción continuaba bien y, al parecer y según los médicos, sin vestigio de complicación alguna. En el período de supuración hubo algo de delirio y gran postración; por esto y porque la erupción en la garganta le dificultaba el paso de las bebidas, pregunté claramente a los médicos su estado, con objeto de traer otros. Volvieron a confirmar no se veía peligro alguno; que la mancha de la erupción era regular y que no había que temer mientras no apareciera complicación, de lo que no se veía señal alguna. Como por lo general estaba despejada y serena, y el 28 lo estuvo mucho más, expectoraba y aún la garganta se le aligeró; todos, médicos y amigos, confiamos en que se salvaba. Aquella noche a la una, me retiré con el médico de cabecera, sumamente  complacidos del estado de la enferma, pero, a la mañana, se recargó la cabeza y presentes el médico y yo, a las seis y media, cual herida de un rayo, cayó en un profundo letargo del que a las dos horas se trasladó al cielo. Puede usted figurarse como nos quedaríamos.

Ya desde antiguo había depositado su mi amistad y su ilimitada confianza y, cuando se sintió enferma, no obstante de haber confesado y comulgado dos días antes, me pidió los auxilios espirituales que le di, y me advirtió los encargos que en su nombre había de hacer. A luego testó dejando a usted heredero universal de lo poco que actualmente sabe usted que tenía, y de lo mucho que podría tener; pues de algunos reales que tenía los he destinado para su alma y demás encargos que me hizo: caja mortuoria, funerales y demás que he hecho conforme correspondía a su rango, habiéndosela llevado al cementerio de este los voluntarios carlistas; la caja tiene dos llaves, una para usted y la otra, usted dispondrá para quien su parecer debe ser.

Entre los encargos que me hizo, uno fue que usted use su reloj, su esposa el anillo de diamantes regalo de su papá a su mamá; el azul a Fatimita y, los demás, la familia de usted.


No le mando a usted la copia del testamento, y sí un extracto de las principales cláusulas, por no estar seguro de si llegan con regularidad las cartas a esa, pero tan pronto como usted me lo diga, la pediré en su nombre y la remitiré a usted. Advierto a usted que como aquí no estaba sino accidentalmente, las cositas de su papá, ropa y muebles, las dejó en Vitoria y aquí los papeles y algunas alhajas. 

Como primer cabezalero que soy, usted me dará instrucciones de lo que usted crea que debo hacer y se las comunicaré a los de Vitoria a quienes les comuniqué el encargo que les había dejado la finada.

Salude usted de mi parte a su señora y familia procurando consolarse de tan tremendo golpe y, con tan triste motivo, se ofrece a usted, su verdadero amigo y capellán q.b.s.m.

Alejo Aranaz, párroco. 

Navarra Carcar  2 de marzo 1874

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María Rosario López Oscoz

Fuente: Museo Zumalacárregui / Zumalakarregi Museoa 

martes, 18 de octubre de 2022

JOSEPH ARBIZU Y BRABO Y LA CAJA DEL ÓRGANO DE LA IGLESIA

Detalle de la caja del órgano, obra de Joseph Arbizu. Foto: Charo López

Cuando entras en la iglesia San Miguel de Cárcar, ¿has pensado alguna vez en quien pudo haber hecho la gran puerta de cancela que vemos al franquear la primera puerta de entrada, y que se abre de par en par en días solemnes de procesión y en la celebración de los funerales?  ¿O quién sería el que talló la bonita caja barroca del órgano que puede admirarse a poco que eleves la vista sobre la propia puerta? Pues estas preguntas no solo tienen respuesta sino también un nombre: Joseph de Arbizu y Brabo.

Joseph Arbizu era hijo de Francisco Arbizu López y Bernabela Brabo Sádaba. Todos habían nacido en Cárcar; Francisco, el padre, lo hace en el año 1682, la madre, en 1692 y Joseph, el día 16 de marzo del año 1716.

Bien pudo Joseph haber aprendido el oficio de carpintero de la mano su padre, o quizá en algún taller local, pero el caso es que tomó tal destreza que sus obras han traspasado el tiempo y su legado todavía perdura, conservándose en aceptables condiciones, a pesar de que en el caso del órgano, éste no suene desde hace décadas y le falte toda la trompetería horizontal. 

El órgano en su estado actual. Debajo la puerta de cancela. Foto: Charo López

La caja del órgano venía a acoger el importante instrumento que estaba haciendo el gran organero lerinés Joseph de Mañeru y Ximenez, considerado en la zona como uno de los artesanos más prestigiosos de la época en esta disciplina.
  
Interior de la iglesia de San Miguel de Cárcar visto desde el coro. Foto: Charo López

Cuando el cabildo de la iglesia de Cárcar consideró la necesidad de hacer un órgano nuevo se estaba remodelando toda esa zona de la parte de atrás del templo y quisieron dotarla de un empaque acorde con el monumental edificio, especialmente con el retablo mayor de estilo barroco churrigueresco que había hecho recientemente José de San Juan (Sanjuanillo), y que remató en 1755 el arquitecto carcarés Tomás de Puelles ya que San Juan no lo concluía. Firmó por tanto el cabido con dos tallistas de renombre para que hicieran la sillería del coro y el facistol, y con el ebanista local Joseph de Arbizu y Brabo para el caso de la caja del órgano y la puerta de cancela. 

Puerta de cancela, obra de Joseph de Arbizu. Foto: Charo López

Los tallistas serían los escultores Julián Martínez, natural de Calahorra, y Francisco Bussou, un francés nacido en Meirac y afincado también en Calahorra. La sillería que tallaron resultó un primor de obra y Arbizu se esmeró de tal modo con la suya que no desmereció para nada con la de los anteriores. Fue Diego de Camporredondo, famoso retablista, escultor y tracista calahorrano, quien revisó  la obra en el año 1766 quedando el conjunto listo para su uso. La solemne bendición y estreno de las obras se haría con gran ceremonia pues no era para menos. El cabildo se sentaría a partir de ahora en los nuevos sitiales para rezar los oficios y el órgano sonaría por fin a gloria a manos de reputados organeros que se disputaron el cargo a lo largo de los años. 

