Grabado alegórico de la arquitectura
De la serie de arquitectos de Cárcar faltaba por destacar a Ildefonso Arbizu Quintana. Con él concluyo una lista de arquitectos, retablistas, escultores y doradores que surgieron en Cárcar a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Ya destaqué en anteriores trabajos a Tomás Martínez de Puelles y a sus hijos Tomás Antonio y Adrián, tío y primos respectivamente de Ildefonso, y también a Antonio de Izaguirre, tío a su vez de los Martínez de Puelles; también a Pedro Busou, escultor de Cámara de Carlos IV, y, más inicialmente, a Andrés de Mata, dorador de retablos, pintor y estofador. Un elenco de artistas que dejaron sus obras repartidas por buena parte del territorio navarro y español.
Ahora me detendré en Ildefonso de Arbizu. Este nace en Cárcar el 29 de enero del año 1740. Hijo del maestro carpintero Joseph de Arbizu y Bravo y Ana María Quintana y Sádaba fue el primogénito de siete hermanos, y se movió, como digo, en un ambiente y en un momento artístico sin precedentes en Cárcar. Él vio tallar a su padre la caja del órgano que construyó el maestro lerinés Joseph de Mañeru para la iglesia de Cárcar, y vio también como cincelaba la inmensa puerta de cancela por la que se accede al templo parroquial.
Caja del órgano y puerta de cancela que talló Joseph de Arbizu, padre de Ildefonso en Cárcar
Observó a los maestros calahorranos esculpir la sillería del coro y conoció de primera mano las destacadas obras barrocas que realizaba su tío Tomás Martínez de Puelles. Es posible que aprendiera a manos de éste el oficio de arquitecto, pero también cabe la posibilidad de que su padre lo mandara a estudiar a alguna escuela de arquitectura. El caso es que empezó a hacer sus primeros trabajos en Lerín y aquí conoció a la que sería su mujer: Teresa de Tarazona y López de Velasco. Teresa era hija del importante maestro organero Lucas de Tarazona, y de Josepha López de Velasco. Todos los hermanos de Teresa eran, como el padre, constructores de órganos, así que ella se movió en un ambiente, digamos, muy musical. Seguramente su padre le haría un órgano portativo para que aprendiera a tocar en casa, como hiciera más tarde su sobrina María Luisa de Tarazona y Beunza, organista del convento de las monjas clarisas de Arizcun.
Ildefonso y Teresa cumplimentaron la ceremonia de velación en Cárcar el año 1764, ya que era aquí donde iban a vivir los primeros años. Dos de los hijos del matrimonio nacieron en Cárcar: María Micaela y Manuel Francisco pero para el año 1771 la familia Arbizu-Tarazona ya estaba residiendo en Lerín donde nació Javier Antonio, último de los hijos. Este se casará después con Ramona, su prima carnal, e hija de Julián de Tarazona, uno de sus tíos organeros.
Es evidente que Teresa tenía querencia por Lerín y atrajo a Ildefonso hacia esta población vecina; aquí estaba toda su familia materna que eran gente de prestigio; la madre de Teresa era nieta, nada menos que de Clemente López de Velasco, promotor fiscal del estado y condado de Lerín y escribano real. Además, Lerín ofrecía mayores posibilidades para trabajar en lo suyo por tener una población mayor y ser cabeza del condado del mismo nombre.
Estando residiendo en Lerín, es requerido Ildefonso para trabajar en Sartaguda donde realizo el retablo mayor de la iglesia y desmontó y recompuso el chapitel de la torre. Enseguida le aprobaron un proyecto para Lerín. En 1779 se hace cargo del derribo del coro antiguo de la iglesia y la construcción de uno nuevo, proyecto aprobado por Santos Ángel de Ochandátegui, prestigioso arquitecto de la época. Esta construcción constará de “arco de medio punto entre pilastras y sotocoro con bóveda de medio cañón y lunetos” (Ricardo Fernández Gracia).