Sillería del coro y facistol. Obra de Fco. Bussou y Fco. Martínez. Foto: Charo López

La sillería vista desde otro ángulo. Foto: Charo López

Hoy en día el órgano es una rareza y una joya que nadie discute; sin embargo sigue mudo, y es por eso que me surge una pregunta, ¿después de tanto esfuerzo empleado en aquellos años por conseguir ese valioso órgano para la parroquia, no seremos capaces doscientos cincuenta  y tantos años después de hacer nada por recuperarlo?

Otra vista en detalle del trabajo de ebanistería del órgano de la San Miguel de Cárcar. Foto: Charo López

Muchas otras obras dejó hechas Joseph de Arbizu, que todavía no están catalogadas, a la espera de nuevas investigaciones; y hubo también otras que le arrebataron, como el retablo de la ermita de la Virgen de Gracia de este mismo pueblo, que disputó con su cuñado el ya nombrado Tomás de Puelles, quedándosela este al ganar la puja.

Retablo de la ermita de Nuestra Señora de Gracia en Cárcar, obra del carcarés Tomás Martínez de Puelles. Foto: Charo López

Joseph de Arbizu tuvo descendencia y uno de sus hijos, Ildefonso, aún superó en importancia a su padre. Pero eso lo explicaré ya en otra entrada de este blog. 
 
Y ahora, cuando alguien pregunte al visitar la iglesia de Cárcar sobre estos extremos podremos dar cumplida respuesta. 

María Rosario López Oscoz
Octubre 2022

lunes, 5 de septiembre de 2022

JOSEPH FERNANDO DE PAGOLA. Alcalde de la Real Corte Mayor de Navarra

Dibujo de un antiguo regidor del Ayuntamiento de Pamplona con traje de golilla. Foto: "Pampilona ubs regia. El ceremonial del Ayuntamiento de Pamplona desde el siglo XVI a nuestros días". Alejandro Aranda. 2020. Pag. 83

JOSEPH FERNANDO de PAGOLA ALARGUNSORO era hijo de Francisco de Pagola y Miguel de Boliaga, natural de Cárcar, y María Isabel Alargunsoro, oriunda de Lodosa. El matrimonio se estableció en Cárcar aunque, Joseph Fernando, el primero de los hijos, recibió las aguas del bautismo en Lodosa el día 2 de junio del año 1704; por el contrario, sus otros ocho hermanos nacerán y serán bautizados todos en Cárcar y todos vivirán en la residencia habitual de la familia, que lo siguió siendo después de muchos de sus descendientes. 

Lugar donde estuvo ubicaba en Cárcar la casa Pagola. 

 Joseph Fernando cursó la carrera de abogado en Valladolid donde se graduó. En el año 1729 se gradúa también en Pamplona como abogado de los Tribunales Reales del Reino y se asienta en la capital navarra. El día 25 de agosto del año 1737 se casa en la iglesia de san Juan Bautista de Pamplona con Alberta Garzarón y Villava, hija de Esteban y Joaquina; tres de sus hijas, María Josepha Joaquina, Joaquina Alberta y María Josepha Theresa Alberta de Pagola y Garzarón, son bautizadas en la iglesia de San Lorenzo; por su parte, José, uno de los hijos varones, alcanza a ser, a lo largo de su carrera, Alcalde del Crimen de Granada, oidor en la misma, regente de la Audiencia de Granada, regente de la Audiencia de Asturias y ministro togado del Consejo de Guerra.

Palacio del Condestable. Calle Mayor, esquina con calle Jarauta.

Mientras tanto, Joseph Fernando de Pagola, el padre, era para el año 1750 segundo regidor del Ayuntamiento de Pamplona por el Burgo de San Cernin y residía junto con su familia en el palacio del Condestable como apensionado del Duque de Alba y Conde de Lerín. Al año siguiente (1751), y dado el mal estado en que se encontraba la sede del Ayuntamiento de Pamplona, se procedió a su derribo. Mientras tuvieron lugar las obras, se hizo necesario trasladar la sede del ayuntamiento a otro sitio, y se pensó como el más idóneo el palacio del Condestable, situado en la calle Mayor, por lo que a Pagola y su familia se les buscó una nueva vivienda

Interior del Palacio del Condestable. Fotografía actual

Los gastos corrieron a cargo del Ayuntamiento de Pamplona: “El 8-VIII-1753 la Corporación acuerda entregar 54 ducados al Ldo. Fernando Pagola, abogado apensionado del condestable y regidor 2.° por el Burgo de San Cernin, para pagar el arriendo de su nueva casa, tras desalojar la del condestable que es ocupada por el Ayuntamiento”. AMP Sec. Obras municipales id.; Consultas, lib. 38, f.236-237. (Garralda Arizcun José Fermín). 

Ayuntamiento de Pamplona, fotografía antigua. pamplona.es

Las obras de construcción del nuevo Ayuntamiento duraron siete años y no será hasta enero del año 1760 cuando la Corporación estrene el nuevo edificio. Entre los primeros acuerdos que se tomaron, una vez trasladados e inaugurada la nueva sede, fue el de agradecer al señor Condestable y duque de Alba, por facilitarles su mansión (pagando su correspondiente alquiler, se entiende) como sede provisional del Ayuntamiento durante todo ese tiempo.

Detalle del libro "Defensa crítico-histórico-canónico-legal de la Ciudad de Pamplona. Respuesta (...) en las defensas que han excitado sobre procesiones. Año 1752. Imprenta Martínez

El día 22 de abril de ese mismo año, Joseph Fernando será nombrado alcalde supernumerario de la Real Corte Mayor de Navarra. Falleció en Pamplona en el año 1771.

Nombramiento de Alcalde de Corte supernumerario del Reino de Navarra a Joseph Fernando de Pagola por parte de Carlos III. España, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte AGS Gracia y Justicia. Legajo 159.  https://eltiempodelosmodernos.wordpress.com/category/navarra/

Hasta su muerte, este señor será el encargado de pagar religiosamente en la parroquia de Cárcar las misas de aniversario por el alma de sus padres.


María Rosario López Oscoz


martes, 2 de agosto de 2022

EL MANANTIAL DE LA SALUD

Por estas peñas, junto al Camino Royo, fluye la fuente de la Falaguera. Foto: Charo López

El Departamento de Obras Públicas del Gobierno de Navarra tiene actualmente registradas en Cárcar los nombres y ubicaciones de las siguientes fuentes o manantiales: Salobre I y II, la fuente del Alto, la del Plano, la fuente del Currillo, la de Evaristo y la de la Falaguera

obraspúblicas.navarra.es

Y es en esta última donde me quiero detener ya que he encontrado una curiosa documentación que la relaciona y que data del año 1765. Dicha información se encuentra inserta en el libro Historia Universal de las Fuentes Minerales de España, escrito por Pedro Gómez de Bedoya y Paredes (1699-1776). Este señor, doctor en Medicina y Catedrático de Cirugía y Anatomía fue además un famoso hidrólogo de la Ilustración. Los datos que aporta hablan de una fuente medicinal situada en Cárcar, en principio desconocida; las conclusiones finales conducirán hasta esa fuente de la Falaguera, que no sería una fuente al uso, sino un manantial que contiene una serie de propiedades específicas por su componente sulfuroso, lo que la convertiría  en un manantial de aguas medicinales. 



Cuando el uso de medicamentos no estaba suficientemente desarrollado, especialmente  en las zonas rurales, el aprovechamiento de las aguas medicinales con fines terapéuticos ya se utilizaba como remedio alternativo y hubo médicos que lo estudiaban y recetaban a sus pacientes. Observaron que su ingesta, con una adecuada posología, contribuía a aliviar ciertas dolencias. Se dieron cuenta, por ejemplo, que las aguas sulfurosas mejoraban las funciones del hígado, los niveles de glucosa y ayudaban a hacer la digestión, además de colaborar en la oxigenación cerebral, regular el sistema nervioso y mejorar el metabolismo de las grasas y los hidratos de carbono.

Todo esto lo había advertido ya para ese año de 1765 un médico de Cárcar llamado Juan José Moreno para con esa de La Falaguera, y habiendo aplicado su agua con éxito a sus pacientes la quiso dar a conocer a la comunidad científica.  Por ello envío una relación a la atención de Gómez de Bedoya dándole cuenta de las bondades que le atribuía a dicho manantial, apoyándose para ello en las demostradas y notorias de la fuente de Lerín, lugar desde donde ejercía en aquellos momentos. Gómez de Bedoya se encontraba a la sazón recogiendo datos para elaborar con ellos un diccionario que contuviera los nombres y características de todas las fuentes minerales de España. Desgraciadamente murió sin concluir su obra ya que solo le dio tiempo a completar los dos primeros volúmenes. El primero incluía los manantiales de las poblaciones cuya inicial comenzaba por las letras  A y B y un segundo que abarcaba las comprendidas en las C,D,E y F, por lo que no pudo llegar a la L de Lerín que habría incluido la información que sobre este pueblo facilitaba el doctor Moreno y sobre la que se apoyaba para explicar las bondades de la de Cárcar. 

Punto donde confluyen las fuentes de agua medicinal y salada de Lerín en las que se apoya el doctor Moreno. Foto: Charo López

El artículo resulta tan interesante que me he limitado sencillamente a copiarlo de forma literal para no restarle ni un ápice de su frescura. 

Detalle de una parte del artículo en libro de Gómez de Bedoya

El artículo completo dice: “Don Juan Josehp Moreno, sabio, y acreditado Medico en la Villa de Lerin, del Reyno de Navarra, en la relación que envió al Señor quiñones dice que en la Villa de Carcar, su Patria, y de donde fue Médico nueve años, hay una fuente de las mismas calidades y virtudes que la de dicho Lerin, y que a su parecer haría igualmente que ésta los maravillosos efectos, que experimentan los enfermos de Perlesías, Alferecías, Rheumatismos, dolores cólicos, Hypocondrías, sangre de espaldas, inapetencias y todos los males para que aprovecha el agua de la dicha fuente de Lerin; pero que sus Compatricios son tan desidiosos como los Professores de Medicina que han tenido hasta aquí; y así se halla abandonada y sin uso alguno la fuente de Carcar, pero es seguro que tiene su agua las referidas y excelentes virtudes. Para apoyo de esta verdad quenta haver curado con ella un buen número de enfermos, y entre ellos a Manuel Garrido, vecino de esa Villa, de edad de sesenta años, a quien estuvo asistiendo dos para curarle de una Perlesía universal, complicada con Hydropesía de viento, perdido totalmente de razón, habla y movimiento, que parecía un tronco, pues hasta el vientre tenía tan torpe que con los más activos purgantes no se daba por sentido. En caso de tan poca esperanza, determinó que se usase del agua de la fuente de Carcar. No pudo beber mas que seis vasos en la misma cama, con los quales les hizo otros tantos cursos.
 
Viendo el efecto tan favorable, le hizo continuar nueve días, deponiendo en ellos por orina y vientre excesivas cantidades. Despejose el cerebro, empezó a hablar, despertole el vientre, y de día en día cobrando todos los miembros algún movimiento, cuya obra se perficionó a expensas de baños de la misma agua, que se hacía calentar en casa, durando la curación todo el término de quince días, pasados los quales, salió de casa bueno, y a poco tiempo a cultivar sus tierras al campo, con admiración de todos.
 
También dice que D. Martín Corroza, Presbítero, vecino del mismo lugar, con igual peligrosa enfermedad, por los propios medios y dirección, logró igual íncesso. Debemos sentir no tener más especificadas las señas de este Pueblo y virtudes de su fuente; no obstante, que si son las mismas que las de la de Lerin, como dice el mencionado Moreno, las pondremos quando se trate de esta. Vide Lerin”.