Fotografía actual de la obra del coro de Lerín que hizo Ildefonso de Arbizu
En el informe que presentó Ochandátegui, y que recoge María Josefa Tarifa en un artículo contenido en el libro Lerín, Historia, Naturaleza, Arte. A. Garnica, J.L. Ona (coord.) 2010, se habla también de “la existencia de dos trazas con objeto de reformar la capilla mayor, una presentada por Vicente Arizu y otra del citado Arbizu, siendo ésta en opinión del experto la más acertada”. Advierte Ochandátegui, que viendo la solidez, seriedad, sencillez y hermosura de dicha capilla mayor se deberá llevar a cabo la obra con el mayor cuidado y delicadeza “siguiendo la ordinacion de la planta con puntualidad y esmerándose en imitar con mucha propiedad y simetria el delicado gusto que manifiesta dicha capilla mayor (…) sin necesidad de alterar ni retocar otra cosa que los capiteles por estar estos mal esculpidos por la mala inteligencia del escultor o tallista que los abrio”. Es de suponer que dada la potente opinión del afamado Ochandátegui el trabajo del arquitecto carcarés fue aprobado con nota.
Retablo mayor visto desde la capilla del coro que hizo Arbizu. Lerín
Bóveda sobre la que se asienta el coro. Obra de Ildefonso de Arbizu
Pero hizo Ildefonso otras actuaciones en la iglesia de Lerín. En el interior del templo y a los pies del presbiterio se encontraba desde el año 1616 el mausoleo de los condes de Lerín. Este monumento fue un encargo de don Luis de Beaumont y Navarra (segundo conde de Lerín y Condestable a su vez de Navarra), a Gil Morlanes el Viejo, afamado escultor aragonés. A este Condestable en cuestión le apodaban El Valeroso, como manifiesta Juan Jesús Virto en otro artículo de mismo libro citado. Este mausoleo, además de contener los restos de este conde, reposaban en él también los de su nieto y cuarto conde de Lerín, don Luis de Beaumont y Manrique de Lara, y los de don Diego Álvarez de Toledo, hijo del tercer duque de Alba y esposo a su vez de doña Brianda, quinta condesa de Lerín. El féretro con los restos de este don Diego había traído desde Alba hasta la vecina localidad de Sesma en espera de que concluyeran las obras en la iglesia de Lerín donde serían finalmente depositados.
Mausoleo de los condes de Lerín obra de Gil Morlanes el Viejo. Fotografía tomada del artículo Gil Morlanes el Viejo y el sepulcro de Lope Ximenez de Urrea, de María Carmen Lacarra Ducay
Este llamativo sepulcro de mármol y alabastro, que ocupaba el centro mismo del presbiterio, no creaba consenso entre los fieles, ya que les impedía ver el altar mayor durante la misa y estorbaba los movimientos de los sacerdotes a la hora de administrar la comunión, por lo que no faltaban las quejas, por lo que el patronato de la iglesia consiguió permiso del duque de Alba para removerlo. En marzo del año 1786 se decidió trasladarlo a un lugar más discreto dentro de la misma iglesia. Se trataba de llevarlo hasta la capilla de San Francisco Javier, en la parte del lado del Evangelio, y este trabajo le fue encargado a Ildefonso de Arbizu.
Detalle del mausoleo. Fotografía tomada del artículo Gil Morlanes el Viejo y el sepulcro de Lope Ximenez de Urrea, de María Carmen Lacarra Ducay
Tuvo pues el carcarés que gestionar el desmonte de este magnífico bulto marmóreo y sacar los despojos de los condes allí enterrados y depositarlos en el hueco preparado al efecto. Arbizu fue pues uno de los pocos privilegiados que vio los restos del todopoderoso Condestable años después de su muerte. Cuatro meses después, todas las piezas del conjunto mortuorio quedaron perfectamente encajadas en su nueva ubicación. La minuta que pasó Ildefonso al Patronato de la iglesia ascendía a 5.821 reales con 24 maravedíes.