Hasta aquí el jugoso artículo de Gómez de Bedoya sobre la información facilitada por el médico de Cárcar. No da sin embargo la ubicación de la fuente, pero el Diccionario Geográfico-estadístico de España y Portugal del año 1826, escrito por Sebastián Miñano, aporta un interesante dato: “Cárcar (Navarra), villa del condado de Lerín. A la media milla en el cerro del norte, en sitio muy escabroso, sudan las peñas una agua mineral de virtud purgante y diurética, de que se hace uso con buenos efectos: esta fuente y las aguas de otros manantiales van al Ega"

Sin embargo, este dato tampoco es definitivo y han tenido que ser cazadores veteranos locales (Salvador y Jesús María Bañales, y Teodoro Arambilet) los que me han llevado hasta el lugar exacto donde ellos mismos la han visto manar “desde siempre”, aunque actualmente se encuentra seca; aseguran además, haberla consumido y comprobado su efecto laxante. Destacan su peculiar olor como a huevos podridos, característico de las aguas sulfurosas, lo que corrobora lo apuntado anteriormente.
  
Los geólogos expertos inspeccionando el terreno. Foto: Charo López
 
Para completar el trabajo contacté con Eulogio Pardo Igúzquiza, geólogo carcarés, que junto con su colega Juan José Durán Valsero procedieron este mes de mayo a inspeccionar in situ el terreno y determinar el lugar exacto desde donde discurría esta peculiar fuente de La Falaguera

Paisaje que se divisa desde la fuente de la Falaguera. Al fondo, Lerín. Foto: Charo López

Es evidente que este manantial volverá a manar en ciclos estacionales más húmedos y sería interesante entonces estar pendiente para señalizarlo convenientemente.
 
María Rosario López Oscoz

viernes, 24 de junio de 2022

EL QUE A HIERRO MATA A HIERRO TERMINA. Crónica negra de Cárcar.

Un arriero cualquiera transitando por los caminos. elcorreodeextremadura.com

Todos los pueblos arrastran una crónica negra que solivianta por un tiempo la paz habitual de sus vecinos y deja una huella que tarda en borrarse. Cárcar también la tuvo. 

Acababa el siglo XVIII y en Urdiáin, un municipio situado en el valle navarro de la Burunda, el arriero del pueblo se disponía  a preparar su carga. Era bien conocido en la comarca ya que se ganaba la vida comprando y vendiendo género. Conocía bien los caminos por los que transitaba y procuraba llegar con celeridad a su destino, máxime cuando transportaba productos perecederos como era el caso del pescado. Los pueblos alejados del mar valoraban mucho estos alimentos y los lugareños a los que atendía se alegraban cuando le veían venir con su recua de machos. Tres eran los animales que la componían y de los que se valía para su recorrido comercial. Sobre el cuello del zaguero colocaba un collar de campanillas cuyo sonido servía para anunciar su llegada. Además, era también reconocible por su atuendo ya que vestía de forma habitual el típico traje burundés: jubón blanco con mangas y sobre este otro encarnado sin ellas, calzón de paño negro a cuyas piernas se ceñía unas polainas del mismo tejido, zapatos y un cinturón con cartera para llevar papeles.  Encima de los jubones una chupa forrada de paño negro de bolsillos con tapa y botones, y sobre la cabeza una montera de paño negro con ribetes de terciopelo de algodón. Por un por si acaso, también un “capusai” con el que protegerse de la lluvia y el frío, atuendo también habitual en la zona y que guardaba en una de las caballerías. 
 
Hombre vistiendo un capusai

Por la proximidad de Urdiáin con la provincia de Guipúzcoa este hombre acostumbraba a comerciar con pescado, generalmente sardinas, que vendía después en la zona Media y Ribera de Navarra. 

Era una fría mañana del 16 de febrero del año 1799. El arriero cogió dos cargas de sardinas que había adquirido y las introdujo debidamente en los dos primeros machos; ajustó luego en el tercero una carga más, esta de cacao, e introdujo en las alforjas cinco pellejos de vino vacíos para traerlos a la vuelta llenos de buen vino ribero con el que sacarle también algún rendimiento para la economía familiar. Le hacían buen servicio estos pellejos a los que les había grabado sus iniciales para reconocerlos. Con todo listo salió de su casa muy de mañana. 
Su llegada era esperada en ventas y posadas. La gente enseguida advertía su presencia al oír el tintineo de las campanillas. -¡Mirad, ya llega Cascachuri!, se escuchaba a su paso. Ese era el apodo por el que se le conocía, aunque su nombre de pila era Juan Miguel. 

Dos días después de su salida de Urdiáin, el dieciocho, a eso de mediodía, Juan Miguel llegó a Larraga, puso en venta las sardinas en la posada y dejó al posadero “para que se las vendiera a cuia cuenta le dieron un doblón de oro y otro de 20 reales de cordón, porque dijo no tenía moneda menuda”; de ahí se fue a Tafalla con idea de despachar una parte de la carga del cacao. Para el día veinte se encontraba ya en Falces donde ofrece su producto a los comerciantes del pueblo, para recalar horas después en Peralta y seguir haciendo lo propio. Como todavía le quedaban por vender dos fardos de cacao continúa la ruta. En Peralta hace saber de su intención de dirigirse a Lodosa, pero toma sin embargo la carretera que conduce a Lerín. A este tramo se le llamada carretera porque por ella podían transitar carros y carretas pero no dejaba de ser un trazado tortuoso de tierra con abundantes baches que los carreteros se veían obligados a sortear por el peligro cierto de que en cualquiera momento se le acabara rompiendo a la carreta una ballesta.  Aun así, estas “carreteras” permitían transitar con más comodidad que por los llamados "caminos de herradura", que no dejaban de ser poco más que sendas. Era pues ésta una carretera de trazado recto que partía de Peralta y transcurría a través de montículos y laderas sin atravesar ningún pueblo hasta llegar a Lerín.

Sorprende que el arriero no siguiera ruta hacia Andosilla, que le hubiera permitido vender algo más de cacao en la posada, y también en la Venta de Cárcar que estaba de camino, más aún cuando había  manifestado  su intención de tomar ruta hacia Lodosa; por eso llama la atención su cambio de planes, que da a entender que de pronto le entró la prisa, o que algo de su plan se le torció. 

Atravesando pues los términos de Andosilla y Cárcar de esa carretera se adentró en los de Lerín. Caía la tarde por lo que apresuró el paso para alcanzar el pueblo antes de que se le echara la noche encima. 

Por el paso entre Mondiuso y la corraliza de La Sarda, propiedad entonces de Pedro Lozano, había un corral al que llamaban de Calbo, muy próximo a la carretera. A esa altura le abordaron dos hombres que hicieron ademán de acompañarle, a la par que intentaban entretenerlo conversando con él. Estos eran Sebastián y Tadeo, dos individuos de Cárcar de no muy buenas costumbres que le habían interceptado en Peralta y le venían siguiendo los pasos. A pesar de que el arriero reconoció a Tadeo como el hijo de la tabernera de Cárcar, pronto fue consciente de las intenciones de estos sujetos, pero no se sobresaltó de momento. Les dijo que apenas llevaba dinero encima pues había dejado las cargas de sardinas sin terminar de vender en Larraga. Les enseñó papeles que demostraban que vendía muchas veces a fiado por lo que tenía bastantes deudores. Ellos no le creyeron y mientras Sebastián lo entretenía conversando, Tadeo se hizo con las riendas de los animales. Sin atreverse a oponer resistencia, de momento, lo fueron sacando del camino y pasando por la zona de La Baigorrana lo adentraron hacia término de Los Pintaos, alejándolo de la vista de posibles testigos, conduciéndolo finalmente  senda abajo hacia la presa del regadío de Cárcar, todo ello en terreno lerinés. 

Presa de Cárcar. Foto: Charo L. Oscoz

El arriero, sintiéndose acosado y viendo que la cosa se le complicaba se quiso zafar, pero en ese momento Sebastián le propinó un “pastrón” (bofetón) y lo tiró al suelo. Como el desgraciado Cascachuri forcejeaba, sacó Tadeo una navaja grifera y se la clavó hasta en ocho ocasiones entre el cuello y la cabeza, cinco de ellas mortales de necesidad, según declaró días después el médico forense. En el calentón, siguió Tadeo atacando al arriero, esta vez con la culata de un trabuco que traía, hasta dejar al hombre muerto y tendido en el suelo. 

Estos dos sujetos eran de esos que causaban inquietud entre sus vecinos y que particularmente afeaban la buena fama que arrastraba Cárcar en el contorno, de ser gente noble y especialmente honrada. Pero en todas partes cuecen habas y este pueblo tenía también las suyas propias. Hacía mucho que a Tadeo y Sebastián no se les reconocía oficio ni beneficio, pero sí que se les veía sin embargo manejar dinero del que nadie sabía su procedencia. Según el decir de algunos se dedicaban al contrabando y lo cierto es que muchos días no dormían en casa, particularmente Tadeo. Esto hacía que este, unido a su comportamiento, discutiera de manera habitual con Teresa, su mujer, que estaba bastante harta de él. En más de una ocasión, y tras una pelea en la que llegaba a casa “pasado de vino”, el sujeto se había ido a dormir al pajar.  Sebastián, por su parte, estaba casado en segundas nupcias desde hacía apenas un año, pues la primera mujer había  falleció dejándole tres hijos; y no fueron cuatro porque este se malogró en el parto llevándose consigo también a la madre. 

Tadeo, que era más joven, tenía una niña de tres años y a su mujer embarazada y a punto de salir de cuentas. Sebastián se dejaba llevar por su compinche y esa compañía no le reportaba nada bueno; él trabajaba algunos días en el campo, pero cada vez que Tadeo le buscaba para algún asuntillo que implicaba casi siempre trapicheos y contrabando de tabaco, siempre estaba dispuesto a acompañarle. Eso les mantenía ocupados en horas en las que el resto de habitantes del pueblo dormía, por lo que de día se pasaban muchos ratos tumbados mientras los demás trabajaban. En el pueblo se decía de ellos que “eran de conducta sospechosa y no querían aplicarse al trabajo”

Como la madre de Tadeo regentaba la taberna del pueblo, este  era bien conocido por los tratantes que paraban en su establecimiento a repostar. Por eso, cuando se abrieron diligencias por el caso de la muerte del arriero, alguno de estos tratantes dijeron haber visto esos días a Tadeo merodeando por Peralta cuando Cascachuri negociaba la venta de cacao. En ese mundillo mesonero se rumoreaba también que el arriero de Urdiáin llevaba siempre mucho dinero en los bolsillos, y eso Tadeo lo sabía; así que puso en aviso a Sebastián y calculándole los pasos le siguieron. 
 
Cuando vieron que Cascachuri tomaba rumbo a Lerín se adelantaron por atajos y lo abordaron a la altura del corral de Calbo, y allí empezó todo. Ahora tenían ante sí el cuerpo del delito. Ciertamente no habían pensado llegar tan lejos ya que la intención era robarle, pero la cosa se les había ido de las manos y ya no había vuelta atrás; a lo hecho, pecho; lo que urgía ahora era pensar en qué hacer y cómo deshacerse del cuerpo borrando toda huella que los inculpara. 

Como carecían de escrúpulos registraron el cadáver con objeto de quitarle todo lo que llevara encima de valor. En la bolsa del cinturón  guardaba el arriero muchos papeles donde apuntaba las cantidades que le debía la gente, y al parecer era mucho -según después comprobaron ellos mismos-, pero en la cartera que llevaba en el cinturón apenas le encontraron “un solo doblón de cinco pesos y unas cuantas pesetas”. Sin embargo, en el baste de uno de los machos descubrieron que llevaba  escondidos cuatrocientos pesos. De no ser porque el arriero se había resistido, entre ese dinero y el que podrían obtener de la venta del cacao, pensaron que la noche les habría salido redonda; aun así, si conseguían colocar bien ese producto en el mercado negro, este les rentaría unos buenos dineros que compensara el terrible acto que acababan de cometer. Sabían bien donde venderlo y a quien, por lo que de momento  era necesario ponerlo a buen recaudo. Pero primero tenían que hacer desaparecer el cuerpo del delito y los tres machos, así como todos los enseres que les pudieran delatar. Borrar todas las huellas les iba a dar mucho trabajo aquella noche.