Esta remodelación no duró mucho y aquellos nobles despojos no consiguieron descansar en paz muchos años ya que en 1841, y mientras el gobierno liberal de Espartero, iban a sufrir un acto de vandalismo. Así lo cuenta Pedro de Madrazo en el libro "Navarra y Logroño en España. Sus monumentos y artes. Su naturaleza e historia". Barcelona. 1886":
“Pero no fueron los franceses los que removieron de su sitio el magnífico enterramiento de mármol y alabastro que en la misma iglesia tenían los primeros condes de Lerin (…) Este monumento fue víctima de un acto de venganza indigno y salvaje: después de la guerra llamada de los siete años, el pueblo siguió un pleito sobre exención de tributos con el duque de Alba; obtuvo sentencia favorable, y en la explosión de su júbilo, arrancó violentamente de la iglesia el sepulcro, lo sacó al atrio medio destrozado...”.
Bien por esta cita de Madrazo, o por un bulo infundado, el caso es que se creyó que el mausoleo había desaparecido. Sin embargo, Juan Jesús Virto, tras un minucioso trabajo de investigación asegura que, después de vandalizado, dicho mausoleo debió ser llevado al palacio condal de Lerín. Los huesos de los condes, por su parte, fueron depositados en alguna tumba de la propia iglesia parroquial hasta que en el año 1862 el duque de Alba mandó llevar, tanto los restos mortales como el mausoleo hasta el Palacio de Liria en Madrid. Y allí los halló Virto por casualidad en el año 2010. Y es que, recogidas todas las piezas y bien embaladas habían sido trasladadas en ferrocarril hasta Madrid en ese año de 1862 para ser finalmente montado el mausoleo y depositado en la sacristía de la capilla del palacio de Liria propiedad de los duques de Alba. No se encuentra expuesto al público pero algunos historiadores han tenido acceso al mismo, y es por eso que, siquiera a través de fotografías, podemos ver como era aquél magnífico sepulcro cincelado por Gil Morlanes el Viejo, y destinado a que reposaran en su pueblo los condes de Lerín. Poco iba a imaginar el Condestable los vaivenes que iba a sufrir después de muerto.
Aún le quedaba a Ildefonso una última actuación en la iglesia de Lerín. Asegura María Josefa Tarifa que en octubre de 1790 fue el propio Arbizu quien presentó un condicionado para hacer unas zanjas con objeto de “desviar e impedir la introducción de aguas subterráneas al interior de la parroquial por el lado de los cimientos que daban a la plaza”. Y es que la iglesia sufría (y sufre) de abundantes humedades en cimientos y paredes, principalmente en la zona de los retablos de la Ánimas y Nuestra Señora del Rosario. Quizá fuese efectiva en su momento la actuación de Arbizu, pero, a día de hoy, dichas humedades siguen latentes y son tan evidentes como preocupantes.
Es evidente como la humedad va comiendo la base del retablo del Rosario. Lerín
Por esos mismos años (entre los años 1790 y 1802) se hizo en la iglesia de Cárcar una gran restauración desde la nave hasta los pies del crucero. En esta parte se añadió la que se denominó capilla de los Santos Pasos, por ser el lugar que alberga los pasos que procesionan en Semana Santa; también esta obra y otras de menor envergadura le fueron encargadas a Ildefonso, pero, sin poder precisar el motivo (quizá por su fallecimiento), no las pudo terminar. Lo hizo en su lugar el arquitecto alavés Francisco de Sabando.
No todas las obras que llevó a cabo Ildefonso de Arbizu fueron en el ámbito religioso, también hizo otras civiles, como reflejan algunos pleitos conservados en el Archivo de Navarra: obras en el regadío de Mendavia acompañado del albañil de Lodosa Andrés García Soto, en el trujal de Larraga y en casas particulares.
Los documentos sin clasificar podrían aportar más datos sobre este personaje. De momento, esto es lo que he encontrado y aquí queda reflejado.
MARÍA ROSARIO LÓPEZ OSCOZ
NOVIEMBRE DE 2023