Aguas arriba de la  presa. Foto: Charo L. Oscoz

Cargaron el cuerpo del arriero muerto sobre uno de los machos y se encaminaron con la recua hacia la presa de Cárcar, próxima al lugar donde se encontraban, buscando aguas arriba el sitio donde el terreno es más escabroso. Ajustaron bien el cadáver a la caballería, a la que ataron también otros enseres y empujaron fuerte hasta despeñarlos en el río Ega. Con el caudal en ese punto a su favor, este emplazamiento resultaba el más idóneo para hacer desaparecer las pruebas del delito en aquella siniestra noche. Quisieron hacer lo mismo con los otros animales pero estos se resistieron.

Escarpado por donde debieron de tirar hasta el río al arriero y al macho. Foto: Miguel Cruz

En vista de que no lo lograban, cargaron el cacao y el resto de enseres del arriero en los dos jumentos que quedaban y buscaron un vado aguas abajo donde pasar al otro lado del río por entre la zona de La Cerrada. En un lugar llamado La Casilla, propiedad de un tal Javier Laserna, ocultaron: los pellejos de vino, una manta, una soga y otros aparejos de los machos; y en otro lugar, que el sumario nombra como La Texería,  las cargas de cacao. Tomaron entonces las caballerías y las intentaron sacar, tanto de terreno de Lerín como de Cárcar, por lo que al llegar a una viña en término de Sesmilla, ya pasada la muga de Sesma, las dejaron atadas a unas cepas.  Con la manta, la chupa y una alforja que les quedaba del arriero, volvieron a cruzar el río en algún punto donde el caudal se lo permitía, ya en terreno de Cárcar, y continuaron aproximándose al pueblo, prestando especial cuidado de no arrimarse demasiado a las inmediaciones de la ermita de la Virgen de Gracia, a la que bordearon. Aquel santuario mariano les acusaba en sus conciencias por la espeluznante acción que acababan de cometer. Pasando la Tierranueva y la Badina llegaron al término del Aguatocho y, allí, en un olivar propiedad de un hermano de Sebastián, cavaron dos hoyos donde depositaron los últimos enseres de Cascachuri. Acabada por fin la nocturna y siniestra acción, se encaminaron hacia el pueblo trataron de llegar sigilosos a sus casas mientras las buenas gentes del lugar, ajenas al terrible acto cometido por sus paisanos, dormían todavía.

Vista parcial de Cárcar. Foto: Avelina Sanz

A la mañana siguiente, día 21, tras la noche de insomnio y con los huesos doloridos por los excesos, Sebastián se dirigió a casa de Tadeo para continuar con el plan. Como la mujer de Tadeo se encontraba presente, le puso la excusa de requerirlo para que le acompañara a tratar unos asuntos en Andosilla. Viendo que Teresa protestaba y no le dejaba ir, Tadeo se tumbó en la cama enfadado y se durmió hasta la hora de comer; tal era el cansancio que arrastraba. Ella pudo considerar después el motivo de tan visible agotamiento. Esa noche del día 21, ya madrugada del 22, Teresa, que estaba a punto de salir de cuentas, ajena a los líos en los que estaba metido su marido, se puso de parto. Tadeo, en lugar de atenderla y quedarse con ella, se marchó bien de madrugada de casa diciendo que tenía que llevar una carta a un amigo. No regresó hasta la noche y para entonces Teresa ya había dado a luz asistida por la partera del pueblo, una señora apodada La Ladina. Ese modo de actuar molestó, o más bien alertó a la mujer, pues a pesar de que el comportamiento de su marido hacia ella no era en general bueno, esto sobrepasaba los límites; aunque en un primer momento no supo a que atenerse. Dos días más tarde los abuelos maternos llevaron al recién nacido a bautizar apadrinándolo ellos mismos y pidiendo para él el nombre de Pedro Josef.
 
Mientras tanto, Tadeo y Sebastián habían alquilado una mula a un señor del pueblo con la que realizaron varios viajes para pasar el cacao “a Castilla” y venderlo en Calahorra. La primera vez lo hicieron desde Sartaguda pasando el Ebro en la barca. Entregaron a la barquera cuatro duros por el servicio, y llegados a Calahorra, ofrecieron la carga a otro traficante que no les pagó de momento. Volvieron a pasar el Ebro el día 28, esta vez por el puente de Lodosa donde sobornaron en arbitrios a un familiar encargado del puesto, y esta vez sí que cobraron. 

Mientras tanto, en la madrugada del día 21 ya se habían encontrado los dos machos abandonados y atados en la viña de Sesmilla, lo que levantó sospechas. 

Remanso de la Presa de Cárcar. Foto: Charo L. Oscoz

El día 25 apareció aguas abajo de la presa, en la playa del Regadío de Cárcar, el macho muerto: “ahogado y trabado con dos ataduras, baste, dos arpilleras, una manta de lana, dos alforjas, dos sobrebastes y un caposay, todo atado con una soga de cerda”, según constaría después en el sumario. Se abrieron enseguida diligencias judiciales y se procedió a inspeccionar el rio por esa parte en busca del dueño de los animales. Como la búsqueda no daba resultados, dos días más tarde se dio aviso a los pescadores de Cárcar para que rastrearan el río, pero tampoco encontraron nada. Pidieron entonces ayuda a los pescadores de Miranda y el día primero de marzo  hallaron el cadáver de Juan Miguel justo en el boquete de la paradera cercana al sitio donde se había encontrado el macho muerto. Rescataron el cuerpo y lo llevaron al Santo Hospital de Lerín donde fue puesto en manos del cirujano local, Manuel de Uxaravi (Ujarabi), que le practicó la autopsia. En el detallado informe forense que presentó este médico se decía que el sujeto no había muerto por ahogamiento, ya que no presentaba signos de líquido en los pulmones y tampoco tenía roces en las yemas de los dedos, signo inequívoco que presentaban los cadáveres en estos casos al tratar de agarrarse a algo en un intento de liberarse de las aguas;  presentaba sin embargo hasta ocho heridas punzantes y signos de haber recibido golpes con instrumento contundente en el cuello, bajo el hueso petroso, laringe, mandíbula inferior y demás detalles que venían a confirmar  que el individuo había muerto de forma violenta antes de ser introducido en el río. 
 
Tocaba ahora pues identificar el cadáver. Por el atuendo enseguida supusieron que venía de la zona norte, por lo que se mandó llamar a los posaderos de Lerín por si alguno aportaba algún indicio, y  “algunos reconocieron el cadáver”  diciendo que era Cascachuri, el arriero de Urdiaín. Hechas las diligencias y el informe forense ese mismo día primero de marzo fue llevado el cadáver “dentro de la parroquial por su cabildo eclesiástico” y después de celebrar sus exequias lo introdujeron “en una sepultura que hay en mitad del cuerpo de la iglesia frente a la puerta del coro”

En la parte inferior de la foto, el lugar donde enterraron al arriero en la iglesia Santa María de Lerín. Foto: Charo L. Oscoz

Quedaba pues reconstruir los hechos y llevar a cabo una exhaustiva investigación que diera con los  culpables. Varias personas de los alrededores fueron detenidas. Entre los sospechosos enseguida se apuntó hacia Sebastián y Tadeo por lo que fueron también a por ellos. El día 5 de marzo se presentó la autoridad en casa de Sebastián y lo apresaron llevándolo a la cárcel de Lerín; para cuando fueron a por  Tadeo éste había huido. Tan huido, que ya no se supo más de él, y como cada vez las pruebas eran más concluyentes, la investigación pericial se centró ya en ellos dos.

Los numerosos testigos llamados a declarar ofrecieron pruebas categóricas y fue el propio Sebastián el que dio algunas pistas al entrevistarse en la cárcel de Lerín con un pariente al que, con sigilo, pidió que borrara las huellas dejadas por ellos bajo los olivos del Aguatocho. Se comprobó este punto y, finalmente, a las siete de la mañana del día 28 de marzo de 1799 se condujo finalmente a Sebastián a las cárceles de Pamplona, siendo custodiado en el trayecto por el alguacil de Lerín y asistido por “varios acompañantes de su confianza”. Fue detenido también y llevado a Pamplona, Antonio, el hijo mayor de Sebastián, un chaval de catorce años al que soltaron en cuanto comprobaron que no había tenido parte en el asunto.

Constan en el sumario más de ciento cincuenta testigos llamados a declarar, desde familiares de los sospechosos hasta la propia mujer y parientes del arriero; y hasta el sastre que confeccionó el traje que Cascachuri llevaba el día de autos. Un total de quinientos cincuenta y siete folios ocupó el sumario, y gracias a las diligencias llevadas a cabo, poco a poco se fueron encontrando las pertenencias del arriero en los distintos puntos donde habían sido escondidas por los malhechores, incluidos los pellejos marcados con sus iniciales. Las exhaustivas indagaciones concluyeron en determinar finalmente que los autores materiales del asesinato del arriero habían sido Sebastián y Tadeo. No obstante a esto, Sebastián, que declaró en repetidas ocasiones, “siempre niega los hechos, por más detalles y testimonios que le presentan, y así firma su inocencia el 31 de julio de 1799”.
 
En la vista del juicio, el fiscal acusó grave y criminalmente a Tadeo (ausente) y a Sebastián de la muerte violenta llevada a cabo en la persona  de Juan Miguel Goicoechea: “y aunque este reo niega con obstinación que fuese él, resulta convencido y demostrado haberlo sido por repetidos indicios tan vehementes y graves que coartan el entendimiento a creerlo así y ponen delante de los ojos con la maior evidencia que ellos y no otros fueron”.  El ministerio fiscal concluye: “y siendo de derecho divino y humano que el que mata a otro con dolo, malicia y alevosía muera por ello, la vindicta pública, la Justicia, la Ley y la sangre inocente del arriero Juan Miguel Goicoechea claman porque a estos dos reos se les separe de la sociedad y condene en la ordinaria de muerte con las qualidades correspondientes a tan atroz y alevosa muerte. Por tantoSuplica a V.M. se sirva condenarles en las maiores y más graves penas criminales y civiles en que han incurrido, conforme a Fuero y Leyes de este Reyno, especialmente en la ordinaria de muerte, mandando que cortándoles la cabeza y mano se fijen en los sitios y parajes que la Corte acordare y puedan contribuir para ejemplo, terror y escarmiento de otros, que así es de Justicia que pide con costas. Pamplona 24 de diciembre de 1799”.

Lerín, plaza de la Constitución. Lugar donde ajusticiaron al reo. Foto: Charo L. Oscoz

El fallo final no se produjo hasta un año después, y venía a ratificar lo que había solicitado el fiscal, por lo que: “debemos condenar y condenamos (…)”. Y  a que “después de conducidos a la Torre y cárcel pública de la villa de Lerín, sean sacados de la misma en cada bestia de baste y una soga al cuello, y llevados por las calles públicas y principales de dicha villa a son de trompeta y voz de pregonero, que publique su delito, hasta una de sus Plazas públicas en donde habrá puesta una horca y en ella serán ahorcados por el Ministro executor de nuestra Alta Justicia, hasta que naturalmente mueran, y nadie se osado quitar sus cuerpos cadáveres sin expresa licencia de nuestra Corte o su comisionado para entender en la execución, pena de que será castigado con el maior rigor”(…) “y a que después de muertos se les corte la cabeza y mano derecha y éstas sean colocadas junto a sitio o paraje del río en que se encontró el cadáver del arriero y dichas cabezas, cerca del Corral de Calbo en el término de Lerín donde lo asaltaron”

Tadeo cargaba sobre sí una sentencia de muerte que por ausencia jamás cumplió, por lo que todo el peso de la ley recayó enteramente en Sebastián que ahora esperaba el momento de su ejecución en la cárcel. Una sentencia que angustiosamente se alargaba a consecuencia de un suplicatorio que se elevó al tribunal y que hizo esperar casi un año más hasta que este resolviera. La sentencia al suplicatorio del Real Consejo se vio el día 10 de noviembre del año 1801, que finalmente confirmaba la anterior, aunque en atención a las alegaciones presentadas por la familia se modificaba la pena ordinaria de horca por la de garrote

Tras ello se cursó notificación al Virrey que dio el visto bueno para que se procediera a cumplir la sentencia. Para llevarla a cabo se proveyó de la asistencia de un sargento, cabo y diez soldados para la custodia y seguridad del reo; del mismo modo se dio orden de que se avisase al ejecutor de la Alta Justicia (verdugo) para que “a las cinco de la mañana se ponga en camino para dicha villa”. Y de este modo se firma finalmente el 10 de noviembre del año 1801. Justo el día 11 sale de Pamplona la comitiva con el reo  llegando a Lerín a las cinco de la tarde. Con todo sigilo es conducido el preso a una casa particular, por no reunir condiciones la cárcel de la villa para pasar la noche en  “capilla” hasta el momento de la ejecución.

Museo Reina Sofia. Título: Garrote vil. Autor: Ramón Casas i Carbó. 1894

A las once de la mañana del día 14 se procedió a ejecutar la sentencia. Un numeroso público se congregó en la plaza de la iglesia; tanto, que se tuvo que echar mano de una partida de soldados de Logroño que se hallaban en ese momento en Lerín al mando de un capitán. Este capitán formó a los soldados en círculo para contener al tumulto. La comitiva avanzaba por la calle Mayor hasta la plaza de la iglesia el donde se encontraba instalado el patíbulo. El pregonero iba delante leyendo la sentencia y los alguaciles custodiaban al preso. Dispuesto el cadalso en el centro de la plaza, el verdugo procedió a aplicarle el garrote vil que terminaba con la vida de Sebastián. Con este acto el reo pagaba ante la ley, según sentencia del juez, por el asesinato con dolo, malicia y alevosía en la persona de Juan Miguel Goicoechea.

Lerín, plaza de la iglesia. Grabado de Nemesio Lagarde. Año 1875

A eso de las tres de la tarde se pasó a cortarle al cadáver la cabeza y mano derecha para ser fijadas en los lugares determinados por el juez. Por ser hora ya tardía esta última acción se dejó para al día siguiente. Mientras tanto, los despojos del ajusticiado fueron entregados a la Cofradía de la Vera Cruz o Caridad de Lerín, que lo condujeron al interior de la iglesia donde el cabildo celebró un funeral solemne, dándole finalmente sepultura en el mismo templo “debajo del agua benditera, entrando por la puerta principal de la  única Plaza de la Picota donde se ejecutó la sentencia, quedando en poder del ejecutor y su criado la cabeza y mano del reo”

A la mañana siguiente se colocó la cabeza en una jaula de hierro, que había hecho para el caso el herrero de Lerín, y se llevó hasta el corral de Calbo donde se fijó sobre un madero. Se hizo lo propio con la mano en las inmediaciones de la Cerrada, junto a la presa de Cárcar. Mil doscientos treinta y seis reales y doce maravedíes fue el montante de gastos que ocasionó la ejecución, entre pagar a los carpinteros que se encargaron de hacer el cadalso y los maderos, al cerrajero que hizo la jaula para contener la cabeza y mano, a los dueños de la casa donde dejaron en capilla al reo, alguaciles, tropa, pregonero, caballerías a jornal, gastos en la posada, papeleo, etcétera, y especialmente al verdugo, que cobró cuatro onzas de oro por sus servicios.

Los dos puntos donde quedaron enterrados el ejecutor del delito (debajo del agua benditera) y la víctima (frente a la puerta del coro) en la iglesia de Lerín. Foto: Charo L. Oscoz

De este modo quedaron expuestas públicamente la cabeza y mano de Sebastián, sin que nadie osara tocarlas ni retirarlas. Nadie, hasta que dos meses más tarde, el día 17 de enero, festividad de San Antón, alguien, aseguran que dos hombres, uno a pie y el otro a caballo, junto a un menor de raza negra, “habían bulcado el madero quitando la red donde se allaba la cabeza y metida aquella en una alforja, se partieron con ella hacia donde estaba colocada la mano del mismo”

Al parecer estos enigmáticos individuos, tras rescatar los miembros del ajusticiado que se exponían para advertencia de las gentes, se volvieron en dirección a Cárcar. Hasta cincuenta testigos declararon en este caso tras la nueva apertura de diligencias y muchos de ellos dijeron haber visto de lejos a estos sujetos, pero no pudieron o no quisieron identificar. 

Aguas abajo de la presa estuvo la mano de Sebastián colgada sobre un poste. Foto: Charo L. Oscoz

¿Quién era aquel individuo vestido de negro que cabalgaba junto al joven de color (probablemente un sirviente), y que se dejaban acompañar por un tercer individuo que caminaba a pie y que les guiaba hasta el lugar? ¿Era tal vez miembro de alguna hermandad de caridad y misericordia con los ajusticiados, que iba por los caminos rescatando los despojos de aquellos que habían perecido bajo el peso de la ley y darles después cristiana sepultura? Es posible, pero no sacando nada en claro, el caso se archivó finalmente el día 25 de abril de 1802. 

Triste suceso que quedó en la memoria colectiva e innombrable de los pueblos de Cárcar y de Lerín durante muchos años. El sumario aporta el dato de que enseguida Josefa, la mujer de Sebastián, “se fue a vivir a un pueblo de Zaragoza”, seguramente para emprender una nueva vida y evitar la estigmatización. Treinta y dos años tenía en aquel momento la mujer. Como era madrastra de los hijos de Sebastián, dejaría a estos en manos de la familia del padre que tuvieron que cargar con la mancha de ser hijos de un ajusticiado. Teresa y sus dos hijos tampoco quedaban en mejores condiciones. De Tadeo, solo Dios sabe que pudo ser de él. 

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Redacción: María Rosario López Oscoz
junio 2022
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Para reconstruir los hechos me he basado principalmente en los testimonios y pruebas del sumario. ES/NA/AGN/F017/023923

Mientras tenían lugar estos hechos, otro paisano, Vicente Martínez Monreal, se desvivía por traer a Navarra la primera vacuna contra la viruela que salvó miles de vidas humanas. (hacer click aquí para ver)